Desde que en 2009 comencé a practicar el peligroso deporte de escribir mi opinión en redes, pocos temas han encendido pasiones como este. He opinado sobre problemas sociales, política, Derechos Humanos, y también sobre asuntos mundanos, porque creo que para eso están las redes, y que comentar sobre el día a día con los internautas es parte de las dinámicas de entretenimiento que nos permiten sobrevivir un poquito a esta era moderna.

Como es bien sabido, el pasado 20 de noviembre se celebró en Tailandia el concurso Miss Universo y Fátima Bosch, oriunda de Tabasco, resultó electa como la cuarta mujer mexicana en hacerse de la corona de este certamen. A pesar de que en 2020 la chihuahuense Andrea Meza obtuvo el título, no recuerdo que en los últimos años se haya seguido la trayectoria de una participante mexicana con tanta atención como lo hicimos —de manera voluntaria o involuntaria— con Fátima.

La figura de la reina de belleza mexicana, de carisma y atractivo incuestionables, fue fortaleciéndose a razón de controversias que han hecho de ella víctima y paladín del empoderamiento femenino por igual. La primera surgió a raíz de su victoria en el certamen nacional, cuando 27 de las 31 participantes se abstuvieron de celebrar su triunfo en el escenario, lo que se interpretó como una protesta y se atribuyó a rivalidades. La segunda y más importante fue el altercado que hubo entre Fátima y Nawat Itsaragrisil, organizador de concursos de belleza de origen tailandés, quien por supuestos desacuerdos con sus pares mexicanos increpó a la participante de nuestro país, la llamó “tonta” y la amenazó con darla de baja. La joven mexicana se enfrentó al hombre demandando respeto, ocasionando la polémica internacional que obligó a Itsaragrisil a pedir disculpas públicas y fortaleció la imagen de nuestra reina de belleza, quien salió airosa de la situación. De ahí en adelante, nadie pudo detener la vorágine de contenido que se derramó respecto al tema.

El viernes 21 de noviembre tuve la “osadía” de publicar en mi muro de Facebook que me parecía por demás obvio que todo el asunto del certamen y el triunfo de la mexicana es una construcción que beneficia especialmente al gobierno, pues el Estado nos mantiene distraídos con estos temas, en tanto que el país arde y se cae en pedazos.

¿Quieren pruebas? No tengo, ni tampoco creo que sean necesarias. No escribí un artículo académico ni una denuncia en la Fiscalía, simplemente unas cuantas líneas en una red social, respaldadas por la evidencia que pulula a mi alrededor: la presidenta Claudia Sheinbaun dedicando varios minutos al tema en la mañanera y las diputadas federales de su partido haciendo campaña por Fátima, con playeras especialmente diseñadas para la ocasión; los pormenores del concurso colándose por cada rendija del ciberespacio y el espíritu patriótico exacerbado.

Mi publicación “conspiranoica” obtuvo reacciones que jamás imaginé: me llamaron falsa feminista, ardida, malinchista y hubo quien incluso llegó al extremo de pronosticarme enfermar de cáncer si no cuidaba mis “vibras”, que porque ya tengo edad para estos enfados. Coterráneos tabasqueños de la Miss Universo consideraron una afrenta mencionar que Fátima es originaria del mismo estado que AMLO para fortalecer mi teoría, e incluso una académica de nuestro estado me llamó “tía panista” por sugerir que el gobierno y otros intereses podrían estar detrás del circo mediático.

¿En qué momento un certamen de belleza cobró la relevancia que ya había perdido? ¿Por qué algunos actúan como si ignoraran que Miss Universo es un negocio corporativo con intereses económicos que pueden ser usados con fines políticos? Todo es tan confuso que hasta nuestro gobierno “de izquierda” otorga preponderancia a un certamen tradicionalmente capitalista.

A finales del 2023, el empresario mexicano Raúl Rocha Cantú (contratista de PEMEX, empresa pública de la cual es alto funcionario el papá de Fátima Bosch) adquirió el 50% de la franquicia del certamen que actualmente es una co-propiedad entre JKN Global y Legacy Holden Group, según reportan medios como El Universal, Latinus e Infobae. De acuerdo con gente del medio, Rocha Cantú tiene un rol muy activo y gran poder de decisión sobre los resultados del concurso. Los intereses de los nuevos dueños parecen centrarse en una mezcla de entretenimiento, industria cosmética y plataforma del soft power (influencia cultural y política) que promueve el empoderamiento femenino y la diversidad.

Los gobiernos y los grandes capitales han usado durante décadas la figura de los nombramientos, premios y reconocimientos internacionales para promover destinos y negocios. No es secreto ni misterio. Una Miss Universo mexicana podría traer al país visibilidad y aliviar la percepción de nación violenta que se tiene en el exterior. De la misma forma, es inútil intentar negar que, de paso, puede también mantenernos ocupados dirimiendo estérilmente estas cuestiones en Facebook, ahondar la rabia y el encono, avivar los enfrentamientos. En otras palabras, puede (y de hecho, logra) confirmar nuestro estado de polarización: ciudadanía de un país enfermo que lucha por mantener el ánimo a través de estos refrescantes paliativos, enaltecer un poco el vapuleado espíritu, como quien trata de curar una herida de bala con una untadita de Vick Vaporub.

Licenciada en Periodismo y maestra en Relaciones Públicas; exfuncionaria del Ayuntamiento de Mérida y del gobierno del estado

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