Calidad de vida
Rosy ALCOCER VÁZQUEZ
Solía establecer mi lista de propósitos para el año que iba a comenzar con ahínco, pero después de tres semanas me agobiaba por ser extensa y falaz. Lo confieso: era una larga lista de objetivos que casi nunca lograba culminar porque eran irreales, ya que en su mayoría no dependían de mí; el proceso continuó hasta que comencé a convertir mis propósitos en aspiraciones más simples.
En ese entonces, los objetivos eran convencer a los demás de que debían ser felices, crear un ambiente de armonía entre mis seres queridos; evitar los conflictos en mi entorno; bajar de peso, etcétera. Pero metas como las anteriores suelen presentar problemas porque no son concretas y la responsabilidad recae en las personas y en uno mismo, por sobre las circunstancias de la vida.
Mi lista cambió rotundamente, pues observé que el extenso repertorio de objetivos se podía concretar a uno solo: vivir plenamente. Gracias a este descubrimiento comencé a verificar qué actitudes podría transformar en mí para que fueran gratificantes mis relaciones interpersonales; qué comer para alimentar mi cuerpo de una manera más sana; qué virtudes cultivar para respetarme y respetar a los demás; qué posición tener para evitar involucrarme en pláticas destructivas y pesimistas; qué desarrollar para poder cambiar mi actitud ante las circunstancias de la vida y volverme optimista; qué o en quién inspirarme para hacer las cosas con amor… Sin darme cuenta, la relación de propósitos se convirtió en una filosofía de vida la cual me ha ayudado a crecer y desarrollarme como mujer.
Es por eso que mi sugerencia para este año que recién comienza es que establezcas tus objetivos observando cuál es el propósito principal, a fin de que puedas establecer qué es lo que puedes transformar en ti y determines cuál será la filosofía que te ha de acompañar. El único requisito es que prevalezca, ante todo, el respeto y el amor hacia ti, pues es lo que te corresponde experimentar en los maravillosos caminos de la vida.