La semana pasada platicamos sobre la energía del “te lo dije” y cómo, detrás de ella, suele haber más juicio que compasión.

Hoy quiero ir a un nivel más profundo: ¿cuántas veces creemos que buscamos aceptación… cuando en realidad queremos admiración? ¿Y cuántas veces esa necesidad viene, no del amor, sino del dolor?

Me ha pasado. Creía que buscaba ser aceptado, pero lo que realmente anhelaba era que ciertas personas me reconocieran. No sólo eso: que me vieran como “más”, más valioso, más interesante… incluso más que ellas.

Y cuando descubrí eso, me di cuenta de que no era una búsqueda de amor propio. Era ego, era carencia, era soberbia.

Muchas veces ponemos límites creyendo que lo hacemos desde el amor, pero en realidad los ponemos desde el resentimiento.

¿Y qué hay debajo de eso? Heridas. Como dice Abraham Hicks, para llegar a estados de realización, hay que pasar por otras frecuencias: miedo, culpa, ira… y así, ir subiendo hasta alcanzar la aceptación.

El problema es cuando creemos que ya estamos ahí, pero seguimos actuando desde un lugar herido.

A veces no estamos buscando que nos quieran, sino que nos admiren. Y eso no es malo… si somos conscientes. Porque desde esa inconsciencia construimos relaciones con expectativas tóxicas: queremos amor, pero también que nos validen, reconozcan, que nos vean “superiores”.

Hoy te invito a que revises desde dónde estás actuando. ¿Desde el amor, desde la comparación, desde el deseo de venganza? ¿De verdad buscas sanar o estás esperando que el otro falle para decirle “te lo dije”?

Mi nombre es Alejandro Granja Peniche y comparto esto porque me estoy observando. Porque en ese proceso de conocerme, quiero convivir contigo.
Cuéntame: ¿cuál es una relación en tu vida donde confundiste aceptación con admiración? Nos leemos el próximo lunes.