Foto: Megamedia

Franck Fernández Estrada (*)

El siglo XX fue generoso con las grandes estrellas femeninas del ballet clásico: Galina Ulánova, Alicia Markova, Margot Fontaine y Maya Plisétskaya son las más grandes del firmamento del ballet clásico mundial. Pero la primera de ellas, desde el punto de vista cronológico, fue Anna Pávlova.

Peterburguesa de nacimiento, nacida en febrero de 1881 en el seno de una familia extremadamente pobre. Ella misma decía que su padre había muerto cuando sólo tenía 2 años, pero se dice que era hija natural de un gran banquero ruso o quizás de un judío, por lo que la Pávlova nunca habló mucho de ese asunto. El hecho es que su madre era una pobre lavandera que hizo todos los esfuerzos para cubrir de amor y cariño a su hija, extremadamente delicada de salud por haber nacido antes de los 9 meses y ser muy delgada. A los 8 años su madre, con gran esfuerzo, la llevó a ver el ballet “La bella durmiente” en el Teatro Imperial Mariinsky. El flechazo por el ballet fue instantáneo y en ese momento la pequeña decidió que el ballet era su futuro, que sería bailarina, que sería una grande. Se presentó a la escuela de ballet del Mariinsky inmediatamente después y no fue aceptada por ser demasiado pequeña. Dos años más tarde, a sus diez, volvió a hacer el intento y fue aceptada.

Contrastaba con el resto de los estudiantes que eran fornidos y bien rollizos porque hasta entonces se consideraba que el ballet era un arte de mucho esfuerzo y para eso los bailarines debían ser corpulentos. Era el patito feo y objeto de bullying por parte de sus otros colegas. Fue con Anna Pávlova que nació el concepto de bailarina grácil, etérea y delgada que perdura hasta el día de hoy. En 1906 fue elevada al rango de Primera Bailarina de la compañía interpretando todos los grandes papeles del repertorio clásico del ballet, pero fue en 1905 que el bailarín y coreógrafo Mijaíl Fokín, a su pedido, le preparó un solo, un ballet que sería el que la llevaría al súmmum de la fama: La Muerte del Cisne, con música del compositor francés Camille Saint-Saëns y tomada de la obra “El Carnaval de los Animales”. La Pávlova también participó durante 2 años en la compañía de “Los Ballets Rusos” de Diáguiliev, pero se separó de la misma porque no le gustaban los movimientos del ballet contemporáneo, lo suyo era el ballet clásico, el puro, el verdadero.

Se dedicó en cuerpo y alma, como una monja, a su arte, que era su vida, sabiendo que ella era bailarina de 24 horas al día. Ni novios, ni fiestas, ni veladas. Pero un día el amor llamó a su puerta y llamó representado por el apuesto Víctor Dandré, joven banquero peterburgués. El señor Dandré alquiló un elegante apartamento donde vivían en completo secreto hasta que ella entendió que, debido a la diferencia social de sus orígenes, él nunca se casaría con ella. Con gran dolor Anna decidió abandonarlo. No quería ser “la amante”. Víctor hizo muy malos negocios que lo arruinaron completamente y lo llevaron a la cárcel. Por su parte, la Pávlova obtuvo un contrato de 3 años con un teatro londinense y, con ese dinero, logró sacar de la cárcel a su amado Víctor que no tenía ni siquiera para pagar su fianza. Se casaron clandestinamente y juntos formaron una compañía de ballet paseando su arte por todo el mundo. Ella bailaba y él administraba.

Estuvo en México en varias ocasiones y una vez bailó en el Toreo de la Condesa ante 16,000 espectadores una Fantasía Mexicana, un Jarabe Tapatío… pero con zapatillas de ballet. En sus viajes por todo el mundo también se interesó por las danzas típicas de Japón y la India. Bailaba entre 8 y 9 funciones a la semana y sólo se permitía descansar el 31 de diciembre. Se calcula que en su vida bailó en unas 4 mil funciones de ballet.

En un viaje de una de sus múltiples giras europeas que la llevaba a Holanda, el tren tuvo un accidente de noche en el medio de la nada. Era invierno, la temperatura era muy baja y ella salió en camisón de noche, mal abrigada, a socorrer a los heridos. Decisión fatal. De ahí a una neumonía que le cegó la vida. Así moría el cisne, una vez más, pero esta vez de verdad, después de 25 años de representar su gran éxito, “La Muerte del Cisne”. Esa noche en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo la orquesta interpretó la música de La Muerte del Cisne con un reflector sobre el escenario.

Traductor, intérprete y filólogoaltus@sureste.com

 

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