Catón

Llegó Rosilita del Jardín de Infantes “Florecita” y le anunció, orgullosa, a su mamá: “Hoy aprendí cómo se hacen los niños”.

La señora tragó saliva. “¿Cómo se hacen los niños, hijita?” —le preguntó llena de inquietud a la pequeña. Contestó Rosilita: “Primero dibujas la cabeza, luego la panza, y después pintas dos rayitas que son los brazos, y otras dos que son las piernas”…

Este día y mañana regresarán de su paseo vacacional quienes fueron a la playa u otros sitios de descanso. Jamás he sido partidario de asestar sermones a nadie. Yo soy el que más necesito que me sermoneen.

Sin embargo, hago una respetuosa exhortación a mis cuatro lectores, si se encuentran en el caso de usar las carreteras nacionales en el curso de su retorno a casa: recuerden que muchas de ellas estarán congestionadas por el intenso tráfico. Procuren pues, como decían nuestros mayores, ganarle tiempo el tiempo.

Manejen con prudencia y, si les es posible, eviten viajar en horas de la noche, pues ya las cosas no son como eran antes. Manejar con prudencia y sin haber tomado copas; nunca excederse en la velocidad; revisar que nuestro vehículo se encuentre en buenas condiciones, y estar atentos siempre a las señales tanto en la carretera como en las ciudades, nos ayudarán a conseguir que estas vacaciones tengan un buen final con un feliz regreso a casa…

La esposa de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, estaba al mismo tiempo agradablemente sorprendida y apenada.

En la mesa del banquete su marido se inclinaba sobre ella a cada rato, le acariciaba los brazos, y le daba besos en las manos y los hombros.

“Por Dios, Capronio —le pidió en voz baja y con sonrisa ruborosa—. No me acaricies así, ni me des tantos besos. La gente lo va a notar”.

“Pues que digan lo que quieran —respondió el vil sujeto—. Hago eso porque no me pusieron servilleta”…

Aquella muchacha estaba soñando. Su sueño no podía ser más hermoso. Soñaba que era la Bella Durmiente. El apuesto príncipe la besaba dulcemente y ella volvía a la vida. La tomaba el príncipe en los brazos y subía con ella la gran escalera del palacio. La conducía a la alcoba y ahí la besaba primero con suavidad, luego con pasión encendida.

En seguida la depositaba en el lecho y comenzaba a despojarla amorosamente de los tenues velos que la cubrían. “¡Oh, príncipe! —decía ella languideciendo de amor—. Y ahora, ¿qué me vas a hacer?”

“No sé —respondía el príncipe, perplejo—. Tú eres la que está soñando”…

Libidiano Pitorreal llegó al departamento de su amiguita y sin ningún preámbulo o foreplay alguno comenzó a despojarla de la ropa. Le dice con vehemencia: “¡Podría pasarme contigo toda la eternidad, amada mía!”

Preguntó ella: “¿No me vas a dar antes ni siquiera un beso?” “Imposible —contestó el tipo apresurándose más en desvestirla—. Dejé el coche en doble fila y con el motor andando”…

El maestro de ceremonias presentó al orador en turno. Dijo: “Nuestro invitado y yo tenemos muchas cosas en común. Él nació en esta ciudad; yo también. Él estudió en la Secundaria 85; yo también. Él ha dicho que disfruta mucho el sexo con su esposa. Yo. En fin, tenemos muchas cosas en común”…

Babalucas fue a una tlapalería. “Hay un ratón en mi casa” —le informó al encargado. “Esto es lo que usted necesita —le ofrece el dueño mostrándole una lata de aerosol—. Simplemente rocíele este líquido alrededor del agujero”.

Replicó Babalucas: “Si pudiera acercármele tanto ya mejor agarraría al ratón”…

El cantinero le propuso a su cliente: “Pruebe usted nuestro Coctel Dorado. Lleva leche, azúcar y ron. Si bebe usted ese coctel la leche le dará fuerza, el azúcar le dará energía”.

Preguntó el cliente: “Y el ron ¿qué me dará?” Respondió el tabernero: “Le dará muy buenas ideas acerca de qué hacer con esa energía y esa fuerza”.— Saltillo, Coahuila.

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