El 1 de diciembre de 1916, Venustiano Carranza declaró abierto, en el teatro Iturbide de la capital de Querétaro —antes de llamarse teatro de la República—, el período de sesiones del Congreso constituyente que el 5 de febrero del siguiente año proclamaría la nueva constitución, sesenta años después de su antecesora de 1857.
Desde que se definieron los tiempos, el jefe de la revolución dio al congreso sesenta días para revisar su proyecto de reforma constitucional, que terminó en una nueva carta magna.
—Si don Venus viviera, volvería a estirar la pata. Por lo menos le daría una apoplejía, mínimo un torzón de tripas al ver lo que sucedió esta semana en la federación y en la tierra a la que envió a Salvador Alvarado para hacer valer la fuerza de la revolución y del Ejecutivo.
—¿A qué viene tamaña filípica sobre el comportamiento de nuestras autoridades actuales? —Ángel Trinidad hacía chuc una concha en su café al hacer la pregunta—. ¿Qué tiene don Venustiano que ver con eso?
Don Polo Ricalde y Tejero dio un vistazo alrededeor del pequeño café donde se encontraban y, bajando el tono advirtió.
—A partir de ahora, hay que tener cuidado con todo lo que se diga sobre el régimen. Han demostrado tener la piel demasiado delicada.
—Pero ellos vivieron de criticar al poder siendo oposición.
Sorbiendo su expreso cortado, don Polo alzó los hombros.
—Hay dos cosas que se olvidan más pronto que tarde: las deudas y la tolerancia a la crítica cuando aquellos que la ejercían asumen el poder.
Abrió entonces su libreta de apuntes.
—Volviendo al caso, aquel 1 de diciembre, don Venustiano marcó las bases del sistema presidencialista que ha regido en México, para bien y para mal, desde hace más de un siglo.
—Creo que más para mal, don Polo.
—Buen punto. Entonces aclaro: para mal y para peor. En su discurso de apertura de sesiones de aquel Congreso, se encargó de dejar clara su pretensión de “robustecer y consolidar el sistema de gobierno de presidente personal que nos dejaron los constituyentes de 1857”. Aquí lo dice.
Debajo del Diario, don polo tenía el libro de Felipe Ávila, “Carranza. El constructor del estado mexicano”.
—¿Todavía no termina de leer ese libro, don Polo? Ya me lo ha mencionado varias veces.
—Ni lo termino ni tengo prisa por hacerlo. Los ensayos se consumen a sorbos, como este expreso cortado.
—Don Venustiano —prosiguió— pretendía no solamente fortalecer al presidente, convirtiéndolo en el único depositario del poder ejecutivo, para lo cual suprimió al vicepresidente, sino de paso restarle protagonismo al legislativo. Para él era un riesgo fortalecer al congreso porque conduciría a México a un sistema parlamentario, en momentos en que aún imperaba el caos social y la indefinición política.
—¿Y qué hicieron los constituyentes?
—Le hicieron caso. Fortalecieron al Ejecutivo sobre el Legislativo. Y ahí radica el hecho de que don Venustiano se volvería a morir al ver lo que sucedió esta semana.
Ángel Trinidad, que ya había terminado su concha, hojeaba el libro de Carranza.
—¿A qué suscesos se refiere?
—Ambos ocurrieron el mismo día, el jueves. Comencemos por el patio. El gobernador dio una rueda de prensa de las que intentó acostumbrar con periodicidad rigurosa, pero que no ha podido calendarizar sistemáticamente por cuestiones de agenda, supongo. Así pues, en vez de hacerla el primer miércoles de cada mes, como se planeó inicialmente, la de ayer se hizo casi dos meses después de la anterior. Supondrás que había expectación.
—Desde luego. Han pasado muchas cosas desde la rueda de prensa anterior: cambio de vocero, el señor Abraham Se…
—Para, para… Ya entendí el punto. El gobernador, la máxima figura política del Estado, pretendió asumir una posición de fuerza desacreditando, a su entender, una nota del Diario, lo que dicho sea de paso no consiguió. Lo malo para su causa fue que, después de intentar asumir esa posición sólida, echó por tierra su propia figura al convertirse en vocero de un poder que, a consecuencia de aquel presidencialismo carrancista, ha estado sometido al Ejecutivo.
—¿Quiere usted decir que el gobernador, la máxima figura política del Estado, como dijo, se convirtió en recadero de un diputado, y además el mismo jefe del Ejecutivo así lo hizo saber?
Don Polo desplegó el Diario y leyó: “Me pidió el favor el diputado (Wilmer Monforte) que, ya que tenemos mañanera, yo le haga el favor de leer su mensaje aclarando esto”.
—Me está usted vacilando, don Polo. ¡¿Cómo va a decir eso el gobernador?!
—Léelo, aquí está. Si dudas, anda a la grabación. Es textual.
—No puedo creer semejante forma de autosabotear su autoridad. Ahora entiendo por qué don Venus estiraría la pata de nuevo.
Don Polo mostró la portada del Diario.
—Y aquí, en la misma edición de ayer viernes, está el otro caso. Lee.
Ángel Trinidad tomó el Diario: “En un comunicado difundido por la Presidencia, Morena y sus aliados en el Senado celebraron el fallo de la nueva corte ‘electa democráticamente por el pueblo’, que sentó un ‘precedente histórico’”.
—A ver si entiendo bien: el Ejecutivo federal, la máxima autoridad política del país, se convirtió en vocero del Senado… corrijo, en vocero de una fracción del Senado. ¿Así fue?
—Como lo has dicho. Ejecutivo vocero del Legislativo felicitando al Judicial. Carambola de tres bandas.
—Don Polo —Ángel Trinidad meneó la cabeza contrariado—, éstos ya ni las formas respetan. Es el descaro total. Fuera máscaras.
—Fuera máscaras y adiós división de poderes.— Mérida, Yucatán
olegario.moguel@megamedia.co m.mx
Director de Medios Tradicionales de Grupo Megamedia
