Panorama electoral 2018

Optimismo justificado

Antonio Salgado Borge (*)

Para cualquiera que esté al tanto de las noticias en nuestro país, la frustración y la desesperanza pueden ser dos opciones naturales. No es para menos. La corrupción descarada, la inseguridad, la violencia y la marcada ausencia de rutas de salida del caos cotidiano no dejan mucho espacio para pensar que algo puede estar mejor en 2018. Así, cada vez es más común escuchar testimonios de personas que afirman no sentirse representadas por ninguno de los candidatos presidenciales, a la gubernatura de Yucatán o los partidos que les postularán el próximo año.

A los fundamentos de este escepticismo y de la incertidumbre que le acompaña, no me atrevería a mover ni una coma. Sin embargo, me parece posible afirmar que, por muy fundadas que estén nuestras dudas, el panorama electoral de 2018 no se ve tan sombrío como el de 2012. Desde luego que no es posible afirmar algo semejante sin una o más justificaciones que lo respalden. Este artículo estará dedicado a presentar estas justificaciones. Empecemos recordando dónde estábamos hace seis años.

(1) En diciembre de 2012, ya sabíamos que Enrique Peña Nieto sería el candidato del PRI y el ganador irremediable de las elecciones. Mucho se comentó entonces del serio peligro que semejante escenario representaba para el país. Claramente, esta alarma tenía fundamentos concretos. Por mencionar apenas uno de ellos, el desempeño de EPN como gobernador del Estado de México, entidad a la que el hoy presidente dejó con niveles de deuda, inseguridad, violencia y corrupción fuera de serie. Era una insensatez suponer que EPN presidente sería distinto a EPN gobernador.

(2) Tampoco había razones para pensar que el PRI, dirigido por Humberto Moreira y con una camada de telegobernadores como Ivonne Ortega, Javier Duarte o Roberto Borge de por medio, podría ofrecer soluciones para los problemas legados por Felipe Calderón. Además, (3) la forma en que la popularidad de EPN fue construida y la manera en que se manejó toda su campaña arrastraron la calidad de la competencia electoral hacia abajo. A ello tenemos que sumar que (4) lo máximo que el PRI prometía era su experiencia administrando un sistema que el PAN de Fox y Calderón nunca empezó a desmantelar; es decir, el PRI anunciaba entonces que ellos sí sabían, con base en su experiencia, cómo manejar el sistema, no que terminarían con los vicios de ese sistema. Finalmente, (5) una vez avanzadas las campañas, era claro que Felipe Calderón muy probablemente había pactado, contra su partido, la entrega de la llave de Los Pinos al PRI, situación que garantizaba, como de hecho ocurrió, impunidad para ambos lados.

Pero la competencia del próximo año será muy distinta a la de 2012 en al menos dos sentidos. (1) El PRI no ganará las elecciones de 2018, lo que significa que o Ricardo Anaya o Andrés Manuel López Obrador, ambos hombres inteligentes, preparados y sin un historial de corrupción, negligencia o caos sobre sus espaldas, será nuestro presidente. (2) El Frente y Morena se disputarán, cada uno con su propio estilo y estrategia, la bandera de la transformación radical de un régimen que ambos catalogan como caduco. Tanto el Frente como Morena tendrán como propuestas medulares la solución de los problemas estructurales y fundamentales del país. Uno podría argumentar que prometer no empobrece —al menos al que promete, claro está— y que los mexicanos estamos acostumbrados a escuchar todo tipo de ocurrencias transformadas en promesas y disfrazadas de propuestas de campaña —desde trenes bala hasta terminar en tres años con la pobreza—. Recordemos que Enrique Peña Nieto llegó a la presidencia firmando ante notario minicompromisos en cada pueblo o ciudad que visitaba.

Pero las propuestas de Morena y del Frente tienen un aire muy distinto; en esta ocasión, estamos ante dos proyectos que prometen atajar nuestros problemas de raíz atendiendo sus causas. A continuación, cuatro botones de muestra (a-d). (a) Ambos hablan de la necesidad de un ingreso básico —el Frente en forma de renta básica universal y Morena en forma de incentivos para trabajar o estudiar—. (b) Los dos han hecho explícita su intención de terminar con la “guerra contra las drogas” que ha transformado a México en uno de los países más violentos del mundo. Un cambio de estrategia en este sentido es indispensable; recordemos que la violencia no era uno de nuestros principales problemas antes de que Calderón lanzara su guerra.

(c) Morena y el Frente se disputan la bandera de la lucha anticorrupción. Como en los casos anteriores, sus enfoques son distintos; sin embargo, lo cierto es que, a diferencia de lo ocurrido en 2012, los candidatos con posibilidades de ganar estarían irremediablemente comprometidos a emprender acciones concretas para atajar este problema. Finalmente (d), tanto el Frente como Morena hablan de desmantelar las estructuras del viejo régimen. De nuevo, sus vías para hacerlo serían distintas, pero recordemos que ésta no fue una de las promesas de Peña Nieto o de Vázquez Mota en 2012.

Desde luego que uno podría argumentar que todo lo anterior puede venirse abajo. Una forma de hacerlo es señalando que es probable que el PRI, con tal de garantizar su supervivencia, intente negociar con Morena o con el Frente. Ésta es, desde luego, una opción muy real. Gobernadores priistas y el gobierno federal podrían volcar su apoyo en la elección presidencial a alguno de estos rivales. Lo cierto es que, por distintas circunstancias, en este momento todo parece indicar que las puertas estarán cerradas en ambas casas. En el caso del PAN esto se debe al conocido pleito entre Ricardo Anaya y el gobierno federal, y a la salida del grupo filopriísta comandando por la dupla Calderón-Zavala del PAN. Por su parte, presiones internas y los —aún más internos— rencores del pasado pueden llevar a Morena y a AMLO a descartar un acuerdo semejante.

Abro en este punto un paréntesis: considero que para los indecisos uno de los criterios más importantes para decidir el voto entre el Frente y Morena es la evaluación e identificación de si alguno de estos proyectos ha pactado con el gobierno federal. Para ser claro, cualquiera que busque una transformación genuina no tiene forma de justificar un acuerdo semejante, ya que este garantizaría que esta transformación no tendría forma de materializarse. Si Morena o el Frente pactaran con Peña y el PRI, esto sería visible e identificable conforme avance el proceso electoral, aunque para saber si este es el caso se requerirá un constante y profundo análisis que respalde la inferencia. Esto no es tan complicado como parece; por ejemplo, el acuerdo de Calderón con el PRI fue claro semanas antes del día de las elecciones.

Es preciso aclarar que nada de lo anterior implica, ni de lejos, un estado de cosas suficiente para lograr la transformación radical que muchos esperamos. A fin de cuentas, es bien sabido que en Morena y en el Frente aparecerán nombres impresentables y que en ambos hay colas largas que algunos pisan y a otros enredan. Nuestros problemas no se solucionarán de la noche a la mañana y tenemos muchos motivos para tomar con escepticismo todo aquello que involucre elecciones o partidos políticos. Sin embargo, en este artículo he tratado de mostrar, aunque sea de manera mínima, que no todo está perdido; que pase lo que pase en 2018 hay un puñado de motivos que nos permiten ver, aunque sea por un momento, nuestro vaso medio lleno.

Excurso

Aprovecho esta oportunidad para desear a los lectores de esta columna un feliz 2018 y para agradecerles el favor de su lectura y su confianza durante 2017.— Chicago, Estados Unidos.

asalgadoborge@gmail.com

@asalgadoborge

Candidato a doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Maestro en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y maestro en Estudios Humanísticos (ITESM)