Ineludible en la semana que concluye es el tema relacionado con los cambios en la Orquesta Sinfónica de Yucatán. Interesantes mensajes deja la situación alrededor de la OSY, entre ellos, de manera destacada, la impronta que marca hacer una mala gestión en un tema delicado.

Los pasos equivocados en las formas convirtieron lo que sería un cambio, evolutivo o no, necesario quizás, y con objetivos claros, en un sainete de vodevil.

Hay un plan detrás del cambio, entre otras cosas, para darle viabilidad financiera a la sinfónica. Consiste en acercarla a la gente, según han comunicado las personas a cargo. Se trata de popularizarla —no se entienda como chabacanizarla—, es decir, acercarla a la gente de a pie. Sacarla de su burbuja. Interesante plan.

Pero, contrario a que el debate se centre en la viabilidad de la propuesta, el enriquecimiento de la expansión cultural y los eventuales beneficios sociales, la mala gestión ha propiciado que el tema sea la vergonzosa patada que le propinaron al director Juan Carlos Lomónaco. Si eso le hicieron a uno de los más prominentes directores de orquesta en México, qué le espera a cualquier funcionario de cuarta de la Secretaría de Cultura estatal.

No quedaba claro a quién atribuir la autoría del puntapié, pues se ignora a ciencia cierta quién es la cabeza: si la presidencia del fideicomiso, el patronato, el gobierno del Estado, etc. Pero ayer, en un comunicado, el patronato aclaró que el director era un empleado del gobierno.

Al ser la Secretaría de Cultura quien lleva la representación gubernamental en este caso, no hace falta mucho cacumen para concluir que la autoría de la patada recayó en esa dependencia.

Mala cosa para la cultura en momentos en que México carece de políticas culturales serias y sostenibles. Esto pasa en el Estado justo cuando en el país hay un enorme desdén hacia los asuntos culturales.

Esa vergonzosa forma de desplazar, más que despedir, al director de la orquesta, nos hace preguntarnos ¿qué clase de comportamiento es ese del Estado que supuestamente abre los brazos a todos? ¿Del Estado que hace esfuerzos por presentarse como una magnífica opción para invertir? ¿Un estado que busca salir del aislamiento en el que por años había permanecido?

¿Es esa la forma de tratar a quien viene a contribuir?

Y si se llega a la conclusión de que “a lo hecho, pecho”, no perdamos de vista que la cultura pide a gritos ser tomada en cuenta por éste y cualquier gobierno, estatal, federal, municipal.

Si bien al tener una orquesta sinfónica de primer nivel y la segunda feria del libro más relevante del país, Yucatán parece un estado culto, hay que preguntarse si en verdad es así. ¿O acaso la cultura se queda en una burbuja donde sólo tiene acceso la élite?

Porque, a juzgar por la cantidad de gente que llega a la OSY y a la Filey, no pareciera ser tan culto Yucatán. Y, a juzgar por el nivel socioeconómico promedio en el Estado y que a la gran mayoría de la población la música culta y los libros le valen dos cacahuates y ocupan el último lugar en su escala de prioridades, prácticamente no lo es.

Así pues, si no se les acercan la música y los libros, será más difícil que se acerquen a ellos por manifestación espontánea. Y si a la Secretaría de Cultura la ídem no le importa gran cosa, a la de Educación, menos.

Pero, vamos, no seamos ni tan pesimistas. Yucatán no está en la lona. De acuerdo con el censo 2020 del INEGI, el 6% de la población mayor de 15 años es analfabeta, una abrumadora mayoría de ella es de 60 años o más. Somos el octavo estado más analfabeta del país, en mejores condiciones que Puebla y Michoacán, y ni qué decir de Oaxaca y el número uno de esta lista ignominiosa: Chiapas. En el país el indicador es de 4.7%.

Si lo vemos por el lado positivo, el 96% de los chavitos de 6 a 14 años asiste a la escuela. Estamos por arriba del promedio nacional, de 94%.

Además, el grado promedio de escolaridad en Yucatán, siempre de la población de 15 años y más, es de 9.6, prácticamente perech con el promedio nacional, de 9.7%. Somos el número 21 en este renglón, por arriba de nuevo de Puebla y Michoacán, incluso de Hidalgo y Campeche, y otra vez ni qué decir de los eternos coleros en educación: Guerrero, Oaxaca y Chiapas.

La propuesta, entonces, de sacar de su burbuja a la música y hacerla explotar para que inunde al Estado luce atractiva, y es una buena idea para ser imitada por la Filey. Hay terreno por cultivar.

¿Es una vacilada acercar la OSY a la gente de a pie? Si acaso lo es, ya se verá. Pero el solo intento es encomiable. La música es una magnífica herramienta para alejar a la niñez de distractores funestos para su salud y comportamiento social. Y con igual potencia actúa la lectura: aleja de situaciones y vicios nefastos.

Pienso en el adolescente que una vez, por causa desconocida o, mejor dicho, irrecordable, se vio con “Viaje al centro de la tierra” en las manos y, con parsimonia, empezó a absorber sus letras, y las letras se convirtieron en palabras y éstas en frases y las frases en historias inauditas que lo imbuyeron en un mundo cuya existencia ignoraba hasta entonces. Terminó así convencido, hasta el día de hoy, que no hay cosa más real que el mundo descrito por Julio Verne al que se llega por los volcanes de Islandia y se sale por el Strómboli.

También me viene a la mente el joven que, sin saber a ciencia cierta la razón, decidió estudiar una carrera relacionada con la política. Solo años después, en un ejercicio empírico de regresión, supo que quizás la razón que lo empujó fue la lectura, en su temprana juventud y por cuenta propia, de “Palabras mayores” y “El primer día”, de Spota.

Si bien infancia es destino, música y lecturas en esa época de la vida cincelarán uno más positivo, en ocasiones aun en la adversidad.— Mérida, Yucatán.

olegario.moguel@megamedia.com.mx

@olegariomoguel

Director de Medios Tradicionales de Grupo Megamedia

 

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