Cartas a Diario de Yucatán
Cartas al Diario

Recibimos del arqueólogo Luis Daniel Domínguez Aguilar un escrito que dice lo siguiente:

Hoy me da gusto ver la renovación generacional dentro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), una institución fundamental en la preservación de la identidad cultural de México.

Desde su fundación en 1939, el INAH surgió con el propósito de dar unidad a un país fragmentado por años de guerra, buscando consolidar su historia y patrimonio bajo una misma visión. Sin embargo, con el paso del tiempo, esa “unidad” ha sido tanto su mayor logro como su principal obstáculo.

En el caso del Centro INAH Yucatán, sus orígenes se remontan a 1973 con la creación del Centro Regional del Sureste, abarcando los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo.

No fue hasta 1986 cuando nació oficialmente el Centro INAH Yucatán, creado a tropezones con una falta de profesionistas en el área que pudieran cubrir las exigencias académicas.
Si bien ya existían el Centro de Estudios Mayas y el Centro de Estudios Antropológicos, los titulados en materia arqueológica eran en demasía escasos. Esta primera oleada de investigadores se fue formando en el campo con grandes retos.

Durante los años 80 y finales de los 90 el INAH Yucatán vivió una época dorada, impulsada por la inversión del gobierno estatal. Sin embargo, con el tiempo la burocracia se apoderó de la institución.

En lugar de seguir los ideales originales, los proyectos comenzaron a alinearse con las políticas gubernamentales que priorizaban el turismo y la inversión privada sobre la conservación y el acceso comunitario al patrimonio.

Tristemente, en esta etapa una generación de investigadores (con honrosas excepciones) convirtió la arqueología en un ejercicio de ego y exclusividad, donde los sitios patrimoniales fueron tratados como feudos personales.

Mientras tanto, los derechos laborales fueron atropellados, las leyes fiscales ignoradas y la vinculación con la sociedad pasó al olvido. La arqueología en Yucatán se convirtió en una catarata de proyectos sin brújula, impulsados sin un verdadero sentido de comunidad.
Si se pregunta a la población sobre la arqueología en Yucatán, la respuesta más común será su relación con el turismo y la derrama económica, lo cual no es casualidad: uno cosecha lo que siembra.

Los textos en los sitios arqueológicos son incomprensibles para la mayoría de las personas, los informes de hallazgos no llegan a la gente y el patrimonio cultural se extrae de su contexto original para ser almacenado en las bodegas del INAH o, si tiene suerte, exhibido en el Museo Palacio Cantón.

Para las comunidades esto no es diferente a un nuevo expolio, una repetición de la historia en la que se les arrebata su identidad sin consulta ni reconocimiento.

A pesar de todo, existen hermosas excepciones: investigadores que trabajan de la mano con las comunidades, que informan y las hacen partícipes de la gestión del patrimonio. Sin embargo, el tiempo avanza y nos encontramos ante un momento de renovación en el Centro INAH Yucatán.

Ahora, una nueva generación de arqueólogos, historiadores y antropólogos que sufrieron la explotación laboral y los proyectos sin sentido toma la estafeta.

La gran pregunta es: ¿Harán las cosas de manera diferente? ¿Caerán en los mismos vicios o cumplirán con la promesa de un cambio real?

¿Estamos por vivir una nueva época dorada para la arqueología en Yucatán, con una visión justa, donde las comunidades sean dignificadas, reconocidas y realmente incluidas? ¿O seguiremos viendo el mismo nepotismo, deshonestidad y lucro personal disfrazado de investigación?

Solo el tiempo lo dirá. Yo elijo creer en esta nueva generación. Espero que el honor y el humanismo triunfen sobre la indiferencia, la modorra, comodinismo, conformismo, lucro propio y egolatría.

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