Presbítero Alejandro Alvarez Gallegos

En muchas personas practicantes de la religión católica existe cierta confusión acerca de la moralidad de las diferentes técnicas de anticoncepción.

La anticoncepción y la esterilización, los medios contraceptivos, o abortivos donde se impide la vida o se mata la fuente de la vida o incluso la vida misma, el mal moral en todo esto está en que el hombre y la mujer se colocan por encima del vínculo estructural y muy profundo existente entre el amor y la fecundidad.

Poniéndose en el lugar del Creador, se afirman a sí mismos como los señores que quieren dominar a su gusto, disociando voluntariamente las dos significaciones de la sexualidad: unión mutua y procreación. Y al mismo tiempo que manipulan la sexualidad humana y se colocan como árbitro y señores del designio divino, los esposos cesan, por la contracepción, de aceptarse y donarse mutuamente uno al otro según la verdad de su ser a la vez físico y espiritual.

La mujer acoge al marido pero con el rechazo a su gesto inseminador; el hombre recibe a la mujer, pero con la activa negación de su ritmo fisiológico y psicológico propio. Conjuntamente, el hombre y la mujer se acogen uno al otro en la exclusión de una apertura, simplemente posible, a la vida del hijo.

Simultáneamente, por el recurso de los métodos naturales, el hombre y la mujer se acogen recíprocamente y se entregan el uno al otro en el respeto de su ser íntegro, a la vez espiritual y carnal.

La mujer recibe al hombre en la acogida de su sexualidad concreta; el hombre recibe a la mujer en la aceptación de su ritmo específico y de los tiempos que le son propios.

Conjuntamente el hombre y la mujer se reciben el uno al otro evitando, ciertamente, suscitar una nueva vida, pero sin inscribir ese rechazo en la estructura misma del acto conyugal que realizan, y de nuevo, te repito, siempre abiertos a la vida nueva, si viniera.

El Magisterio de la Iglesia ha sido muy claro en este aspecto: Es necesario reafirmar que no son moralmente aceptables todas aquellas técnicas de reproducción —como la donación de esperma o de óvulos; la maternidad sustitutiva; la fecundación artificial heteróloga— en las que se recurre al útero o a los gametos de personas extrañas a los cónyuges.

Derechos del hijo

Estas prácticas dañan el derecho del hijo a nacer de un padre y de una madre que lo sean tanto desde el punto de vista biológico como jurídico. También son reprobables las prácticas que separan el acto unitivo del procreativo mediante técnicas de laboratorio, como la inseminación y la fecundación artificial homóloga, de forma que el hijo aparece más como el resultado de una acto técnico, que como fruto natural del acto humano de donación plena y total de los esposos.

Evitar el recurso a las diversas formas de la llamada procreación asistida, la cual sustituye el acto conyugal, significa respetar –tanto en los mismos padres como en los hijos que pretenden generar— la dignidad integral de la persona humana. Son lícitos, en cambio, los medios que se configuran como ayuda al acto conyugal o en orden a lograr sus efectos.—  Coordinador Diocesano para la Pastoral de la Vida.

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