Marisol Cen Caamal 2025

Recientemente asistí a la Convención Internacional IMEF & ICFOA Summit 2025 como ponente en un panel sobre inclusión financiera. Fue un encuentro de alto nivel que reunió a directivos, reguladores, CFOs, académicos, emprendedores y especialistas que, desde distintos frentes, lideran empresas e instituciones que forman parte del sistema financiero en México y en el extranjero. La agenda técnica fue amplia, y uno de los temas que ocupó un lugar central y que marcó la diferencia en el tono del evento fue la inclusión financiera. Se percibió una convicción compartida de que los números no pueden seguir avanzando mientras una parte tan amplia de la sociedad permanece atrás, y de que las decisiones financieras ya no pueden desligarse de sus efectos sociales.

En el ámbito financiero, tendemos a enfocar nuestra atención en el crecimiento, la inversión, la productividad, la competitividad y la rentabilidad. Pero casi siempre dejamos fuera, como si fuera un tema periférico, la inclusión financiera. Y es una contradicción profunda, porque la inclusión financiera no es un accesorio del desarrollo, es su condición. No es un tema social, sino un tema estructural, es el corazón mismo de un sistema económico justo.

En mi participación, hablé desde la academia y desde la técnica, sí, pero también desde mi identidad como mujer maya que ha visto cómo la desigualdad se filtra en cada capa del sistema financiero. Desde la manera en que se diseñan los productos, hasta el lenguaje y la complejidad de los contratos; desde los requisitos que se exigen para abrir una cuenta, hasta la infraestructura tecnológica que simplemente no existe en vastas regiones del país.

Es cierto que México ha avanzado. Hoy existen más cuentas bancarias, más productos digitales y más plataformas financieras que nunca. Pero la estadística no siempre coincide con la vida real. Millones de cuentas permanecen inactivas; muchas aplicaciones exigen una conectividad que no existe en miles de comunidades; los cajeros automáticos siguen concentrados en zonas urbanas; la alfabetización digital avanza con brechas enormes; y para quienes viven en los márgenes, la llamada “inclusión financiera” ha significado más endeudamiento que oportunidad, más riesgos que derechos y más obligaciones que beneficios.

He visto créditos con tasas que no solo superan el 100%, sino que alcanzan varios cientos por ciento, promovidos como si fueran progreso cuando en realidad son trampas que aprisionan. También he visto contratos tan complejos que ni un estudiante avanzado de derecho podría explicarlos, pero que terminan firmando mujeres que apenas tuvieron acceso a la educación básica. Abundan las historias de familias que pierden su patrimonio porque sus deudas crecen más rápido que su capacidad de pago. Y hasta en lo más básico, como la entrega de tarjetas de débito que supuestamente facilitarían la vida diaria, aparece la desigualdad, cuando las personas deben viajar horas solo para retirar dinero porque no tienen un cajero cerca, ni internet para usar medios digitales de pago.

La raíz del problema es que confundimos inclusión con disponibilidad. Creemos que, porque existe una app, ya existe acceso; porque existe una tarjeta, ya existe bancarización; porque existe un producto, ya existe oportunidad. Pero inclusión no es existencia, es uso real. No es oferta, es acceso. No es modernidad, es justicia.

La exclusión financiera en México no es un accidente ni una consecuencia natural de la pobreza. Es consecuencia de un diseño basado en la premisa equivocada de un “usuario promedio”: alguien que vive en la ciudad, tiene ingresos estables, habla español, cuenta con documentos en regla, maneja un teléfono inteligente, tiene datos móviles, sabe leer un contrato y entiende los procesos bancarios. Pero ese usuario ideal no refleja la diversidad de México, un país que es un mosaico de comunidades urbanas y rurales, indígenas y mestizas, conectadas y desconectadas, bancarizadas y fuera del sistema. Un sistema financiero que ignora esta diversidad no puede considerarse inclusivo.

En nuestro país existen realidades muy distintas, y cada una requiere un enfoque particular. No basta con ofrecer el mismo producto con otra etiqueta. La inclusión financiera requiere adaptarse a estas diferencias y asegurarse de que todas las personas puedan acceder, comprender y aprovechar los servicios financieros.

Además, la inclusión financiera no se logra solo con productos bien diseñados; requiere educación financiera. La educación financiera es la diferencia entre endeudarse y planear, entre temer y comprender, entre sobrevivir y avanzar. Es el pilar que permite a las personas no solo usar los servicios financieros, sino comprenderlos y aprovecharlos plenamente.

Esa es la verdadera transformación pendiente. Que el sistema financiero deje de exigirle a las comunidades que se adapten a él, y que por primera vez, sea el sistema el que se adapte a la realidad del país. La inclusión y la educación financiera deben avanzar de la mano. Mientras el sistema se diseña para ser accesible y justo, la educación financiera permite que las personas comprendan, elijan y aprovechen los servicios que se les ofrecen.

Puedo decir que salí de la convención con un sentimiento de esperanza y tarea pendiente. Esperanza, porque vi líderes dispuestos a cuestionar cómo se han hecho las cosas. Tarea pendiente, porque aún falta que la inclusión deje de ser un objetivo y se convierta en la consecuencia natural de un sistema mejor diseñado.

Por primera vez en años, sentí que no estamos solos quienes hemos insistido en que la inclusión financiera no se logra multiplicando productos, sino multiplicando posibilidades: posibilidades de que todos los mexicanos puedan crecer, emprender, ahorrar, proteger el patrimonio familiar y participar en la economía sin miedo. Porque la grandeza de un sistema no se mide por cuántos incluye, sino por cuántos deja de excluir; y el éxito en el ámbito financiero no se limita al crecimiento ni a la maximización de utilidades, sino al bienestar compartido de todos.— Mérida, Yucatán

marisol.cen@kookayfinanzas.com

Profesora universitaria y consultora financiera

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