Hoy día, la desintegración familiar va en aumento. Entendemos por desintegración familiar la separación física o emocional de uno o más miembros de una familia.

Generalmente la desintegración es producto de las separaciones, el divorcio o la muerte. Si la familia es la base de la sociedad, la pareja (o el matrimonio) es la base de la familia. De modo que si la pareja no está unida, la familia se desintegra.

Como dice la misma definición, la separación puede ser física, pero también emocional. Esto nos lleva a concluir que una pareja puede permanecer unida físicamente, pero separada emocionalmente, en cuyo caso también estaríamos hablando de una familia desintegrada.

Vivimos en un mundo en el que el concepto del matrimonio está en peligro y en el que el divorcio es común. Algunos jóvenes rechazan el matrimonio, influenciados por el divorcio de sus padres o por las ideas populares de que el matrimonio es un grillete con cadenas que impide la realización personal.

Muchos de los que se casan retienen su entrega completa, y están prestos para huir cuando se les presente el primer desafío de carácter serio.

En el pasado pudiera ser que las parejas duraran toda una vida juntas, pero como he dicho antes, no es lo mismo estar juntos que estar unidos afectivamente y, hoy en día, las personas se encuentran y se separan todo el tiempo. Mantener relaciones de pareja sanas, plenas y duraderas se ha convertido en un desafío descomunal.

La pregunta no es si la gente debería seguir optando por casarse (yo creo que sí), sino si es posible seguir pensando en términos de familia pese a un divorcio.

Pienso que una familia que se ha desintegrado siempre seguirá siendo una familia. La desintegración es una concepto que corresponde a la realidad física, pero no a la realidad espiritual. Aunque creas que sí, no es posible desvincularnos de la familia que alguna vez formamos, porque nuestros hijos siempre serán nuestros hijos, y porque siempre nos unirá a nuestra expareja el inquebrantable vínculo de haber engendrado vida.

Honrar a nuestra expareja es clave para integrar de nuevo a la familia, aunque sea en un formato poco convencional o solo desde una perspectiva espiritual. Honrar a nuestra expareja significa muchas cosas. En principio, que hemos reconocido nuestra participación en la inevitable ruptura y que comprendemos que no hay culpables. Significa que estamos dispuestos a sanar las heridas que nos condujeron a esa separación y que queremos alcanzar el perdón.

Sí, honrar a la expareja es perdonarnos a nosotros mismos y, también, al otro. Quienes hemos transitado este camino, al final descubrimos que, en realidad, no hay nada qué perdonar, que todo ha sido perfecto para poder continuar en la espiral del crecimiento y hacerlo con un corazón agradecido.

Las familias “rotas” sufrimos mucho al principio y podemos perpetuar ese sufrimiento si no resignificamos la desintegración familiar. Toda ruptura tiene propósitos elevados, desde sanar nuestras heridas, hasta reordenar el sistema familiar y aprender las lecciones pendientes en nuestras nuevas circunstancias. En mi propia experiencia, elegir la vía del perdón para honrar mis elecciones del pasado ha sido clave para hablar de familia a pesar del divorcio.— Mérida, Yucatán.

gabrielasoberanismadrid@gmail.com

Aprendizaje continuo para una conciencia en expansión. Acompañamiento de vida

 

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