Eduardo R. Huchim (*)
Cuando pienso en la muerte, invariablemente recuerdo a “La dama del alba”, de Alejandro Casona, en uno de cuyos pasajes el Abuelo le dice a Peregrina:
—No puedes negar tus instintos. Eres traidora y cruel.
Y Peregrina le responde:
—Cuando los hombres me empujáis unos contra otros, sí. Pero cuando me dejáis llegar por mi propio paso… ¡cuánta ternura al desatar los nudos últimos! ¡Y qué sonrisas de paz en el filo de la madrugada!
Así me imagino que fue, el pasado 7 de julio, el trance vital-mortal de Carlos Menéndez Navarrete, tercer director de Diario de Yucatán, quien antes de serlo pasó —a partir de 1952— por las diferentes tareas en la manufactura intelectual y material de un periódico que en 2020 cumplió 95 años de fundado. Antes de asumir en 1986 la dirección del Diario, a la muerte de su padre, Abel Menéndez Romero, Carlos fue linotipista, corrector de pruebas, formador de planas en metal, reportero, cronista, editor y editorialista.
Estuvo 23 años en la dirección del Diario fundado por su abuelo, Carlos R. Menéndez, patriarca del periodismo yucateco que triunfó sobre ataques a sus periódicos e incluso al incendio de sus instalaciones por agentes gubernamentales.
Bajo la dirección de Carlos, el nieto, el periódico vivió un notable auge y afrontó períodos de boicot publicitario (de empresarios presionados) y de asedio de los gobiernos priistas intolerantes con la crítica y la pluralidad política. Una pluralidad que se hizo presente en 1968 con Víctor Manuel Correa Rachó, quien ganó el Ayuntamiento de Mérida postulado por el PAN, y llegó a su clímax en 2001, cuando el también panista Patricio Patrón Laviada ganó la gubernatura de Yucatán.
Esa alternancia, ahora normal en México, seguramente se habría demorado más en la Península sin la tarea informativa y crítica del Diario, buque insignia del actual Grupo Megamedia, impulsado y dirigido por Carlos Menéndez Losa.
Lo recuerdo con guayabera de manga corta, sentado frente a su máquina de escribir, con los ojos hacia arriba, mirando hacia ninguna parte, pensando… Y mientras pensaba y mientras escribía y mientras fumaba, movía incesantemente las piernas. Al terminar, sacaba la cuartilla de la Olivetti o la Remington, hacía las últimas correcciones a mano y la entregaba al linotipista.
Yo era, en la segunda mitad de los sesentas del siglo XX, un aprendiz de reportero. “Todavía no das pie con bola”, me dijo un día al entregarle una nota rutinaria, porque todavía no redactaba yo conforme a los estándares del periódico. La frase hizo mella en mí. Jamás volvería a decirme algo semejante en los 16 años que trabajé con él. Es decir, aprendí a escribir. También a corregir estilo, cabecear y coordinar la edición.
Uno o dos años después me dijo, a propósito de una cabeza o texto que le estaba costando trabajo redactar: “Mira, hazlo tú que en el aire las compones”. Junto a él aprendí a articular la nota, el reportaje, el editorial.
Lo recuerdo una madrugada entrando con pie firme a las instalaciones de la entonces Policía de Mérida. Carlos, ya subdirector del periódico, acudió a reportear directamente el despojo que el gobierno estatal estaba cometiendo, al asumir el control de la corporación, para debilitar la que estaba siendo una brillante gestión de Correa Rachó.
Una de sus batallas contra la corrupción fue, en los sesentas, contra un fraude con obras de introducción del agua potable, durante el gobierno de Torres Mesías, al que Carlos no dudó en acusar explícitamente de no administrar con rectitud y honradez los fondos públicos, acusación infrecuente en aquellos años. Francisco Solís Aznar, médico, y Alejandro Gómory Aguilar, empresario, también participaron, desde la sociedad civil, en aquella batalla.
Carlos Rubén Menéndez Navarrete, cristiano practicante y comprometido, profesaba una fe que tiene en la resurrección su norte y su esperanza, la seguridad de que la muerte es estación de paso y no terminal. Por ello, al hablar de algunos trazos de su vida, es pertinente recordar a John Donne, el poeta metafísico que en su “Death, do not be proud”, le dice a la parca:
“Aquellos a quienes crees poder derribar / no mueren, pobre Muerte; y tampoco puedes matarme a mí…./ Después de un breve sueño, despertaremos eternamente / y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!”— Ciudad de México.
omnia08@gmail.com
@EduardoRHuchim
Periodista
