LUXOR (EFE).— Howard Carter no fue aceptado por los británicos por no tener formación académica y nunca le perdonaron que hallara la tumba de Tutankamón.

Así lo afirma el egiptólogo español Francisco J. Martín, director del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto, quien lleva 22 años excavando en Luxor, donde el 4 de noviembre de 1922 se descubrió el tesoro funerario del “faraón niño”.

“Los británicos no lo aceptaban muy bien, sobre todo la clase alta, ya que no era (egresado de las universidades) de Cambridge ni de Oxford y lo tenían como una persona secundaria”.

“Y de repente, cuando descubrió la tumba, esto no se lo perdonaron jamás… Incluso después de su muerte sigue siendo perseguido”, señala el investigador.

Lo cierto es que “Carter fue un gran egiptólogo y un gran arqueólogo”, y además “conocía muy bien los jeroglíficos”, afirma Martín.

Llegó a Egipto en 1904 para trabajar como dibujante en la zona arqueológica de Bani Hasan y fue ahí donde aprendió egiptología y se fascinó con los secretos de los tiempos de los faraones.

“Carter tuvo muy buena relación con la gente egipcia, pues vivió ahí muchos años”, apunta el arqueólogo, que agrega que Carter no solo fue inspector de Antigüedades del gobierno egipcio, sino también de toda la parte occidental de Luxor.

“Halló la tumba de Tutankamón hace cien años gracias a su conexión con la población local y la ayuda de los egipcios”, subraya Martín, para quien la mala relación entre Carter y el resto de la sociedad británica fue el motivo de que los locales le abrieran las puertas.

Una idea de Martín que “corresponde con el comportamiento de Carter con su gente egipcia” es que “Carter tenía información de familias de la zona y la gente que se dedicaba a las excavaciones que conocían de sus abuelos dónde todavía había tumbas”.

Así, lo más probable es que sus ayudantes egipcios, que “conocían el terreno muy bien, le indicaron dónde buscar”, a pesar de que “no hay evidencia física de eso”.

“Por envidia no le otorgaron ningún título de honor ni tuvo reconocimiento británico alguno por haber descubierto la tumba; ni una carta del rey de aquella época”, señala.

“Carter murió prácticamente solo con alguien de su familia en 1939 y no recibió ninguna condolencia de ningún colega británico ni europeo”.

Asimismo, aclara que hasta el momento muchos arqueólogos siguen “ennegreciendo” su figura al acusarle de robar los contenidos de la tumba, a pesar de que en su tiempo la venta y la compra de artefactos históricos no estaba prohibido.

Martín se refiere así a una denuncia publicada por el periódico británico “The Observer” en agosto pasado al divulgar fragmentos de una misiva escrita en 1934 por el académico Alan Gardiner, uno de los miembros del equipo de Carter.

En esa carta, se reprocha a Carter que intentara recompensarle por su labor como traductor de jeroglíficos con un objeto “indudablemente robado de la tumba”.

A su juicio, los materiales en poder del arqueólogo pudieron proceder de otros lugares, puesto que “de Tutankamón se sabía antes del descubierto de la tumba y ya habían aparecido objetos y sellos de él en el valle”.

“Carter comprendía perfectamente bien el nivel de gloria que le correspondía por el descubrimiento de la tumba… Él había descubierto mucho… no iba a ser tan torpe de coger una pieza o dos o cinco para destruir toda su reputación, es otra historia absurda”, considera.

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