(Primera Columna publicada el 7 de septiembre de 2005)
Al margen del veredicto que según se espera la Suprema Corte pronuncie hoy sobre la apelación contra la sentencia, Armando Medina Millet, sus padres y sus abogados han proporcionado a los mexicanos, en primer término los yucatecos, un ejemplo y un servicio que merecen por lo menos un testimonio público de gratitud.
Desde su primer comentario, que publicó el 21 de julio de 1996, la Columna explicó por qué el caso Medina Abraham revestía un interés nacional, en una opinión que robustecida durante los diez años de juicio se ha convertido en los años 2000 en la convicción de que si se trataba de un asunto exclusivamente judicial el señor Medina Millet estaría hace tiempo en libertad por falta de elementos para procesarlo o invalidez de las pruebas aportadas para denunciarlo.
En los diez años la Columna llegó a estar, como lo está hoy, convencida de que la verdad, la razón, la lógica, el sentido común, la ciencia y la ley apoyan la declaración de inocencia que el señor Medina ha llevado en peregrinación hasta el supremo tribunal del país.
Este apoyo ha sido insuficiente para contrarrestar el peso y la influencia de la organización que apoya a la otra parte: la triple alianza de los usuarios del poder, los intérpretes de la ley y los dueños del dinero, mancomunados para proteger sus intereses dondequiera que estén en peligro por cualquier motivo.
En medio de este enfrentamiento ha quedado la sociedad yucateca, neutralizada porque los dirigentes de sus instituciones civiles y los administradores de la religión la privaron del estímulo, la orientación y el ejemplo que informan y activan la defensa de los valores cívicos y morales que han estado en juego a lo largo de estos diez años.
Los dirigentes que la sociedad ha tenido en este decenio han dejado la impresión, en términos generales, de que la lucha por el imperio de la justicia no es de su incumbencia sino asunto que, pase lo que pase, es competencia exclusiva de los gobernantes y sus tribunales.
En este medio hostil, Medina Millet ha sacrificado inclusive su libertad -ha podido salir de la cárcel hace tiempo por otros medios legales- para defender casi en solitario, sin dar un solo paso atrás, sin flaquear el corazón, un patrimonio inseparable del bien común: el respeto a los derechos que la ley otorga a los mexicanos para defenderse de una acusación, derechos que en su caso han sido víctimas de una violación pública, sistemática.
En el apoyo que ha tenido de sus padres, don Armando y doña Sara, hay una lección de afecto, solidaridad y abnegación, no bien conocida aún, que contribuirá a fortalecer las divisas familiares que tienden hoy a una devaluación que no hemos llegado a comprender el daño que nos está haciendo.
La rectitud, la pericia que ha demostrado la defensa, su apego irrestricto a la ortodoxia jurídica, sin que la arredre la amenaza o la desaliente la arbitrariedad, deben ser motivo para mover a los yucatecos a la confianza y la tranquilidad: todavía hay abogados bien dispuestos a defendernos contra los abusos de la autoridad. Podemos decir, como en Hamlet, que no todo está podrido en Dinamarca. Ojalá podremos decir también, como el campesino alemán advirtió al emperador: ¡Aún hay jueces en Berlín! En el caso Medina Abraham, en el fondo como en la forma, es la justicia, defendida por la decencia, la que alza ante la Suprema Corte su solicitud de amparo contra la política, dirigida y financiada por la corrupción.
Cualquiera que sea el veredicto, Medina Millet saldrá de la prisión con la frente en alto, con una escolta honrosa: la gratitud de la comunidad. La perseverancia con que ha expuesto su causa, en una lucha gallarda de diez años por la vigencia de valores que nos pertenecen a todos, nos permite esperar que nunca, que jamás se repita, por lo menos en Yucatán, un caso Medina Abraham
