Si supiera lo que significa ser un hombre bueno, no creería que ya lo es… Séneca

¿Cerebro o corazón? ¿Enojo? Sin duda. Tiene dos motivos, la irracionalidad y una tristeza profunda. La desesperación por la miopía merodea. Pero ¿es miopía? No, es desprecio a la vida.

Carlos Castillo Peraza —un gran tipo— decía que el único elemento en verdad no renovable para el ser humano es el tiempo. Si la afirmación es válida para la vida en lo individual, también lo es para una nación. En muchas áreas México ha perdido seis años muy valiosos. Pensemos en energía, por nuestra localización geográfica, México debió haber avanzado a pasos agigantados en energía verde, condición clave para el nearshoring. Pero por diversas obsesiones, hoy Pemex está en ruina y pone en peligro la estabilidad financiera de un país que habitan más de 130 millones de seres humanos. Por si fuera poco, Pemex nos enferma —sobre todo a los viejos y a los niños— quemando combustóleo.

También perdimos el tiempo en la conservación de nuestro entorno. Preparar la desaparición de Conabio —esa notable institución creada e impulsada por un grupo de sólidos científicos encabezados por José Sarukhán— no es un mero acto administrativo. Será un troquel indeleble de esta administración que desprecia la vida. Una muestra kilométrica de ello es el Tren Maya, destrucción despiadada. Acertaron los Reyes de Suecia al no avalarla. Estrangular a las Áreas Naturales Protegidas es otro ecocidio, poco se habla de ello. Pero si la ignorancia y desprecio hacia el entorno, si la mezquindad y la insensibilidad hacia la vida en general, nos han gobernado más de cinco años, es que en el origen mismo hay algo, es malsano, perverso. El odio emana de Palacio y, como dijera George Harrison “Mientras odies, existirán personas a las que odiar”. Odiar desde el poder, lo advirtió Séneca, es una tragedia para los gobernados y, a la larga, también para los gobernantes. El veneno sigue circulando. En esas estamos.

Si la filantropía es el amor al género humano, la antípoda es una misantropía enfermiza. Hace unos días Animal Político dio a conocer una investigación sólida y desgarradora de Nayeli Roldán: No fuimos Dinamarca: el saldo de la austeridad de AMLO en salud. Insisto, es más dolor que enojo y este es enorme. Resumo algunas de las consecuencias: 6 millones de niños sin un cuadro completo de vacunación. Polio, sarampión, tuberculosis, podrían volver a ser comunes. Gastaron más en vacunas —21%—, un sobreprecio de 134 mdp, pero compraron menos. Nunca aprendieron a comprarlas y no parece importarles. Consecuencia, las enfermedades prevenibles con vacunación en menores de 5 años —hepatitis B, tétanos, neumococo y meningitis tuberculosa, etc., se han disparado. La hepatitis se multiplicó por cinco.

AMLO y su equipo, mejor dicho, sus cómplices en esto, quitaron al sector salud 157 mil mdp. y suspendieron 97% de las atenciones a cáncer. Los amparos para recibir atención médica se multiplicaron por seis.

El actual gobierno dejó sin consulta médica a 46% de los enfermos pobres. Sin cirugía a 500 mil personas. Ha dejado de surtir 15 millones de recetas, cinco veces más que Peña Nieto. Por si fuera poco, somos campeones mundiales en personal médico que perdió la vida durante la pandemia.

Al suspender el Seguro Popular, al tropezar una y otra vez con el Insabi y emprender la aventura del IMSS-Bienestar, empobrecieron a los más pobres. No sólo no son prioridad, no les importan. Los datos de Coneval revelan que hace cinco años poco más de 20 millones no tenían acceso a servicios médicos; en 2022 ya eran 50.4. Se calcula que el gasto en servicios médicos y medicinas por familia asciende al 40.5% de sus ingresos (enFarma). Pero no es incapacidad, es odio bien planeado. Un ministro incondicional más y habremos perdido el control de la constitucionalidad. Otro acto deliberado. Nos quieren atemorizados y en una jaula.

2 de junio: ¿odio o vida?— Ciudad de México.

Investigador y analista

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