Poco tiempo antes que volviera me habían dicho que todavía se hacían aquellos legendarios “huevos malagueños” en El Cordobés, en Progreso, uno de las cafés más tradicionales de Yucatán.

Ya con la certeza nos dimos cita una mañana los doctores Navarrete Jaimes y Navarrete Ruiz del Hoyo, Luises de primer nombre. Abrimos la mañana con el delicioso café. Me impresiona el sitio: ni ante el arribo de los cruceros se transforma. Apenas escribo esto hago una corrección: había en las mesas unos floreros con unas pequeñas y discretas flores. Llegado el momento pedimos el plato que nos convocaba.

La receta de los “huevos malagueños” incluye sesos, camarones, jamón y una salsa de tomate que da cobijo a los huevos horneados más que fritos. Nos ocupamos del Dr. Eduardo Urzaiz Rodríguez. Conté una anécdota que no recordaba haberla narrado antes: en la revista “El Hijo Pródigo”, en la que participaba Octavio Paz, y que pertenece a la familia de revistas a las que dedicó su pasión editorial: “Barandal”, “Taller”, “El Hijo Pródigo”, “Plural” y “Vuelta”, publicó el “Viejo Urzaiz” un ensayo notable: “El Espíritu Varonil de Sor Juana”.

Di la cita: “Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe”, un gran libro escrito por el Nóbel mexicano y en el que cita a tres yucatecos: Jorge Ignacio Rubio Mañé, Ermilo Abreu Gómez y Eduardo Urzaiz Rodríguez.

Desde hace tiempo sé que Rubio Mañé es pariente nuestro, su señora madre era Mañé Navarrete. Nos detuvimos en el Dr. Gustavo Casares Rendón, médico eminente que hizo estudios en Nueva York y se especializó en cáncer trayendo a Yucatán procedimientos nuevos para su curación. Tanto el radio como ciertas técnicas quirúrgicas modernas se debieron al talento de Casares Rendón. También hablamos de sus maestros en Mérida, en La Habana y en los Estados Unidos.

Cuando trajeron los platos con los huevos pedimos el complemento: un frijol refrito digno de todo un poema del Duque Job. El francés exquisito daba la nota complementaria, apenas necesaria para extasiarse con los huevos de la provincia de Málaga, donde quizás ni siquiera sean conocidos.

No habíamos terminado cuando de una de las mesas cercanas se levantó una señora joven, sin ser una muchacha, y preguntó: “¿Usted es el doctor Luis Alberto Navarrete Ruiz del Hoyo?” “Sí, a sus órdenes”, obtuvo por respuesta. La señora narró emocionada que el Dr. Navarrete Ruiz del Hoyo había operado siete veces a su hermana menor en el Hospital O´Horán hasta que la niña vivió aunque estaba en los huesos.

“Sí me acuerdo”, dijo el Dr. Navarrete Ruiz del Hoyo, que conserva su brillante y mítica memoria, ésta que es la biblioteca de la inteligencia. “Se le alimentaba por gotero”, abundó el Dr Navarrete Ruiz del Hoyo. “Le voy a decir a mi mamá que lo vi y a mi hermana. Mi mamá lo venera”, dijo la señora joven.

Nada puede valer más para un médico que un gesto de esta naturaleza. Para cualquiera que haga con pasión su trabajo el reconocimiento sencillo pero intenso y feliz de alguien en la calle es más que un premio otorgado por una institución. Evoqué unos versos de Sor Juana, al fin y al cabo había estado presente en la conversación:

“Muerte puede dar cualquiera;

vida, solo puede hacerlo

Dios: luego solo con darla

podéis a Dios pareceos”.

Me llamó la atención que los doctores Navarrete, tan devotos de la memoria, no me lo hayan pedido para cerrar nuestro desayuno de “huevos malagueños” en el legendario El Cordobés.

Hoy también evoco una frase de mi querido amigo Trino Molina Casares:

“El Dr Navarrete Ruiz del Hoyo es el rostro humano de la medicina en Yucatán”.

No tenemos una idea clara de la muerte porque la vemos desde la vida pero apenas podemos decir: descanse en paz el doctor.— Mérida, Yucatán.

*Cronista de la ciudad

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