Se mide la inteligencia del individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar —Immanuel Kant
En el mundo del arte hay que definir lo sublime como parte de la búsqueda de lo excelso o eminente, o de elevación extraordinaria para alcanzar una escala de valores intelectuales o estéticos.
La palabra proviene del latín sublimis, que significa en el sentido propio “lo elevado en el aire” (formada por “sub”, que significa bajo o de abajo hacia arriba, y “limis-limus”, que significa oblicuo o bajo el límite).
En el sentido más común lo asociamos con excelencia, superioridad, belleza y perfección y sus sinónimos son los adjetivos extraordinario, glorioso, grande, eminente, elevado, ideal o fantástico.
En la retórica clásica el “estilo de lo sublime” se tiene como la reunión de la nobleza con la energía dinámica, es decir, la imaginación que desarrolla como un vínculo explícito y la razón práctica. La palabra se comenzó a utilizar en el tiempo de Longino (Gaius Cassius Longinus, Roma 86-Grecia, 42 antes de Cristo, seguidor de las enseñanzas del filósofo Epicuro nacido en la isla de Samos, actual Grecia en 342 a.C. y fallecido en 270 a.C.), quien apeló al término para calificar a las obras que generan deleite y placer extremo en el ser humano. Dijo que “lo sublime es la resonancia de la nobleza del alma”.
Marco Tulio Cicerón (Italia 106-43 a.C.) consideró que dicha palabra se reducía a fórmulas de estilo que se caracterizaban por una fuerza que eleva el alma y conduce al éxtasis, una admiración no exenta de asombro, exaltando los ánimos de quien contempla el objeto artístico.
Asociamos lo sublime con la belleza, pero también lo podemos relacionar con la idea del dolor o del peligro, lo cual nos aleja conceptualmente de lo bello. Podemos decir que lo sublime es aquello que afecta nuestros sentidos o produce una emoción más fuerte de lo que puede sentir nuestro espíritu, en lo cual cae lo estremecedor, lo trágico, lo conmovedor, la piedad y el terror (una especie de horror deleitoso), mientras que la belleza es parte de la filosofía (estética) y consiste en emociones que nos serenan o, como citó Edmund Burke (Irlanda 1729-Inglaterra 1797), ésta solo se centra en el orden, la armonía, la simetría, la proporción y la unidad.
Immanuel Kant (Prusia 1724-1804) investigó el concepto de lo sublime, definiéndolo como “lo que es absolutamente grande” o solo comparable a sí mismo, lo cual vendría a sobrepasar al contemplador causándole una sensación de displacer (experiencia subjetiva) y puede darse únicamente en la naturaleza, ante la contemplación de algo cuya mesura sobrepasa nuestras capacidades y cuya grandeza nunca es lo suficientemente grande como para ocupar el lugar el todo absoluto (definido como total e independiente de lo demás; de la etimología latina “ab”, que significa separación, y del verbo “solvo”, que significa soltar o desvincular).
La belleza es una apreciación subjetiva (del latín “bellus”, hermoso, y el sufijo “eza”, para atribuir relación) y que se describe comúnmente como una cualidad de las cosas que hace que éstas sean gozosas de percibir.
Se conoce como canon de belleza a ciertas características que la sociedad en general considera atractivas, deseables o “bonitas”.
En el arte se refiere a la cualidad estética que una obra de arte posee, la cual provoca una respuesta emocional y visualmente agradable en el espectador, es decir: armonía, proporción y equilibrio, que hacen que las mismas sean atractivas o persuasivas.
Por lo que podemos decir que, para la búsqueda de lo sublime, el artista debe poseer dos cualidades naturales: la elevación del ánimo y del pensamiento por encima de los límites percibidos.
Curador.
