Otro refrán. Cría fama y acuéstate a dormir. Este refrán nos viene a pie juntillas en nuestra historia del día de hoy. Les quiero hablar del escándalo del collar en el que se vio involucrada la Reina María Antonieta de Francia. La Historia ha sido más indulgente con María Antonieta de que lo fueron sus contemporáneos.

Siendo una niña y princesa de apenas 12 años, fue designada a casarse con un príncipe extranjero. Por cuestiones políticas. Hasta aquí nada de extraordinario, porque para eso servían los príncipes reales, para buscar alianzas con otros reinos a través del matrimonio. Como fue la última de los 12 hijos del matrimonio del Emperador del Sacro Imperio, Francisco de Lorena, y de la emperatriz María Teresa, no llevó la educación más esmerada. En el momento del compromiso con el delfín de Francia malamente leía y escribía su idioma natal, el alemán. Sin ninguna preparación para la vida, a los 14 años, llega a Francia, alejada de todos los suyos, a una corte extranjera, rodeada de extraños, de gente que la miraban como si fuera un juguete nuevo y hasta con desdén.

Por otra parte, estuvo el hecho de que su marido, debido a una fimosis, se despreocupaba de sus obligaciones maritales para con la joven y bella Delfina. Quizás todos estos ingredientes hicieron que la chica fuera frívola, desinteresada de los asuntos oficiales, solo dispuesta a satisfacer sus gustos personales, bailar, ir a la ópera y jugar cartas, a veces endeudándose enormemente, siendo su esposo quien terminaba pagando sus deudas. En eso de las deudas no solo se incluían los juegos de azar, sino también las hermosas telas y todo tipo de accesorios para que la señora estuviera siempre impecablemente bien vestida.

Para dar forma a esta historia, debemos hablar de Luis XV, el abuelo predecesor de Delfín, futuro Luis XVI. Luis XV era un hombre de mujeres, aficionado a ser el primero en servirse de señoritas para él seleccionadas, amante de la galantería y de las buenas atenciones para con las damas. Tomó bajo su brazo a la joven Delfina, viéndola cómo se encontraba sola en Versalles. Pero había dos problemas. El primero de ellos era la propia amante titular del Rey, escandalosa y casi pendenciera y por la que María Antonieta sentía un enorme desprecio. El segundo era el Cardenal de Rohan, quien en el pasado había sido embajador de Francia ante Viena. Allí había mancillado sus votos de celibato teniendo relaciones sexuales con la casi integralidad de las mujeres de mala vida de Viena. Esa fue la razón por la que María Teresa de Austria de su imperio expulsó al Cardenal como persona “non grata”.

Luis XV malcriaba mucho a su amante, la Duquesa de Barry.Ya al final de su vida le quiso regalar un fastuoso collar. Para ello llamó a dos grandes joyeros establecidos en París, Charles Boehmer y Marc Bassenge. Con este fin, los joyeros se empeñaron recopilando los más finos y puros brillantes del mercado. 647 en total, entre ellos algunos de gran tamaño. Un total de 2 mil 804 kilates y más de 2 kg de peso. Un collar realmente casi imposible de llevar viendo el peso y lo invasivo sobre el pecho de la feliz portadora. El pequeño detalle fue que, antes de que se acercara la venta de la magnífica joya, posiblemente la más cara de la historia de la humanidad, falleció Luis XV. De inmediato Boehmer y Bassenge se lo presentaron a varias otras cortes europeas, entre ellos a Carlos III de España, pero todos lo rechazaban ante el desorbitante precio de la pieza, 1 millón 800 libras francesas.

Nuevamente se dirigieron Boehmer y Bassenge a María Antonieta, para que adquiriera el collar y así ellos poder saldar sus asfixiantes deudas. María Antonieta los rechazó una y otra vez por varias razones. Había sido fabricado para la du Barry, por estar pasado de moda y por su excesivo precio, alegando a su marido que con ese dinero se podía mandar a construir un gran navío de guerra. El hecho está en que los joyeros tenían en sus manos una magnifica joya, fabulosa y única, pero invendible… y, además, con una enorme deuda.

Paralelamente, hay otro personaje: Jeanne de Saint-Martin, descendiente de un bastardo de Enrique II Valois. La familia Saint-Martin se veía en la pobreza y la joven Jeanne se vio en la necesidad de mendigar en la calle. Una señora de sociedad, marquesa, se apiadó de la niña y la mandó a un convento destinado a niñas de la nobleza empobrecida para que recibieran una educación digna y después tomara los votos. Pero eso de ir al convento no le gustaba mucho a Jeanne. A ella le gustaba vestirse bien y llevar un ritmo de vida que no correspondía con su situación económica. Logró casarse con un militar de poca monta quien, con una estratagema, se hizo del título de conde. A través de su marquesa benefactora conoció al Cardenal de Rohan, Obispo de Estrasburgo y descendiente de una muy antigua y respetada familia bretona. Aquel mismo que había servido de embajador de Francia en Viena y que habían enviado de vuelta a Francia como persona “non grata” por sus ligeros modales impropios a un príncipe de la Iglesia.

Una vez que Jeanne conoció al Cardenal Rohan, entendió que era un hombre al que se le podía engañar con facilidad. Llegó el momento de decirle que ella era cercana a María Antonieta, prima e incluso confidente de la Reina. El Cardenal, desesperado por recuperar sus buenas gracias ante el Rey y así ser nombrado ministro, habría hecho cualquier cosa por estar en buenos términos ante los ojos de la Reina María Antonieta. Esto fue aprovechado por la estafadora Jeanne para sustraerle en varias ocasiones coquetas sumas de dinero so pretexto de que la Reina lo solicitaba prestado.

Llegó el momento en que Rohan ya no se contentaba con las palabras y quería que se demostrara por escrito su relación con la Reina. Esa fue tarea fácil de sortear. Se encontró un imitador de la escritura de la Reina y, con amistosas cartas, se le hacía creer a Rohan, que comenzaba a estar en buenos aires ante ella. El detalle es que el imitador firmaba como “María Antonieta de Francia”, cuando en realidad la Reina firmaba como “María Antonieta”. Solo eso, en la medida en que ella no había nacido en Francia ni de rey francés. Las cartas fueron numerosas, pero ya tampoco las cartas eran suficientes para satisfacer las numerosas cantidades de dinero que Jeanne le sustraía al Cardenal. Llegó el momento en que había que organizar un encuentro entre María Antonieta y el Cardenal de Rohan. Para ello se contrató a una prostituta conocida en París por parecerse muchísimo a la Reina.

Por poco dinero esta mujer aceptó vestirse con una réplica de un conocido vestido de la Reina, presentarse ante el Cardenal en Versalles a las 11:00 de la noche, en una noche sin luna en lo que entonces se llamaba “Bosquecillo de cupido” y que hoy día lleva el nombre de “Bosquecillo de la Reina” en los jardines de Versalles. Para completar el engaño, la impostora de la Reina llevaba un velo de tul negro que le cubría el rostro. Era imposible que Rohan pudiera realmente reconocer a la Reina. Como si fuera poco, la impostora casi no habló. Detuvieron rápido la entrevista bajo la excusa que se acercaba un conocido. No obstante, el incauto Rohan cayó en la trampa y creyó que realmente se había entrevistado con la Reina. Este fue el momento en que Jeanne y su marido inventaron la historia de que, si Rohan, compraba en nombre de la Reina el famoso collar, ella intervendría ante su marido el Rey para que Rohan ocupara el puesto de ministro. En cuatro pagos se debía saldar la suma por la que se transaron los joyeros: 1 millón 600 mil libras francesas. Desde la entrega de la carta de cambio, se le entregó a Rohan el collar y este se lo entregó a un dizque enviado de la Reina. Rápidamente los malhechores comenzaron a desmontar los 647 brillantes, de forma burda y sin profesionalismo, dañando irremediablemente a algunos de ellos.

Pero poco duran las mentiras, sobre todo una de este tamaño. Rápido entendieron en los más altos niveles que el nombre de la Reina había sido utilizado para hacerse de tamaña joya. El 15 de agosto de 1785 fue convocado Rohan a Versalles, bajo el pretexto de que oficiara la Misa de la Asunción que, por demás, estaría dedicada a María Antonieta, puesto que María era la Santa Patrona de la Reina. En vez de ir directamente a la capilla real fue recibido, en primera instancia, por la Reina. Inocente a lo que le esperaba, se hizo reprender fuertemente por la Reina por haber creído que ella pudiera escribirle y mucho menos darle un encuentro secreto sin el conocimiento de su marido, el Rey, cuando hacía ocho años no solo no le dirigía la palabra, sino que ni siquiera cruzaba con él una mirada. De inmediato entró el Rey con el Ministro del Interior. Ordenó que el Cardenal fuera apresado en medio del Gran Salón de los Espejos, con el atuendo de príncipe de la Iglesia, ante la mirada atónita y sorprendida de toda la corte de Versalles.

Para lavar su nombre, los Reyes quisieron hacer un juicio público cuando no estaban en la obligación de hacerlo. De la Bastilla, Rohan fue deportado a uno de los conventos que tenía bajo su custodia, alejado, al que nunca se había dignado asistir. El señor de la Motte fue condenado a trabajos forzados, el falsificador de las cartas se exilió en Suiza, la prostituta que se había hecho pasar por la Reina fue disculpada y a la Señora “Condesa de la Motte” se le condenó a perpetuidad en la cárcel para mujeres de la Salpêtrière. Pero no lograron sus objetivos los Reyes. No solamente era mal vista la Reina por el pueblo de Francia, sino acusada que era fuente de todos los males del país debido a su ritmo lujoso de vida. También la nobleza le dio las espaldas, pues siempre la había despreciado. Hay que decir que la nobleza en este caso tomó partido por el Cardenal de Rohan, la “Condesa de la Motte” se escapó de la cárcel y logró huir a Londres con una buena parte de los brillantes aún no vendidos. Allá los tuvo que malvender, pues los brillantes no estaban de moda en el Londres en esa época.

Después llegó la Revolución y, a pesar de ser completamente inocente en este caso del collar, de ello fue culpada la Reina, aunque no fue una de las imputaciones del juicio. Ante los aires de renovación que se respiraban en Francia con motivo de la Revolución, regresó de la Motte a París. Con lo que no contaba la Condesa era con el hecho de que sus acreedores la esperaban. Con tal de escapar de ellos, se tiró por la ventana de un primer piso, fracturándose las dos piernas. Poco tiempo después murió por las infecciones debidas a esa caída.

Más tarde el Rey fue guillotinado, la hermana del Rey fue guillotinada, la propia Reina fue guillotinada. Luis Carlos, que aunque nunca reinó llevó el título de Luis XVII, también murió tragado por la historia, posiblemente muerto a la edad de 10 años de tuberculosis bajo los malos tratos que le daba su tutor revolucionario, el zapatero Simón. De la familia cercana real que estaba presa de los revolucionarios solo logró salvarse María Teresa de Francia, la hija mayor de Luis XVI y María Antonieta.

Traductor, intérprete, filólogo

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