“Estás pendejo” —me dijeron mis amigos. “Es usted un Quijote” —opinaron generosamente dos de mis cuatro lectores.

“Tú y tus promesas” —fue el escueto comentario de ni esposa. Esas reacciones suscitó el juramento que hice de no pisar suelo de EE.UU. mientras Donald Trump estuviera en la Casa Blanca.

Me irritaron los torpes comentarios que hizo contra México y los mexicanos, y no encontré forma mejor de protestar contra eso que dejar de ir “al otro lado”. Pendejada, quijotada, necia hablada, ustedes juzguen, pero cumplí al pie de la letra el voto que hice.

Ahora díganme si no estaba yo puesto en razón al motejar de malvado a ese imbécil que llegó a pensar en la posibilidad de lanzar misiles al territorio de nuestro país, según él para destruir los laboratorios donde los cárteles de la droga las procesan, y así acabar con esas organizaciones criminales.

Tan desmesurada estupidez solo puede caber en la cabeza de un orate. Y pensar que López Obrador, nuestro Presidente, está en buenos términos con ese hombre, cuyas órdenes acató siempre en la misma forma en que un criado obedece a su patrón.

El futuro se ve sombrío. Lo digo aunque el futuro se me enoje. Increíblemente existe la posibilidad de que Trump vuelva a ocupar la presidencia de su país. Muchos estadounidenses, movidos por sentimientos de racismo, xenofobia y populismo, son partidarios de ese individuo cuya ignorancia corre parejas con su maldad.

En previsión de que eso suceda procuraré ir lo más posible al país del norte y visitar mis sitios predilectos: la playa de la Isla del Padre al amanecer o a la caída de la tarde; la librería Barnes and Noble de McAllen; el restaurante Denny’s con su vivificante “Lumberjack’s breakfast”; el mercado dominical de chacharitas en Port Isabel y la tienda donde solía comprar cosas que no necesitaba pero que costaban solamente un dólar…

Sucedió que la esposa de Eolio no estaba embarazada. La inflamación de vientre que mostró durante algunos meses era puro aire.

En adelante los méndigos muchachillos del barrio iban con el acongojado marido y le pedían: “Señor Eolio: ¿me infla por favor la llanta de mi bicicleta con su pija?”..

Don Esforcio acudió a la consulta de un ortopedista y se quejó de que el cuello se le había puesto duro, rígido. Después del correspondiente examen clínico el especialista procedió a interrogar a su paciente.

Entre otras cosas le preguntó: “¿Ha tomado usted Viagra?” “Sí, doctor —reconoció él—. Tanto he tomado que casi soy ya de sangre azul”. “He ahí la explicación de su problema —dictaminó el facultativo—. Seguramente una de las pastillas se le atoró en la garganta; por eso el cuello se le puso así, rígido y duro”…

Un hombre demandó a su vecino por injurias. Se quejó ante el juez: “Le dijo ‘perra’ a mi mujer”. “No es cierto —se defendió el otro—. Sólo le dije que la próxima vez que dé a luz me regale un cachorrito”.— Saltillo, Coahuila.

 

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