Olivia de Havilland al lado de Clark Gable durante una escena de “Lo que el viento se llevó”

Protagonizó la icónica “Lo que el viento se llevó”

PARÍS.— Olivia de Havilland, una de las protagonistas de “Lo que el viento se llevó” (1939), falleció ayer a los 104 años, informaron medios de prensa, que citan a su publicista Lisa Goldberg.

Olivia, ganadora de dos Óscares y considerada la última leyenda viva de la época dorada del cine tras la muerte de Kirk Douglas a principios de año, murió pacíficamente de causas naturales en su casa de la capital francesa, donde vivía desde hacía más de 60 años.

Tuvo que ser en el mismo palacete de la rue Benouville donde Olivia terminó sus días, marcados por una rutilante carrera cinematográfica y su pasión por París, donde llevaba una existencia discreta pero de buen vivir.

A dos pasos del gran pulmón parisino, el bosque de Boulogne, y rodeado por embajadas y legaciones diplomáticas, el “hôtel particulier” (palacete) de Olivia era un centro de reuniones familiares y punto de encuentro para un selecto grupo de la alta burguesía.

“Llegué, vi y fui conquistada”. Así, parafraseando a Julio César, describió la actriz su relación con su país de adopción en sus hilarantes memorias, “Every Frenchman Has One”.

Aunque ganó las preciadas estatuillas por sus papeles en “To Each His Own” (1946) y “The Heiress” (1949), el personaje con el que quedó inmortalizada en el celuloide fue el de la estoica Melanie Hamilton en el clásico “Lo que el viento se llevó”, con el que, curiosamente, no ganó reconocimientos.

Otra de sus interpretaciones más celebradas fue el papel de Virginia Stuart en “The Snake Pit” (1948), una de las primeras cintas de Hollywood que representó las enfermedades mentales y que supuso uno de los mayores retos de su carrera.

Olivia marcó un punto de inflexión en la industria cinematográfica al ser una de las primeras actrices que llevó a juicio a su estudio, Warner Bros, en 1943 para liberarse de los aspectos más abusivos de su contrato.

Por aquel entonces, en Hollywood reinaba el conocido “star-system”, en el que los grandes estudios pulían a sus estrellas a cambio de controlar al máximo aspectos de su vida laboral y personal.

La demanda prosperó y cambió para sus compañeros de profesión la cláusula por la que los estudios podían pausar los contratos de sus intérpretes si no trabajaban y alargar las condiciones de exclusividad más allá del tiempo firmado.

En Hollywood esta decisión se conoce como “The De Havilland Decision (La Decisión de De Havilland)”.

“Nadie pensó que ganaría, pero después de hacerlo llegaron flores, cartas y telegramas de mis compañeros actores. Esto fue maravillosamente gratificante”, reveló la actriz en una entrevista concedida en 1992.

Olivia desembarcó en el palacete de la rue Benouville en octubre de 1953, cansada de Hollywood, y nunca más lo abandonó.

Allí vivía cuando contrajo matrimonio en segundas nupcias con el periodista del “Paris Match” Pierre Galante, padre de su hija Gisèle.

Y allí disfrutó a diario del encanto de la capital de Francia sin llegar nunca del todo a dominar su idioma.

“Mis amigos parisinos me señalan que mi francés está lastrado por un curioso acento yugoslavo, lo que no tiene ninguna razón de ser”, contaba irónicamente a un periodista del suplemento francés “Madame Figaro” hace una década.

En París aprendió también a hacer renuncias. A los 90 años prescindió de los zapatos de tacón. Cuatro años más tarde renunció a una copa de champán diaria: las dejó en solo dos.

Aunque siempre huyó de las entrevistas, muy ocasionalmente dejaba entrar a algún fotógrafo en su casa para ser retratada junto a los integrantes de su familia o en las clásicas estancias “parisiennes” de la mansión.

Y pese a ser una parisina más, hasta el punto de ser vecina del expresidente Valéry Giscard d’Estaing, siempre disfrutó del hecho de ser una extraña entre los franceses, como recordaba en su libro de memorias.

Su proverbial huida del mundo, que ha hecho que mucha gente haya descubierto que seguía viva, ya quedaba clara en “Every Frenchman Has One”. Entonces decidió titular su primer capítulo: “No estoy en absoluto segura de que sepan que estoy viva”. Fantástica ironía, teniendo en cuenta que escribió el libro en 1962.

“Cuando me pregunto si saben que vivo en Francia, estoy segura de que no, porque estoy convencida de que piensan que estoy pacíficamente enterrada en suelo americano. Si ése es el caso, los voy a sorprender. Caramba, estoy viva y vivo en Francia, no debajo sino sobre sólida piedra caliza. Además, hablo Francés Extranjero de Primera Clase”, relataba.

Y aun en ese magnífico papel de una americana en París, Francia siempre le estuvo agradecida. “Usted ha honrado a Francia por habernos escogido”, le dijo el presidente Nicolas Sarkozy en 2010 al darle la Legión de Honor en una ceremonia en el Palacio del Elíseo.— EFE y AP

Olivia de Havilland Perfil

En sus últimos años todavía recibía amigos en su hogar y respondía a sus fans.

Preferidas

En esos tiempos también hacía crucigramas y rompecabezas, y de vez en cuando veía películas en DVD. ¿Sus actrices favoritas? Meryl Streep y Kate Winslet.

Como música

Sobre las razones que la llevaron a elegir Francia: “La lista de lo que amo en los franceses no tiene fin: su vivacidad, su independencia, su amor por la vida, por la comida y por el vino, y su conversación. El francés es música para mis oídos”.

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