El hecho quizá ya fue olvidado en Yucatán, a final de cuentas fue hace más de 40 años. En la historia reciente del país apenas quedaría registrado como un pie de página más en una biografía negra.

Me refiero a un motín en el penal de Mérida el 6 de septiembre de 1979, iniciado por tres reos presos por asaltar un banco, que se apoderaron de las oficinas de juzgados y tomaron a 23 rehenes para intercambiarlos por su libertad.

El motín fue sofocado y el público se habría quedado con la versión de las autoridades de que los reos habían muerto en el fuego cruzado, de no ser por el Diario de Yucatán.

La cobertura del Diario reveló cómo los reos fueron ejecutados a sangre fría por órdenes de Miguel Nazar Haro, que entonces encabezaba la Dirección Federal de Seguridad. Una leyenda negra de la historia policiaca del país, Nazar Haro llegó de la Ciudad de México para desplazar a las autoridades locales y dirigir el operativo contra los reos.

Dos meses después, en la edición de noviembre de 1979 de la revista “Nexos”, el periodista José Carreño Carlón retomó el episodio como una lección clave en la vida pública del país: la prensa local tiene una función crítica que no se puede ignorar.

Escribió Carreño Carlón: “(El Diario de Yucatán) puso al descubierto el asesinato a sangre fría de los tres reos (…) Una excepcional serie fotográfica de Isidro Ávila, que muestra el momento en que los amotinados se rindieron y evidencia de que uno de ellos estaba ileso y los otros dos causaban heridas menores, dio la clave del atropello criminal del cuerpo policiaco del Estado, asesorado por la Dirección Federal de Seguridad, cuyo titular Miguel Nazar Haro coordinó las operaciones”.

Esta cobertura del Diario de Yucatán es un ejemplo nítido de cómo los periódicos locales ejercían como contrapeso del poder aun en las épocas de los aparatos de control del sistema priista.

El centralismo —cultural, político, económico y también mediático— ha opacado este papel de los periódicos locales como uno de los capítulos clave para entender la transición política y la democracia mexicana.

Ya lo advertía Carreño Carlón en su elogio de aquella cobertura sobre el motín: “La calidad profesional y la entereza ciudadana de la prensa yucateca (…) da una bofetada (con guante blanco) al etno-centrismo que, desde la Ciudad de México, pretende ignorar los rasgos culturales, incluyendo la vida cívica y el trabajo periodístico del interior del país”.

Unos años después, en 1983, la académica española Petra Secanella advirtió en su libro “El Periodismo Político en México” que la prensa fuera de la Ciudad de México no podía menospreciarse. Y aunque Secanella cayó en la trampa de calificarla como la “prensa provinciana”, por aquello de la creencia chilanga de que “más allá de Cuautitlán todo es provincia”, le reconoció una “valiente función crítica”.

De hecho, durante décadas la prensa en distintos estados fue a veces el único escaparate de crítica al gobierno y al PRI, y de espacios a voces de la oposición. No es casualidad que los primeros municipios donde partidos distintos al PRI comenzaron a ganar alcaldías y diputaciones fueron ciudades medias con una prensa local vigorosa: No sólo Mérida, también Hermosillo, Chihuahua, Ciudad Juárez, Culiacán o Tijuana.

Porque fueron periódicos en estas ciudades (y sólo periódicos, porque la radio y la televisión sí estaban bajo control) los que cubrían actividades de la oposición como materia noticiosa y no buscaban censurarla con los argumentos falaces del sistema, como aquel que tachaba a cualquiera no priista como “enemigos de México”.

Esta independencia era garantizada en gran medida por una fortaleza económica que venía de la publicidad comercial, cuyos ingresos permitían a los periódicos el lujo de prescindir de publicidad oficial si así lo decidían. Incluso en ocasiones podían darse el lujo de rechazar publicidad comercial.

Entre editores mexicanos son legendarias algunas decisiones de don Carlos Menéndez ordenando quitar anuncios porque comprometían los principios del Diario.

El colapso de los modelos tradicionales de negocios de medios periodísticos ha volteado esta ecuación, pero el Diario de Yucatán es uno de los pocos espacios que quedan comprometidos a mantener su independencia. Una independencia que significa que un gobernador o un alcalde no pueden mandar en la redacción de Diario de Yucatán, como sí puede en otra que sin dinero del gobierno se muere.

A través de la creatividad y la audacia empresarial, la familia Menéndez ha logrado durante muchos años mantener al Diario de Yucatán como una referencia obligada. Saber qué ocurre en la Península, tomar el pulso de Mérida, Campeche o Cancún es impensable sin los reportajes, las fotografías o las columnas de este periódico centenario, que prueba sin lugar a duda que el buen periodismo no se hace donde se puede sino donde se quiere.— Torreón, Coahuila.

Periodista en Torreón, Coahuila. Co-conductor de El Noti, el podcast de noticias más escuchado de México, colaborador del diario español “El País” y especialista en libertad de prensa y seguridad de periodistas.

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