Se podrá leer Las Mil y Una Noches sin encontrar camellos, porque no es necesario agregar color local a lo que tácitamente lo tiene —Jorge Luis Borges

Muchos han de preguntarse si de nuestra participación en las elecciones del próximo 2 de junio dependerá ratificar la aún frágil democracia o retornar al perniciosos pasado de discordias y retraso.

Por lo general nos enteramos de aquello en los análisis y comentarios a través de la fuerza política de los medios de información de carácter independiente. En los oficialistas sucede lo contrario, todo les parece bien y lo expresan en forma exacerbada hacia el actuar del gobierno.

Casi siempre esas son solo percepciones porque, por lo general, carecen de evidencias duras y reales, ante todo en los proclives al actuar político del gobierno en funciones, como si se tratara de dogmas que debemos creer por el carisma del gobernante entre los grupos más populares.

Hay también un vehemente encono hacia el ocupante de Palacio Nacional entre las clases medias, los habitantes citadinos y la intelectualidad académica no militante que se expresa con mayor ahínco.

Existe una verdadera animadversión social por las posiciones que genera escisión desde la familia, la colonia o población, compañeros de trabajo y los otrora llamados amigos, ahora antagónicos por sus percepciones políticas para esta elección. Es muy notorio el polarizado ambiente.

Parece ser que la génesis de la democracia electoral en México está en el siglo XX. Fueron muy pocas las aportaciones decimonónicas. Dos obstinados oaxaqueños, Benito Juárez antes y su alumno Porfirio Díaz, se fascinaron con la silla presidencial, aunque ninguno por la vía electoral transparente y con el piso parejo.

Fue don Francisco I. Madero, un romántico de la democracia electoral como en los países más avanzados, quien después del triunfo de una revolución armada pudo asumir al poder presidencial, pero en los Acuerdos de Ciudad Juárez aceptó que un conspicuo representante del porfirismo, Francisco León de la Barra, asumiera al cargo y convocara a elecciones libres en las que, por supuesto, arrasó Madero.

El Apóstol de la democracia tenía fe en la humanidad y no supo discriminar a los viejos políticos y jefes militares del antiguo régimen, quienes a la postre lo derrocarían con la ayuda de la prensa, a la que soltó el bozal, y de la embajada norteamericana.

No pudo cumplir con las expectativas que creó al pueblo y, además, resultó bisoño en el arte de gobernar. Como ya sabemos, con su muerte por vil y cobarde traición, se desencadenó otra lucha fratricida en la que los asesinatos estaban a la orden del día en la lucha por el poder

En 1929 José Vasconcelos fue candidato del Partido Nacional Antirreeleccionista y contó con el apoyo de las clases medias y los estudiantes universitarios, no pudo contra la maquinaria del oficialismo.

Hubo otros intentos que no funcionaron, destacando el de 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas se perfilaba como ganador. Sin embargo, al actual director de la CFE, entonces secretario de Gobernación, quien a su vez era el presidente de la Comisión Electoral Federal, es a quien se relaciona con la modificación de los resultados, porque favorecían a Cárdenas cuando misteriosamente se “cayó” el sistema y al reinstalarse el ganador ya era Salinas de Gortari.

El PRI-Gobierno era juez y parte en esos procesos; así se las gastaban y parece que el grupo en el poder pretende su retorno, lo que se colige por las acciones contra el INE y el reiterado discurso con el denuesto presidencial.

Gracias a las nuevas reglas del juego electoral se ha visto la alternancia pacífica de los partidos políticos, entre los que se encuentra el que en la actualidad nos gobierna.

Sin embargo, el mandatario mexicano tiene como una obsesión desaparecer al instituto electoral, disminuirlo en sus acciones o ponerlo a su servicio como antaño. La intención tiende a que su partido se perpetúe y controle a los otros poderes de la unión.

Será una vez más la ciudadanía la que determine y es preciso analizar antes de emitir sus votos, pensando en el hoy y el mañana que se dejará a los descendientes.

Ojalá y haya entusiasmo para una copiosa votación que legitime al ganador a través de un proceso honesto y civilizado para poder convivir.— Espita, Yucatán.

Maestro de Políticas Educativas y Cronista

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