Catón

“Anoche volví loco a mi marido en la cama”. Eso declaró doña Viesa en la merienda de los jueves. Las señoras pararon oreja, interesadas y curiosas, y una de ellas preguntó: “¿Qué le hiciste?” Contestó ella: “Le escondí la tablet, y no podía ver el último episodio de su serie”…

Don Geminiano tenía algo de astrólogo. Creía en las cosas del zodíaco, las constelaciones, las cartas astrales, etcétera. Interrogó a una linda chica: “¿Bajo qué signo fuiste concebida?” Respondió con sinceridad la joven: “Bajo uno que decía: ‘No pise el césped’”. Volvió a inquirir don Geminiano: “Y ¿cuál es tu signo?” “El de pesos”, replicó la chica con igual franqueza…

Vienen a mi recuerdo en este punto los sentidos versos que, con el dolor que causa lo que pudo ser y no fue, escribió López Velarde: “Y pensar que pudimos / al rendir la jornada, / bajo la sosegada / sombra de tu portal y en una suave / conjunción de existencias, / ver las cintilaciones del zodíaco / sobre la sombra de nuestras conciencias”. De memoria he citado el poema; no sé si habré citado bien…

La amada eterna siempre quiso conocer los Santos Lugares. A mí, lo digo con moderada pena, nunca me atrajo ir allá. Respeto, y aun admiro por su fe y su religiosidad, a quienes desean visitar esos sagrados sitios, pero para quien esto escribe los santos lugares son Saltillo, Arteaga, el Jagüey de Ferniza y el Potrero de Ábrego. Comoquiera hicimos el viaje a Israel, y sucedió que el crucero en el cual íbamos no pudo llegar a puerto por causa de un ataque terrorista habido contra ese país tan nuevo, tan antiguo. La naviera no se atrevió a poner en riesgo la vida de sus pasajeros. Nos devolvieron lo que habíamos pagado para tomar el respectivo tour y nos regalaron 100 dólares a cada uno en mercancía de las tiendas del barco, a modo de consuelo o compensación.

En esa región del mundo el estado de guerra es casi permanente. Tal parece que las naciones que ahí se hallan jamás conocerán la paz. En Tierra Santa no rigen las palabras del Rabí: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”.

En los lugares donde anduvo Nuestro Señor Jesucristo ahora no podría andar. Y ni siquiera tendría la compensación o consuelo de los 100 dólares que nosotros recibimos…

Cuando aquella mujer entró en la sala se hizo un silencio glacial. Y es que tenía mala fama: valida de sus impúdicos encantos seducía a los maridos de las demás mujeres. Por su culpa muchos matrimonios habían acabado en divorcio.

Don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia, fue hacia ella y le preguntó: “Disculpe: ¿es usted la destructora de hogares?”. Respondió la mujer: “Así me dicen”. Le pidió él tímidamente: “¿Sería tan amable de destruir el mío?”..

No es la primera vez que se habla aquí de El Ensalivadero. Es un paraje alejado de la ciudad, oscuro y solitario, al que acuden por la noche en su automóvil las parejitas de novios en trance de ardimiento. El sitio tiene su código de conducta. Si un novato llega con las luces de su vehículo encendidas, el claxon de todos los demás suena en señal de enojo y de protesta. Nadie gusta de ser visto, y por lo tanto nadie ve. En El Ensalivadero, y en el asiento de atrás del coche, Kalentina le pidió con acezoso acento y respiración jadeante a su novio Libidiano: “¡Bésame, Libi! ¡Bésame como en las películas?”. Preguntó él: “¿Cómo en las películas que ves tú o como en las películas que veo yo?” (En las películas que veía ella los besos eran en los labios. En las que veía él eran en todas partes, menos en los labios… Babalucas vio una película porno y comentó despectivamente acerca del actor, que se ocupaba en eróticas oralidades: “El pend… no sabe ni dónde se dan los besos”).— Saltillo, Coahuila.

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