Escribí la siguiente anécdota en junio de 1999, inspirado en la visita que hizo a mi calle de Buctzotz el entonces gobernador Víctor Cervera Pacheco, quien falleció el 19 de agosto de hace 20 años:
¡Que viene el Gobernador! ¡Maare, que mañana estará aquí en nuestra calle!
La noticia volaba de boca en boca, se anunciaba insistentemente a través de los altavoces del Palacio Municipal y un extraño y singular frenesí invadió a este pueblo del oriente del Estado.
Un día antes, incansables cuadrillas de trabajadores se apoderaron de las calles para acabar con los viejos baches y la maleza. En la tarde, la lluvia cayó implacable sobre los esforzados empleados del Ayuntamiento; pero éstos, con las ropas empapadas de agua, no admitían un momento de descanso a su importante labor. En la noche, observé un insistente ir y venir de camionetas oficiales con altos funcionarios de la comuna supervisando que todo estuviera según lo planeado.
¡Y llegó el gran día!
A una cuadra de mi casa y de mi tienda de abarrotes, justo en la esquina donde funciona un expendio clandestino de licor, se instaló un enorme templete y un bullanguero conjunto musical que, desde temprana hora, competía con los “voladores” (cohetes) en la tarea de convocar a los vecinos del rumbo.
Oleadas de personas cruzaron por mi calle con sus mejores atuendos, bajo los multicolores “pasacalles”, la mayoría de ellas gente de otros lugares, que fueron traídas de las comisarías del municipio en camiones de carga.
El acto, en sí fue breve, no así los elogios al veterano gobernador y a “su sabia conducción de los destinos de Yucatán”. El primer mandatario del Estado entregó una silla de ruedas a una minusválida de manera casi mágica, pues, ayudada por los vecinos, la mujer logró llegar hasta el gobernador para externarle su petición y, éste levantando la mano, hizo aparecer el aparato solicitado en manos de uno de sus fieles ayudantes, ante la aclamación de todos los presentes; como en aquel pasaje bíblico donde la mujer tocó el “manto sagrado” y se curó por su fe en el Mesías.
El gobernador, con el rostro serio y con una banderola en las manos, dio “oficialmente” el arranque de los trabajos de pavimentación de calles en el pueblo y amablemente aceptó fotografiarse con los vecinos, incluso, con la dueña del expendio clandestino de bebidas embriagantes, fiel partidaria del “partido oficial”.
Fue un teatro muy bien montado para hacer ver al gobernante como un padre bueno y benefactor. El populismo en su mejor expresión. Ausente estuvo en los discursos oficiales la información clara y documentada del manejo de los fondos públicos para la realización de las obras proyectadas. Tampoco nadie dijo que las calles a pavimentar, la silla de ruedas y los apoyos que entregó a los campesinos no son dádivas del gobernador, sino el producto de nuestros impuestos.
La intención de los organizadores fue alimentar entre la población el culto a la persona del gobernante. En el olvido quedaron los constantes atropellos a los derechos humanos promovidos por el régimen gobernante, la fabricación de expedientes falsos para remitir a la cárcel a personas inocentes, la explotación y el desamparo de los campesinos y el acoso y la represión a los líderes de la oposición.
El evento terminó y por mi calle miré pasar a las personas que asistieron, todos y todas, sin importar condición social con sus gorras nuevas y sus juguitos, satisfechos, recompensados y sin nada más para desear. Incluso, uno se arrodilló en mi banqueta y gritó a todo pulmón: “Viva Don Víctor”.
A lo lejos, mire al Gobernador sobre una camioneta despedirse agitando lentamente su mano derecha, con la mirada cansada y el pelo cano. No olvidaré nunca que su visita logró el milagro de acabar con los baches de mi calle.
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Dicen que los tiempos cambian, pero hay formas y modos de hacer política en México que se mantienen vigentes.
Lo dejo de tarea.— Buctzotz, Yucatán.
X (antes Twitter): @rogergonzalezh
*Profesor
