La Catedral de Mérida es sin duda, el mayor ícono de la capital yucateca y no es para menos pues se trata de una edificación monumental que además de ser un atractivo visual para propios y extraños, es también la sede de la iglesia católica en el estado.
En esta entrega de Entre Calles te contaremos acerca de los cambios que ha sufrido con el tiempo y algunos datos interesantes que no tomamos en cuenta aunque la veamos a diario.
La primera catedral en tierra firme del continente americano.
En toda América solo hay una catedral anterior a la de Mérida y es la de Santo Domingo, en la isla del mismo nombre.
Está dedicada a San Ildefonso de Toledo y la orden de su construcción fue emitida en 1561 por el Papa Pío IV a petición del rey Felipe II, para sustituir a la capilla de San José que solo tenía un techo con guano.
Su ubicación en el costado oriente de la plaza principal fue elegida por el mismo Francisco de Montejo tras la fundación de la ciudad.
La construcción corrió a cargo de Pedro Aleustia y Juan Miguel Agüero, con mano de obra indígena y material extraído de las pirámides mayas de la antigua ciudad de Tho.
Tesoro sacro bajo sus bóvedas
El interior de este templo destaca por su amplitud y por el enorme Cristo de la Unidad fabricado en madera de abedul por el escultor madrileño Ramón Lapayese del Río en el año de 1965. Mide 7.65 metros de altura y descansa sobre una cruz de caoba de 12 metros.
La Catedral de Mérida tiene además una voz majestuosa que proviene del órgano tubular ubicado en el coro alto. Sus notas retumban majestuosas por toda la bóveda del recinto invitando al recogimiento y la reflexión.
En 1915 el general Salvador Alvarado saqueó la Catedral que perdió gran parte de su acervo de arte sacro y el órgano Walcker fabricado en Alemania en 1902. También perdió el enorme retablo mayor que se encontraba en lugar del Cristo de la Unidad.
Se habría contemplado un diseño distinto
Se dice que el diseño del máximo templo católico de Yucatán pudo haber sido obra de la casualidad pues los planos de la catedral de Mérida habrían llegado junto con los de Lima Perú. Una confusión habría hecho que se enviaran al país sudamericano los planos que correspondían a la ciudad blanca, que hubiera tenido una iglesia mucho más pequeña y humilde.
Visitante distinguido
No hay que olvidar que el 11 de agosto de 1993 el Papa Juan Pablo II ingresó a este recinto sacro como parte de su tercera visita pastoral a México. Una placa nos indica hoy en día el lugar en el que se hincó para orar frente al Cristo de la Unidad.












































El pasaje Revolución
El conjunto arquitectónico original de la Catedral de Mérida contaba con 5 capillas de las cuales sobreviven el Sagrario Metropolitano, el Santo Cristo de las Ampollas y el Divino Maestro. En el costado sur se encontraban las capillas de San José y la del Rosario que unían al templo con el Palacio Arzobispal pero fueron demolidas en 1916 por órdenes del General Salvador Alvarado.
El espacio que quedó libre se destinó para construir el Pasaje de la Revolución, con dos arcos de estilo afrancesado y techado con una estructura de hierro y cristal, que en los años 40’s fue derrumbada debido al deterioro que presentaba.
El pasaje se convirtió en terminal de diversas rutas del transporte público, pues el espacio continuamente está lleno de autobuses, combis y basura.
En 2001 el ayuntamiento de la ciudad decidió reconstruir los arcos del Pasaje siguiendo la arquitectura y el estilo original. Una vez terminado pasó a ser un foro escultórico bajo la tutela de la Fundación Cultural Macay A.C.
En el 2011 el gobierno municipal le devolvió al Pasaje su techumbre al estilo de la original con 100 m. de largo por 12 m. de ancho.
Actualmente, la Fundación Cultural Macay A.C. exhibe ahí obras de artistas mexicanos y extranjeros de reconocido prestigio.
Antiguo Palacio Arzobispal anexo a la Catedral de Mérida
La sede de lo que hoy se conoce como el Museo Fernando García Ponce-Macay fue en sus inicios el Palacio Arzobispal y el antiguo seminario de San Ildefonso.
Se empezó a construir entre 1573 y 1579 durante el gobierno eclesiástico de Fray Diego de Landa y terminó en el periodo del Obispo Fray Gonzalo de Salazar quedando unido a la Catedral.
A mediados del siglo XIX, con las leyes de Reforma, se determinó la propiedad del Estado sobre el edificio, de modo que el 19 de marzo 1915 el general Salvador Alvarado dispuso la ocupación del edificio para servir de alojamiento a sus tropas.
El palacio fue incautado formalmente el 5 de junio del mismo año y fue transformado en el Ateneo Peninsular, sede de una asociación cultural, encaminada al mejoramiento intelectual y artístico de sus miembros.
En ese mismo edificio pero sobre la calle 58, se instaló el 26 de febrero de 1916 la Escuela de Bellas Artes bajo la dirección de José del Pozo y entre los maestros se encontraban el Dr. Eduardo Urzaiz, Francisco Gómez Rul, Modesto Cayetano, Gregorio G. Cantón entre otros.