NUEVA YORK (Por Liam Stack, de “The New York Times”).— Cientos de personas se congregaron recientementeen la Catedral de San Patricio para celebrar un momento importante para los católicos de Nueva York. El cardenal Timothy Dolan pronunció una homilía sobre la vida de una persona de la comunidad, Dorothy Day, escritora y activista anarquista neoyorquina que falleció en 1980.



El mensaje representaba el final de una investigación de 20 años realizada por la Arquidiócesis de Nueva York sobre si Day debería ser canonizada, una pregunta que a final de cuentas deberá responder el Vaticano.
Muchos de sus admiradores, incluida su nieta, esperaban que Dolan —a quien monseñor Ronald Hicks sustituye desde el jueves 18 pasado como arzobispo de Nueva York— hablara sobre su compromiso con la justicia social para los pobres y los oprimidos y su oposición a la guerra y el capitalismo.
En 1933, Day —a menudo descrita tanto políticamente radical como teológicamente ortodoxa— fundó el Movimiento del Trabajador Católico, que sigue activo en todo el mundo en forma de casas del Trabajador Católico, donde los socios viven gratis y brindan servicios a los pobres.
Pero en su homilía Dolan describió la vida de Day como “en absoluto inmaculada”.
“No voy a entrar en detalles de su historia”, le dijo a los feligreses. Lo más importante que debían saber era que cuando tenía 25 años Day estaba “un poco frustrada con su vida”.
“En ese punto había experimentado y se había descarrilado un poco, y además sería la primera en admitir su promiscuidad”, continuó el cardenal. “Pero siguió sintiendo un vacío, una búsqueda en su vida. Y tras mucha oración y estudio, en 1925 se bautizó como católica”.
Sus comentarios pasaron por alto sus esfuerzos para cambiar las leyes que afectaban a los pobres y sus creencias políticas, lo que aumentó la preocupación histórica dentro del Movimiento del Trabajador Católico de que la jerarquía de la Iglesiapodría diluir u ocultar su mensaje incluso si consideraba canonizarla.
Después de la misa, Martha Hennessy, nieta de Day, estaba consternada. “El cardenal la ha reducido a ‘Vivió una vida de promiscuidad sexual y también incursionó en el comunismo’”, declaró. “¿Acaso podemos tener un peor enemigo que alguien que dice esas cosas sobre ella?”.
Hennessy participa de forma activa en el movimiento e hizo una lectura en la misa. “Tenemos que concentrarnos en sus políticas. Tenemos que centrarnos en sus prácticas”.
Day amaba la iglesia y sus rituales y dedicó su vida al Evangelio, el cual, según ella, la llevó a renunciar a las posesiones materiales y a dedicarse a una vida de activismo en favor de los pobres, una devoción al pacifismo y una oposición tanto al capitalismo como al comunismo. A menudo se describía como una persona anarquista.
Day nació en Brooklyn Heights en 1897 y creció en una familia de clase obrera. Sus padres eran protestantes que rara vez asistían a la iglesia, pero incluso desde niña tuvo interés en la espiritualidad y las Escrituras. La familia se mudó al norte de California y luego a Chicago debido al trabajo de su padre como periodista deportivo, y Day regresó a Nueva York cuando ya era una adulta.
Escritora
Pasó gran parte de sus veintitantos años escribiendo para periódicos de izquierda en la ciudad de Nueva York y viviendo una vida bohemia y de bares en el bajo Manhattan. Salió con escritores y artistas, incluido el autor comunista Mike Gold; tuvo una relación íntima con el dramaturgo Eugene O’Neill; se practicó un aborto ilegal e intentó suicidarse.
Dorothy Day se convirtió al catolicismo después del nacimiento de su hija Tamar, cuyo bautismo alejó a Day de algunos de sus amigos activistas.
En 1932, una revista católica la envió a cubrir la Marcha del Hambre en Washington, D.C., en un esfuerzo por involucrar a la Iglesia católica romana en Estados Unidos en las preocupaciones económicas y sociales de la década de 1930. También fue una respuesta al comunismo, que ofrecía una crítica similar, pero militantemente atea, de la explotación económica.
Esa asignación inspiró a Day a crear un periódico de izquierda, “The Catholic Worker”, el cual comenzó a venderse en 1933 por un centavo y que no ha subido su precio desde entonces.
Con la ayuda del teólogo francés Peter Maurin, convirtió el periódico en un movimiento completo: los “trabajadores católicos”, como se conoce a los integrantes del movimiento, se comprometen a una vida de pobreza voluntaria, servicio a los pobres y oprimidos y activismo pacífico en nombre de ellos.
El movimiento ocupa una posición complicada en la Iglesia católica, cuyo liderazgo estadounidense se ha alineado cada vez más con el conservadurismo político desde la muerte de Day. El propio Dolan es un conservador que pronunció la oración de apertura en la Convención Nacional Republicana en 2020.
“El Movimiento del Trabajador Católico gira en torno a la pregunta: si Jesús estuviera vivo hoy, ¿quiénes serían sus discípulos?”, indicó Bob Roberts, un trabajador de 61 años que se reunió hace poco con otros en la casa del movimiento en East Village en una mañana invernal. Preparó sándwiches de Bolonia mientras los demás se disponían a repartir comida a los pobres.
Day sería la primera neoyorquina canonizada desde la educadora del siglo XIX Elizabeth Ann Seton, en 1975.
El proceso de convertir a Day en santa comenzó a finales de la década de 1990, cuando el cardenal John J. O’Connor de Nueva York comenzó a recopilar información entre quienes la habían conocido. Para 2002, la arquidiócesis había iniciado una investigación formal de su vida.
Diez años después, la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos votó de forma unánime a favor de la investigación. Completarla tomó casi otra década de trabajo y los resultados ya fueron enviados al Vaticano.
El próximo paso del proceso sería que la Iglesia documentara dos milagros que hayan ocurrido por intervención de Day. Después de eso, sería declarada santa.
La Iglesia prefiere que los milagros tengan algún componente médico —por ejemplo, un paciente con una enfermedad terminal que se recupera por completo— porque los efectos “antes y después” son relativamente sencillos de documentar, explicó George Horton, uno de los organizadores de la iniciativa de canonización.
Sin embargo, los simpatizantes de Day se han preguntado: ¿cuál es el costo de la santidad? Se cuestionan si Day habría querido siquiera esa designación.
“Creo que si Day escuchara que va a ser santa, le temblarían las rodillas”, admitió Carmen Trotta, quien ha vivido en la casa del Movimiento del Trabajador Católico en East Village desde 1987 y ocupa la antigua habitación de Dorothy.
De hecho, Day a menudo reaccionaba de forma negativa cuando la gente la elogiaba como una santa. “No me llames santa”, dijo, en lo que ha sido desde entonces una frase citada con frecuencia. “No quiero que me desestimen tan fácilmente”.
Sus admiradores tampoco quieren que Day sea tan fácil de digerir. “Si la gente se entera de Dorothy Day por la jerarquía católica, podrían tener una impresión equivocada de ella”, consideró Trotta.
“Fue un espécimen raro: una pacifista católica que no creía en la guerra, sufragista, miembro de la Liga Antiimperialista”.
Hennessy citó a otras personas cuyas vidas habían sido reducidas a un solo mensaje, a menudo blanqueado. Admitió que compartía las preocupaciones de muchos otros en el Movimiento del Trabajador Católico.
“Su desconfianza tiene cierta legitimidad. Y es que, ¿cómo tratamos a Martin Luther King Jr.?”, cuestionó Hennessy. “¿Realmente estamos entendiendo el mensaje que trataba de darnos? La Madre Teresa fue marginada por convertirse en una santa patrona contra el aborto cuando toda su vida giró en torno al cuidado de los moribundos cuando nadie más se preocupaba por ellos. ¿Cómo eso terminó siendo traducido en antiaborto?”, añadió.
Más allá de su incomodidad por ser llamada santa, Day, quien rehuyó al materialismo, expresó su preocupación sobre el uso del dinero de la Iglesia para fines como las canonizaciones, que toman años de arduo trabajo.
Ciertamente, el proceso de investigación en su caso ha sido costoso, de un millón de dólares, sobre todo debido a los voluminosos materiales que documentan la vida de Day como agitadora y escritora prolífica. Además de su labor en “The Catholic Worker”, escribió libros, diarios personales, correspondencia e incluso una columna para “The Staten Island Advance”, que duró poco tiempo.
Bajo la lupa
También fue arrestada en varias ocasiones por participar en protestas no violentas, incluida una cuando tenía 75 años. Su activismo y sus escritos llamaron la atención de las autoridades federales, que mantuvieron abierto un expediente sobre ella en la década de 1940.
Pero lejos de ser una paradoja, Horton describe la diferencia entre el radicalismo político de Dorothy Day y las políticas de la Iglesia como una fuente de entusiasmo y esperanza.
“La denominamos como una santa de nuestros tiempos porque nos brinda una ruta hacia la unidad”, expresó Horton. “Day cruza todas las divisiones en nuestra sociedad, en nuestro gobierno y nuestra Iglesia y nos convoca de nuevo a la esencia del Evangelio. Eso es lo que reconocen los líderes de la Iglesia”.
