Si la piratería se extendió por el Caribe y las costas españolas continentales con relativo éxito (en botines y naves destruidas) se debió, en parte, a las débiles condiciones defensivas de sus enemigos, tanto en los puertos como en las embarcaciones, el eminente estudioso José Luis Martínez en “Pasajeros de Indias” destaca, para el caso de España, la escasa protección militar como una condición que favoreció la piratería, aunada a la desidia y corrupción de los armadores de barcos (además de los inspectores) que, por ejemplo, con tal de llevar más cargamento (más peso), reducían el número de cañones que no correspondía al número reglamentado.

La inmensa extensión de los dominios hispanos en el Nuevo Mundo exigía una protección militar que, para el siglo XVI, España no podía proveer de manera eficaz, pues sus esfuerzos se hallaban en las guerras que la Corona tenía que dirigir en una Europa concentrada en las pugnas de poder y expansión entre sus reinos. La atención que España le brindó a sus propios problemas continentales trajo, como resultado, el descuido defensivo del nuevo continente, que se evidenció en una frágil provisión de equipo armamentístico para los puertos de las islas y tierra firme.

Martínez recupera las condiciones defensivas del fuerte de San Juan de Ulúa en 1568, cuando se vio amenazado por el corsario John Hawkins: “la provisión de piezas útiles del fuerte era de dos pedreros, dos medias culebrinas de a 30, un sacre de a dos quintales y una sacre de a seis quintales, más dos piezas rotas […] Frente a él, una sola de las naves de Hawkins o Drake contaba con ‘treinta piezas gruesas de artillería”.

Aunque la amenaza a San Juan de Ulúa a la que alude Martínez, se resolvió de manera favorable para los hispanos, gracias a la intervención del nuevo virrey Martín Enríquez (y a un ataque sorpresa español), que arribó al puerto poco después que las naves de Hawkins, las condiciones defensivas que describe el historiador mexicano son un ejemplo de las circunstancias habidas en el resto de los dominios españoles. Esta debilidad, tras ser conocida por sus enemigos, alimentó el arrojo de éstos y les dio mayor seguridad al emprender sus peligrosas aventuras. Solo si la Corona mostraba gran interés en preservar las riquezas que se embarcaban rumbo a Sevilla, daba fuertes provisiones defensivas a sus naves, y ante semejante flota, dice Martínez, “los piratas no se atrevieron contra esos convoyes, al menos durante el siglo XVI”.

Piratas como William Hawkins y su hijo John Hawkins fueron, en un principio, comerciantes de esclavos y colmillos de elefantes, pero la prohibición de la Corona española para comerciar con ese tipo de embarques provocó la furia de aquellos hombres que, al tomar por la fuerza un pueblo de la isla de Santo Domingo, obligaron a sus habitantes a comerciar con sus esclavos. Al respecto de los delicados negocios que llevaban los Hawkins, Martínez apunta que “pronto aquel atroz comercio derivó a la piratería”.

En su infortunada aventura en el fuerte de San Juan de Ulúa, John Hawkins iba acompañado de un joven, cuya figura despiadada inspiró, como recuerda Martínez, poemas de la pluma de Juan de Castellanos y Lope de Vega: Francis Drake. Este hombre, con el tiempo, tal como refiere Francisco Santiago Cruz en “Los piratas del Golfo de México”, se convertiría en “el corsario y navegante inglés más famoso de su tiempo”.(Continúa)

Poeta y ensayista

 

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