Noche fría, caminamos por la Plaza Mayor de nuestro país, entre las edificaciones que han sido testigos mudos de mil batallas. Esa extraña y simbólica conjunción del Poder Ejecutivo, el Palacio Nacional, donde murió Juárez, hogar del salón neoclásico, donde se asentó la Cámara de Diputados desde 1829. Allí se discutió y promulgó la Constitución de 1857, con presencia masónica, además de otras leyes centrales. Allí ocurrieron importantes juramentos presidenciales. Ese Palacio que, paradójicamente, es símbolo de la República, rodeado de agresivas mamparas metálicas que cortaban el paso por la bella calle de Corregidora.

A unos metros la Suprema Corte, nuestro máximo Tribunal, otro símbolo de la división de poderes. Frente a la entrada principal, las cruces por los muertos en la Guardería ABC. El Zócalo vacío, salvo por algunos trabajadores que preparaban el templete y el sonido. Al fondo, la Catedral, con su bellísimo Sagrario. Frente a ella, el gobierno capitalino. Muchos recuerdos de distintos llamados colectivos, esa invitación a dejar de ser individuos —como explicara Elias Canetti— y convertirnos en otro. Al centro el mástil monumental, no para “la” bandera, sino para “nuestra” bandera, como siempre reclamaba Germán Dehesa.

Noche fría, de emociones encontradas. El reclamo ciudadano ahora, como lo explicaría nítidamente Lorenzo Córdova, nace de las múltiples amenazas a nuestras libertades a nuestra democracia: el acceso a la justicia es parte de la democracia, el derecho a la información es parte de la democracia, la libertad de prensa, las instituciones electorales, el papel libre de los medios, el respeto a los periodistas y los ciudadanos, a las minorías. La pluralidad garantizada con una larga historia acumulada, desde los diputados de partido, la representación proporcional, la autonomía de IFE-INE, el Tribunal Electoral y mucho más. Tocqueville advierte, toda minoría debe poder convertirse en mayoría. Eso está en juego.

Emociones encontradas, porque la respuesta previsible era el insulto. De acuerdo a SPIN los denuestos favoritos son “conservadores”, “neoliberales”, todos por miles, corruptos, racistas, clasistas, hipócritas y demás. ¿Cuál escogería de su repertorio? En pocas horas las conoceríamos: corruptos, “se disfrazan de demócratas”, defensores de una “oligarquía corrupta”. Y en coro, su “corcholata”, no se quedaría atrás, en la sede del INE que quieren destruir, afirmó: “Resulta importante, y más en este recinto, señalar la falsedad e hipocresía de aquellos que hablan o marchan por la democracia cuando en su momento promovieron fraudes electorales o nunca vieron la compra de votos…” y de ahí brincó a calificarlos de promotores de “…la discriminación y el clasismo”. La continuidad como proyecto incluye la descalificación y el insulto.

Emociones encontradas, porque es imposible olvidar allí a C. Cárdenas, y por supuesto asalta la pregunta, ¿dónde quedó la izquierda, Martínez Verdugo, que negoció la reforma electoral de 1977, o Rincón Gallardo, o Heberto Castillo? ¿Qué diría hoy la mente brillante de González de Alba? ¿Corruptos? Pero si en el estrado estaban Woldenberg, quién condujo desde el INE, el proceso que llevó a Fox al poder. Y Córdova a López Obrador. Por eso Roger Bartra, otro demócrata de izquierda, convocó a la marcha. También estaba arriba la querida Mariclaire (Acosta), una de las pioneras en la defensa de los Derechos Humanos en México. Mucho se le debe a la izquierda en este país, como al PAN de Gómez Morín, Luis H. Álvarez, Castillo Peraza, Clouthier. También priistas demócratas, que impulsaron de adentro.

Emociones encontradas, porque “nuestra bandera” no estuvo presente. Se la quieren apropiar, como el resto de las instituciones. Encontradas, porque a jalones y con tropiezos, pero nuestra democracia avanzó. Y hoy ronda el sentimiento de traición a esa lucha.

La consigna más popular allí fue, y por mucho: “narcopresidente”. Se entienden las mamparas.— Ciudad de México.

*Investigador y analista

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