La convivencia con sus pares ha llevado a personas mayores a recuperar la alegría cotidiana y, en algunos casos, encontrar un nuevo amor
La convivencia con sus pares ha llevado a personas mayores a recuperar la alegría cotidiana y, en algunos casos, encontrar un nuevo amor

En una sociedad que idealiza la juventud y asocia el amor con la piel tersa, los proyectos nuevos y las primeras veces, hablar de afectos y rupturas en la vejez sigue siendo un tema que incomoda o, peor aún, se ignora. Pero las emociones no envejecen.

En Yucatán, donde más de 280 mil personas tienen 60 años o más, la necesidad de comprender cómo viven las personas mayores el amor, el duelo y la compañía se vuelve cada vez más urgente.

La doctora Ligia Vera Gamboa, del Centro de Investigaciones Regionales “Doctor Hideyo Noguchi” de la Universidad Autónoma de Yucatán (Uady), lleva años estudiando la sexualidad y los procesos de envejecimiento.

En este punto, aclara que el término “adultos mayores”, aunque sigue siendo de uso común, ha quedado atrás en los marcos internacionales. Hoy se prefiere hablar de “personas mayores”, una expresión más respetuosa que pone el énfasis en la persona antes que en la edad.

“No son una categoría aparte ni una etiqueta demográfica; en cualquier etapa de la vida seguimos siendo personas con historia, derechos y deseos”, puntualiza la especialista, al subrayar la importancia del lenguaje en la construcción de una sociedad más incluyente y libre de prejuicios.

“El amor, el deseo y la necesidad de afecto no desaparecen con los años. La sexualidad forma parte inherente del ser humano desde antes de nacer hasta el último día de la vida, manifestándose de diferentes maneras”, indica.

A pesar de ello, explica, vivimos aún bajo los efectos del edadismo, término que la Organización Mundial de la Salud utiliza para describir los prejuicios o estereotipos asociados con la edad. En el caso de las personas mayores, se traduce en la idea de que ya no son productivas, útiles ni capaces de desear.

“Se asume que al llegar a una edad determinada ya no tienen interés por su vida emocional o sexual, y eso es totalmente falso. Lo que ocurre es que lo viven de manera distinta”, apunta.

En su experiencia, el principal obstáculo que afrontan las personas mayores al pasar por una ruptura o pérdida amorosa no es solo el duelo en sí, sino la falta de validación. “Cuando una persona mayor pierde a su pareja, el entorno tiende a minimizar su dolor, como si fuera algo que ya no importa o que ‘a su edad’ debe superarse rápido. Pero el sufrimiento afectivo es real, y en esta etapa de la vida puede ser incluso más complejo, porque el contexto social y familiar influye mucho en cómo se vive”, explica.

Vera Gamboa recuerda que la soledad es uno de los factores más dolorosos para las personas mayores, especialmente cuando se combinan la pérdida de la pareja, el retiro laboral y el distanciamiento de los hijos. “Una pérdida amorosa a esa edad puede implicar no solo la ausencia de alguien querido, sino también una ruptura con la rutina, con la compañía cotidiana, con los proyectos compartidos. A veces, detrás del silencio hay un duelo que nadie ve”.

Para la investigadora, el papel de la familia es determinante. “A veces pensamos que los estamos cuidando al dejarlos en casa, cuando en realidad los estamos aislando. Si hay una reunión familiar, una fiesta o una salida, hay que llevarlos, integrarlos, permitirles convivir. No se trata de sobreproteger, sino de incluirlos en la vida social”.

Dice que en algunos espacios de Mérida —como las casas de día o espacios destinados a actividades para personas mayores— ha podido ver cómo se transforman cuando recuperan la alegría de convivir, bailar, reír o simplemente platicar. “Ahí se fortalecen los vínculos de amistad, y no pocas veces surgen vínculos afectivos nuevos. Porque sí, también se enamoran”.

Aunque no siempre las familias reciben con agrado la noticia de una nueva relación en la vida de sus padres o abuelos, la doctora sostiene que el derecho a amar no tiene fecha de caducidad. “Recuerdo el caso de un tío que, ya siendo persona mayor, conoció a alguien y decidió casarse. Afortunadamente su familia lo apoyó. Pero en muchos otros casos no es así. A veces las familias juzgan, piensan que la nueva pareja solo se va a aprovechar o se burlan. Y eso es injusto, porque tienen derecho a su autonomía, a decidir con quién quieren compartir su vida, a volver a sentirse acompañados”.

El amor en la vejez, agrega, no debe entenderse como una extravagancia ni como una segunda adolescencia, sino como una continuidad natural de la vida emocional. “Hay personas mayores que viven relaciones sexoafectivas, que buscan cariño, intimidad, ternura. No piden permiso. Y tampoco tendrían por qué hacerlo. Lo que sí debemos hacer los demás es respetar su privacidad y apoyarles emocionalmente”.

La doctora Vera Gamboa señala que en estas nuevas relaciones también es importante cuidar la salud integral. “A veces, las personas mayores no piensan en el uso del condón o las infecciones de transmisión sexual, porque asocian el riesgo solo con el embarazo. Pero el deseo sigue vivo, y con él, la necesidad de educación sexual y de acompañamiento médico, sin tabúes”.

Más allá de lo biológico, el reto mayor está en lo cultural. El edadismo —o adultismo, como también se le llama— sigue impregnando los gestos cotidianos. Expresiones como “ya no está para eso”, “a su edad, qué necesidad” o “ya que se conforme con los nietos” reproducen una idea de obsolescencia emocional.

“El problema es que ese discurso lo terminan creyendo ellos mismos. Y entonces aparece la culpa, el sentir que ya no deben enamorarse, que ya no se vale”.

Sin embargo, la investigadora insiste en que cada historia es diferente. “Depende mucho del contexto de vida, de las experiencias previas, del nivel de autoestima. Hay personas mayores que han tenido relaciones afectivas satisfactorias y se sienten seguras de abrirse de nuevo al amor, y hay otras que, por haber vivido rechazo o malos tratos, lo sienten más difícil. Pero en ambos casos, el derecho a decidir sigue siendo suyo”.

En ese sentido, el acompañamiento de la familia puede marcar la diferencia. Escuchar, no juzgar, validar sus emociones y fomentar la socialización son pequeñas acciones que transforman el modo en que las personas mayores viven su duelo o su nueva relación. “No se trata de empujarlos a tener pareja, sino de recordarles que no están solos y que la vida sigue teniendo sentido, incluso después de una pérdida”.

“Durante décadas, muchas parejas del mismo sexo vivieron juntas sin poder reconocerse legalmente. Si uno fallecía, el otro podía perderlo todo porque la familia no reconocía su relación. Hoy, con el matrimonio igualitario, al menos se abre una puerta de protección y de reconocimiento. Falta mucho, sí, pero el mundo ya cambió”, señala.

“Yo siempre digo que la persona mayor, como el buen vino, gana con el tiempo. Y eso incluye también la forma en que ama”, finaliza.— Darinka Ruiz Morimoto

De un vistazo

Derecho de todos

“Todas las personas tenemos derecho a disfrutar de la vida”, enfatiza la investigadora Ligia Vera Gamboa. “No dejen que las opiniones externas les roben esa posibilidad”.

Camino a la felicidad

“Al final, quien va a vivir o a ser feliz o infeliz soy yo. Busquen lo que les genere bienestar y les lleve a la felicidad”.

No se apaga el deseo

Y es que, como dice ella, el paso de los años no apaga el deseo ni la ternura. Cambian los ritmos, cambian las prioridades, pero el corazón sigue siendo el mismo. En los rostros de quienes se toman de la mano en los bailes del parque de Santiago o en los que sonríen al recordar una vieja carta se desmiente la idea de que el amor tiene edad.

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