MÉRIDA.- El Parque de Santa Ana en Mérida se transforma en un rincón vibrante de Oaxaca.

Por vigesimocuarto año consecutivo, la Feria de la Guelaguetza despliega su colorido mosaico de sabores, artesanías y tradiciones, invitando a los meridanos y visitantes a explorar la riqueza cultural del estado vecino sin salir de la ciudad. 

La experiencia comienza con un helado artesanal de sabores inusuales, pero es solo el preludio. Los stands, cargados de aromas a cacao, chile y maíz, seducen con productos como el mole oaxaqueño, protagonista indiscutible.

Y es que durante esta pronta cuaresma uno puede ser creativo y adquirir un rico mole oaxaqueño para combinarlo con unas quesadillas o enmoladas.

Así se vive el Festival de la Guelaguetza en Mérida 2025

Luis Julián, proveniente de Zaachila, ofrece variedades que van desde el almendrado hasta el negro, este último elaborado con chile chilhuacle y tortilla quemada.

“Recomendamos prepararlo con caldo de pollo”, explica mientras destaca su duración: hasta 10 meses sin refrigerar”. 

Para acompañar, Miguel, artesano de Reyes Etla, presenta quesillo hidratado en suero, clave para su conservación. “Manténganlo refrigerado; en el congelador aguanta siete meses”, advierte.

No faltan las tlayudas crujientes, los chapulines tostados ni el café de olla, cuyos aromas se mezclan con las risas de quienes se animan a probar insectos por primera vez.

“No me pregunten a qué saben los chapulines: vengan y descubran“, reta Luis mientras da degustación de este manjar oaxaqueño.

En el sector de dulces tradicionales, José Juan Beltrán Pineda defiende recetas ancestrales. Entre cocadas, limones rellenos de coco y obleas con figuras como la Pantera Rosa hasta del ex presidente. Destaca el tamarindo enchilado.

“Son pulpas de más de 20 frutas. Algunas hasta sirven para micheladas”, comenta. Su misión, dice, es preservar un legado que es “sustento y tradición”. 

Pero lo que más atrae miradas son los mezcales artesanales como los de Luis Guzmán, en cuyas botellas nadan alacranes emperador, especie gigante criada en Oaxaca y Durango. “Es medicinal: alivia dolores, inflamaciones y hasta cuida la piel”, asegura.

Para los menos aventureros, Juan ofrece atoles espumosos: champurrado para “levantar el ánimo”, amaranto sin gluten y guayaba “para las defensas”. 

¿Qué artesanías hay en la Guelaguetza?

Entre puestos de artesanías de barro negro, alebrijes multicolores y huipiles bordados a mano, los precios son tan accesibles como variados. Un mole puede costar desde $80 pesos; el quesillo, $100; y los dulces van de $10 (tamarindos) a $280 (rompope).

Los mezcales oscilan entre $160 y $200, mientras los buñuelos crujientes y las aguas frescas que son ideales para acompañar una tlayuda de $180 redondean la experiencia.  

La feria, abierta de 9:00 a.m. a 10:00 p.m. hasta el 30 de marzo, no solo es un festín para los sentidos: es un puente entre culturas.

“Vale la pena venir, aunque sea para entender por qué Oaxaca le hace tanta falta al mundo”, resume una visitante mientras muerde un pan de feria aún caliente. 

El Parque de Santa Ana se ubica en el centro histórico de Mérida, en la calle 60 por 47 y 45. La entrada es gratuita. Algunos puestos aceptan tarjeta o transferencia.