CIUDAD DE MÉXICO.— El Nican Mopohua es un documento cuya creación ha sido atribuida a Antonio Valeriano (Azcapotzalco, 1522? – 1605), gobernante indígena de Tenochtitlán, quien fue rector del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, dirigido por los franciscanos.
Fue discípulo y asistente de fray Bernandino de Sahagún y de fray Andrés de Olmos, ambos misioneros franciscanos estudiosos de la lengua náhuatl.
A Antonio Valeriano se le atribuye la creación del Nican mopohua del cual, una copia parcial del antiguo manuscrito, que data del año 1556, se encuentra en la Biblioteca Pública de Nueva York y una copia completa se encuentra en el Centro de Estudios de Historia de México, de Grupo Carso.
Aparición de la Virgen María a Juan Diego

En realidad, “Nican mopohua” son las primeras palabras del título del documento que hace referencia a las apariciones de la Virgen María al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin, ocurridas en 1531, en el cerro del Tepeyac, escrito en lengua náhuatl.
Al mismo tiempo, el Nican Mopohua está contenido en un libro más extenso titulado: Huei Tlamahuiçoltica o El Gran Acontecimiento, que fue publicado en el año 1649.
El título de la obra es: Huei tlamahuiçoltica omonexitì in ilhuicac tlàtòcaçihuapilli Santa Maria totlaçònantzin Guadalupe in nican huei altepenahuac Mexìco itocayòcan Tepeyacac (El gran acontecimiento con que se le apareció la Señora Reina del cielo Santa María, nuestra querida Madre de Guadalupe, aquí cerca de la Ciudad de México, en el lugar nombrado Tepeyac).
Antonio Valeriano falleció en 1605 y fue enterrado en el convento franciscano de la ciudad de México.
¿Por qué la Virgen María se le apareció a Juan Diego?

De acuerdo con la narración del Nican Mopohua, la Virgen María se le apareció al indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin, para pedirle que se presentara ante el obispo de México, que en ese momento era Juan de Zumárraga, y le pidiera que le erigiera un templo en el cerro del Tepeyac.
El documento explica que Juan Diego cumplió la encomienda que le hizo la Virgen, acudió al obispo y le dio a conocer la solicitud.
El obispo no tomó en serio la petición y le dijo a Juan Diego que volviera en otro momento y le contara de nuevo lo que la Virgen le había pedido.
Juan Diego le pide a la Virgen cambiar de emisario

El Nican Mopohua explica que Juan Diego regresó al cerro del Tepeyac, donde se encontró de nuevo con la Virgen María y le dio a conocer la respuesta del obispo, incluso, le pidió que enviara a otra personas a cumplir la solicitud.
“Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy la cuerda de los cargadores, en verdad soy parihuela, sólo soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mí detenerme allá a donde me envías, mi Muchachita, mi Hija la más pequeña, Señora, mi Niña”, dijo Juan Diego, según el documento histórico.
La Virgen María explicó al indígena que era necesario que él cumpliera su petición y que, al día siguiente, volviera a ver al obispo y le pidiera la construcción del templo en el cerro del Tepeyac.
Juan Diego es seguido

El indígena chichimeca cumplió, volvió a ver al obispo para hacerle la petición de la Virgen.
Tras insistir, el obispo recibió a Juan Diego, escuchó de nuevo su petición y lo cuestionó sobre diversos aspectos, le preguntó dónde había visto a la Virgen, cómo era Ella, entre otras cosas.
Juan Diego respondió que, “Ella era la Perfecta Virgen, la Amable, Maravillosa Madre de Nuestro Salvador, Nuestro Señor Jesucristo”.
El obispo explicó al indígena chichimeca que su palabra no bastaba para cumplir su petición, que era necesaria “alguna señal para que bien pudiera ser creído cómo a él lo enviaba como mensajero la Reina del Cielo en persona”.
Juan Diego se retiró para encontrarse de nuevo con la Virgen y, en cuanto él salió, el obispo lo hizo seguir, sin embargo, los enviados del sacerdote se perdieron en el camino y regresaron diciendo al obispo que no le creyera a Juan Diego.
La Virgen ofrece entregar la prueba solicitada

El documento adjudicado a Antonio Valeriano explica que, en un nuevo encuentro entre la Virgen María y Juan Diego, él le explicó la solicitud del obispo y ella le pidió que regresara al día siguiente al cerro del Tepeyac para obtener la prueba que le entregaría al obispo.
Enferma el tío de Juan Diego
El Nican Mopohua explica que, al llegar a su casa, Juan Diego encontró a su tío Juan Bernardino muy enfermo, al parecer, en agonía. Juan Diego cuidó de él el resto del día y el día siguiente. Por la noche, Bernardino pidió a Juan Diego que al día siguiente fuera a Tlatelolco a pedir a alguno de los sacerdotes que fuera a confesarlo.
Al día siguiente, Juan Diego se dispuso a cumplir la solicitud de su tío y, para no distraerse, evitó pasar por el lugar donde se había encontrado con la Virgen María, sin embargo, ella le salió al paso y le preguntó que qué pasaba y a dónde iba.
Él le explicó la situación y ella le aseguró que su tío Juan Bernardino ya estaba sano, “Que no te acongoje la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora, ten por cierto que ya sanó”, le dijo la Virgen a Juan Diego.
La Virgen le pide a Juan Diego llevar la prueba al obispo
También le pidió que cumpliera con la solicitud del obispo y le llevara la prueba que le habían solicitado. Le dijo que subiera al cerro, tomara alguna de las flores que ahí iba a encontrar y se las llevara. Juan Diego así lo hizo, subió al cerro, tomó las flores y regresó al sitio donde se había aparecido la Virgen María.
“Por cierto que en la cumbre del cerrito no se daban ningunas flores, porque es pedregoso, hay abrojos, plantas con espinas, nopaleras, abundancia de mezquites”, narra el Nican Mopohua.
El documento explica que la Virgen tomó las flores y las depositó de nuevo en la tilma de Juan Diego, y le dijo: “Hijo mío, el más pequeño, estas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo y que por ello realice mi querer, mi voluntad; y tú, tú que eres mi mensajero, en ti absolutamente se deposita la confianza. Y mucho te ordeno con rigor que únicamente a solas, en la presencia del Obispo, extiendas tu tilma y le muestres lo que llevas”.
Juan Diego pide ver de nuevo al obispo
Juan Diego hizo lo que la Virgen le solicitó, regresó a la casa del Obispo y pidió hablar con él. El portero y los servidores del obispo no lo querían dejar pasar. Al cabo de un buen tiempo, se aceraron al indígena chichimeca para saber qué tenía en su tilma y vieron que se trataba de varias flores.
El Nican Mopohua explica que se trataba de “variadas flores como las de Castilla, y como no era tiempo entonces de que se dieran, mucho se admiraron, de que estaban muy frescas, con sus corolas abiertas, lo bien que olían, preciosas”.
Los servidores del obispo no logran tomar las flores
El documento también señala que los servidores del obispo intentaron tomar algunas de las flores pero no lo consiguieron, al parecer, cuando intentaban tomarlas, “ya no veían las flores, sino como una pintura o un bordado, o cosidas en la tilma las veían”.
Los servidores avisaron al obispo de lo que estaba ocurriendo y éste salió al encuentro de Juan Diego.
El Nican Mopohua detalla lo que Juan Diego explicó al obispo: “Y me mandó a la cumbre del cerrito en donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas flores como las de Castilla. Y yo las fui a cortar, se las fui a llevar allá abajo; y con sus venerables manos las tomó. Luego, de nuevo, las puso en el hueco de mi tilma para que te las viniera a traer, para que a ti personalmente te las entregara”.
Y agrega el documento, “Y Ella me dijo que de su parte te las diera, y que así yo probaría; para que tú vieras la señal que le pedías para realizar su venerable voluntad, y para que aparezca que es verdad mi palabra, mi mensaje. Aquí las tienes; hazme favor de recibirlas”.
La tilma se convirtió en la señal de la Virgen

La narración de Antonio Valeriano señala que, al extender Juan Diego su tilma, en donde estaban las flores, éstas cayeron al suelo y, en ese momento la tilma se convirtió en la señal, en ella se apareció de la imagen de la Virgen María, como se conserva hasta el día de hoy en la basílica del Tepeyac, que finalmente lleva el nombre de Guadalupe.
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