Ultimo adiós a Vicente Fernández
Los funerales, ayer, de Vicente Fernández (Foto de EFE)

A mí no me gustaba ni me gusta la música de Vicente Fernández. Ya está, lo dije. Pero debo reconocer que crecí con ella pues era lo que se escuchaba en mi niñez en el 99.9% de los pueblos yucatecos, porque era el fenómeno en ese momento en México. En los cines pasaban sus películas y las familias pudientes compraban sus discos LP, de esos que para los que hoy oyen música en línea no sería más que un comal negro. Y oían a “Chente” todo el bendito día.

La “QW, la Poderosa

En los setentas-ochentas, esa pasión por Vicente Fernández en Yucatán, en el país, la capitalizó la radiodifusora que por excelencia se escuchaba en los pueblos, la “QW, la Poderosa”, que era con la que se levantaba y se acostaba la gente del pueblo. Y esa estación de radio, más bien su programación, ocasionaba que el tiempo se detenga cuando el sol caía a plomo, cuando llegaba la hora de almorzar, porque tenía su hora dedicada al ídolo de Huentitán.

En los setentas-ochentas, “La hora de Vicente Fernández” era de lo más esperado a todo lo largo y ancho de Yucatán. Eran los años cuando las cosas costaba más tenerlas, cuando las familias hacían sus labores cotidianas acompañadas del eterno sonido de la radio, en AM –Amplitud Modulada–, porque la señal FM –Frecuencia Modulada– solo la escuchaban quienes tuvieran “lana” para contratar el servicio de energía eléctrica y tener un “estéreo” o “consola” con esa opción.

Radios de pilas tamaño D

El resto oía un aparato de radio, de esos que llevaban cuatro pilas tamaño D y tenían dos botones: encendido-volumen y sintonizador, y una correa para llevar a todos lados o colgarla en cualquier rama mientras se chapeaba o se construían paredes. Es decir, uno de esos artefactos que hoy día la generación que cancela todo lo que no le gusta, todo lo que le incomoda, difícilmente sabría cómo poner en funcionamiento, pues no sabrían o tardarían en comprender que había que girar unos botones  para que un hilo hiciera correr un “palito” que marcaba las frecuencias.

Y había que ser casi experto en abrir cajas fuertes para sintonizar perfectamente una estación, o estaríamos escuchando ese eterno, molesto ssshhhhhh que identifica a la radio AM. Por eso no se entiende que al día de hoy siga existiendo esa señal aunque pocos lo escuchen y la mayoría ya haya emigrado a Spotify y cuanto servicio de música digital salga al mercado.

“La muerte de un gallero”

Pero bueno, Vicente Fernández tenía el don de detener el tiempo en Yucatán, de crear zombis en los setentas, pues muchos dones o doñas sintonizaban casi mecánicamente, casi inconscientemente su radio para no dejar de oír “La ley del monte”, “Por tu maldito amor” o “La muerte de un gallero”, esta última salpicada de violencia y sangre de principio a fin que es inexplicable que los cancelatodo no la hayan censurado.

 Y fue por “La hora de Vicente Fernández” que muchos de los que nacimos en los setentas llevemos, como en la penca del maguey,  grabada en la mente “La ley del monte”, aunque quisiéramos pensar que nada es cierto, que son palabras, aunque volvamos a estar tranquilos porque al fin de cuentas, en este falso idilio, las pencas no hablan.– Mérida, Yucatán, diciembre de 2021

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Hipólito Pacheco Perera es Licenciado en Gastronomía.Tiene 29 años de experiencia en el periodismo. En 2019 se incorporó en una segunda etapa a Grupo Megamedia. Sus temas de especialidad son relacionados...