GRAN CANARIA (EFE).— Las islas han ejercido desde los tiempos de Darwin potente magnetismo sobre los estudiosos de la evolución, pero no siempre han salido bien paradas: descritas de forma reiterada como “callejones sin salida” para las especies, la ciencia comienza a lavar su imagen.
Seis investigadores de las universidades de Oxford (Reino Unido), Copenhague, La Laguna (España), Azores (Portugal) y Atenas publican en “Science” un recuento de cómo ha cambiado en medio siglo la visión que la ciencia tiene de las islas.
Esos retazos de tierra representan sólo el 3.5% de la superficie del planeta no cubierta por los océanos, pero atesoran el 20% de todas las especies terrestres.
El trabajo conmemora el 50o. aniversario de la teoría de la biogeografía de las islas, de Robert MacArthur y Edward O. Wilson, que predijo con gran mérito el número de especies que sería capaz de albergar una isla.
Los autores aseguran que el concepto “síndrome de la isla”, que define el camino evolutivo por el que un ser que viaja cientos de kilómetros para alcanzar un pedazo de tierra pierda su capacidad de dispersión a larga distancia, está superado.
Y es que se han descubierto varios casos de plantas que han recolonizado sus áreas de procedencia, como ha pasado entre Canarias y la costa de Marruecos.
Los científicos prefieren mirar a las islas oceánicas como “laboratorios de la naturaleza” a los que la vida en la Tierra no sólo debe un puñado de especies raras y escasas. Recuerdan que en esta década se han publicado trabajos que prueban, por ejemplo, que el mundo le debe a las islas la mitad de las 10,000 especies de aves del planeta: los pájaros cantores, que se extendieron por los continentes desde Australia y Nueva Zelanda gracias a la formación del archipiélago de Wallacea (Indonesia), que hizo posible que “saltaran” al territorio de Asia.