“Después del saludo y del encuentro, vino la misión”
“Después del saludo y del encuentro, vino la misión”

“¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!”

Jesús saludó con las palabras acostumbradas en Palestina: ¡Shalom! ¡Paz! Eso no es sólo un deseo de paz sino la presencia y el establecimiento de la paz verdadera en el corazón de la persona. Es la paz de Jesucristo, es decir, el fruto de su victoria sobre la muerte y el pecado.

El Señor mostró las llagas para que los apóstoles comprobaran la verdad de su muerte y resurrección, para que vieran que él es el mismo que fue crucificado.

Después del saludo y del encuentro gozoso, vino la misión. Los apóstoles debían anunciar a todo el mundo lo que habían visto y oído, lo que habían tocado con sus propias manos, la buena noticia del amor de Dios. Es una misión de paz y de salvación, la misma misión que Jesús recibió de Dios Padre.

Y con la misión recibieron también el Espíritu Santo que les dio poder para cumplirla. La profesión de santo Tomás fue la respuesta del hombre en la que culmina y se realiza todo el Evangelio. Pues todo lo que ha sido escrito, ha sido escrito para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y, creyendo, tengamos vida.

“Bienaventurados los que crean sin haber visto”, dijo Jesús. Para todos los que siguen recorridos para llegar a la fe es necesario empeñar mente, sentidos, corazón: el “tocar con las manos” (como le dijeron al apóstol santo Tomás que hiciera) fue una posibilidad ofrecida por Cristo mismo, pero esta posibilidad hace brillar la grandeza de la fe más libre de quien elige arriesgar sobre la simple palabra de Cristo, sin pruebas milagrosas o complejas demostraciones. Presentándose después de su muerte, Jesús ofreció a los que creían con claridad absoluta un signo y un apoyo. Porque la fe no es un acto ciego ni insensato.

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