La parejita de novios salió de la iglesia donde acababan de unirse en matrimonio. Un tipo que estaba en el atrio se acercó al feliz recién casado y le comunicó en voz baja: “¡Pst pst! Ronca mucho”…

El paciente del doctor Duerf, siquiatra, lo abrazó y le dijo: “Gracias por haberme curado de mi delirio de grandeza, doctor. A partir de hoy la mitad de mi reino le pertenece”…

Un sultán se dirigió a otro: “Tu favorita es tan hermosa que me he prendado de su belleza. Te ofrezco su peso en oro por ella”.

Respondió el otro: “Dame un mes de plazo”.

“¿Para pensarlo?”—inquirió el sultán.

“No —respondió el otro—. Para engordarla”…

Una niñita le preguntó a su mamá: “Mami: ¿cuándo tendré edad suficiente para pintarme la cara en vez de lavármela?..”

Don Astasio llegó de un viaje antes de lo esperado. Entró a la alcoba conyugal y se sorprendió al ver a su esposa en la cama, pues apenas eran las 5 de la tarde. Más aún le intrigó ver la ventana abierta, porque hacía un frío glacial. Se asomó por ella —vivían en un quinto piso— y vio parado en la cornisa a un sujeto en cuero de rana, esto es decir sin ropa. Antes de que don Astasio pudiera articular palabra le dijo el individuo: “Perdone usted, señor. ¿No ha visto a un gatito de color gris que responde al nombre de Tobi?..”

Acababa de empezar eso del cambio de horario. Un día le pregunté a don Abundio el del Potrero: “¿Qué horas son?”.

Me preguntó a su vez el viejo campesino: “¿Hora del sol u hora del gobierno?”.

Lo diré lisa y llanamente: estoy 100 por ciento de acuerdo con la iniciativa de López Obrador para acabar con lo que siempre me ha parecido una falacia. No sé mucho de energía —y cada día voy sabiendo menos— pero pienso que el ahorro que se consigue con tal cambio es mínimo, y máximo el número de molestias e inconvenientes de todo orden que se causan a hombres, mujeres, niños y ancianos con esa artificial alteración.

A mí el paso del horario de invierno al de verano, y viceversa, me provoca una especie de jet lag que me trae varios días como pollo descabezado y me apendeja —con perdón sea dicho— más de lo que es mi estado natural.

El cambio de horario, sean cuales fueren las razones que se esgrimen para aplicarlo, constituye una súbita alteración del llamado “reloj biológico” de las personas, y trae consigo desórdenes físicos y mentales que el secretario de Salud, doctor Alcocer, enumeró en una de las muy raras ocasiones en que su gárrulo subsecretario López-Gatell, uno de los ayudas de cámara favoritos de AMLO, le ha dejado el uso del micrófono.

Ojalá, pues, vuelva a ser la naturaleza la que rija el transcurso de nuestros días, y no un grupo de burócratas con más sentido de la imitación que de la sensatez.

El oso

En un bosque de Alaska apareció un oso grizzly particularmente feroz que no sólo estaba amenazando a la población de ciervos, renos y wapitíes de la comarca, sino que también había acabado con las ilusiones de tres o cuatro buscadores de oro que se aventuraron a entrar en su territorio. Varios granjeros de la zona decidieron salir a cazar al peligroso animal, que también atacaba a su ganado, para lo cual contrataron los servicios de Koolerov, un guía que conocía bien las costumbres de los osos.

Salieron, pues, en busca de la fiera. Bien pronto Koolerov dio con sus huellas. Eran frescas; el grizzly andaba cerca. Por el tamaño de las pisadas supo el guía que el animal era enorme y poderoso. Seguramente pesaba más de 700 kilos, y de pie sobre sus patas traseras mediría como 3 metros de altura.

Les dijo Koolerov a los granjeros: “Sigamos las huellas del oso. Ustedes vayan a ver a dónde va, y yo iré a ver de dónde vino”.— Saltillo

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