En gran parte, tú construiste tu depresión. No te fue dada. Por tanto, tú la puedes destruir —Albert Ellis
La depresión es la principal causa de discapacidad a nivel mundial y es una de las enfermedades mentales más diagnosticadas en este siglo. Se supone que el 4.2% de los mexicanos sufre de esta —podríamos decir— enfermedad, que en el 40% de los casos no se diagnostica como tal.
El padecimiento se caracteriza por una profunda tristeza y falta de interés general para obtener placer en las actividades que antes se podían disfrutar. Así como también, por trastornos de peso, la imposibilidad de controlar el sueño y la incapacidad para llevar al cabo las actividades cotidianas.
Se piensa que hay una disposición genética que otorga al individuo susceptibilidad para que, en presencia de factores determinados, se produzca este padecimiento como resultado de una cascada de acontecimientos, que acaban en un trastorno depresivo mayor.
Pienso que hay que aceptar lo que Dios nos manda, pero como dice el refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Al pensar que es una enfermedad y no un capricho es necesario acudir al especialista para recibir diagnóstico y, si así se requiere, un tratamiento.
Al hablar de este trastorno con un doctor, me indicó que es muy importante que la gente que rodea a la persona se dé cuenta de ese trastorno que muchas veces se piensa que se debe a otra situación, como podría ser cambios en el apetito, dolor de cabeza y problemas digestivos sin una causa aparente.
He encontrado en el maravilloso internet varios consejos para afrontar una depresión leve: habla y desahógate, piensa en positivo, muévete, no te encierres en ti mismo e intenta evitar el estrés.
Y para salir de ella: sobreponerse a los miedos e inseguridades, entender los eventos dolorosos pasados, mejorar la relación con familiares y amigos, y sobre todo, identificar cosas que empeoran la depresión.