(Primera Columna publicada el 16 de marzo de 2007)

“Me engañaste. Me dijiste ayer que no eres antinorteamericano”. Con esta recuperación recibió ayer César Pompeyo al reportero. Un grupo de antimotines custodiaba la banca de costumbre.

—¿A qué hora los soltó Condoleezza? —preguntó don César. Un antimotín, sonriente, amigable, eludió la respuesta y acercándose a la banca le informó:
—Nos envió el jefe para presentarle a usted nuestros respetos y asegurarle a su libertad de expresión todas las garantías que la SPV imparte a la Plaza Grande. Si hubiéramos estado aquí los globalicólicos no hubieran demolido la banca.

Si hubieran estado aquí se la llevaban, ya mí de corbata, pensó Pompeyo, pero, como Jesús ante Herodes, no dijo nada. Se concretó a devolver la sonrisa y cambiarse la cartera de bolsillo.

—¿Por qué dice usted que yo lo engañé? —protestó el reportero.

—Pones en la columna, atribuyéndotelo todo, lo que yo te comenté con pleno conocimiento de causa: que los agentes secretos de la CIA y el FBI que vinieron a cuidar al señor Bush fueron muy atentos, mucho más amables que los federales prepotentes, intratables y malencarados que mandó don Felipe. Pero en tu primera página publicas lo contrario. Me ha dejado muy mal.

Don César, con la primera página de la edición de ayer jueves del “Diario” en la mano, señaló un título, “Retorno a la tranquilidad”, y leyó en voz alta:
“Mérida recuperó ayer la respiración. Ya no están las murallas de acero, ni los francotiradores ni los helicópteros artillados. Ya no más los gritos, la prepotencia, las órdenes de los agentes del Servicio Secreto estadounidense, junto a los cuales, los elementos del Estado Mayor Presidencial parecerían un grupo de castos seminaristas”.

—En primer lugar, reportero, esa coma que pusiste después de “junto a los cuales” está extraviada, perdida. Luego metes el choclo cuando pone eso de “un grupo de castos seminaristas”. Se va a molestar al Padre Patrón. ¿Hay grupos de seminaristas impuros?
—Y en tercer lugar, lo pusiste al revés. Los informes que llegaron a la Plaza, atribuidos a fuentes dignas de crédito, como ésas que a ti te faltan, aseguran, con testimonios irrefutables, que los gritos, la prepotencia, los empujones, los cierres de calles, las murallas y otros detalles no estuvieron a carga de los gringos sino de nosotros en un 99 por ciento. En el aeropuerto, mientras esperaban que don George llegara de Guatemala, tres agentes del servicio secreto de Washington oían música en su automóvil y comentaban, entre risas, todas las exageraciones de los mexicanos. “Ni en Iraq hacemos eso. Pero si quieren hacerlo, que lo hagan: están en su país”.

— La verdad, don César…

—No me interrumpas, por favor: no he terminado. Todo el párrafo que te leí está más fuera de lugar que un zapatazo dentro del área. Un párrafo como ése debe estar en la página editorial, en un artículo de opinión, nunca en lo que tú y yo conocemos como información, o sea la reseña de un acto o un suceso. Lo grave es que no tiene firma. Y cuando algo no la tiene la responsable es la dirección del periódico. ¿También es globalicólico tu director? La General Motors te va a suspender sus anuncios. La AP te va a cancelar su servicio. Tony Garza, ya te lo advertí, no te va a renovar la visa… Vas a acabar en el gabinete de Hugo, el de Venezuela, no el teólogo del PAN.

—Comprendo su asco, don César. Tiene usted toda la razón, pero no la emprenda conmigo: yo no lo hice ni lo revisé. Para mí fue una sorpresa leer ese párrafo. Pero lea usted todas las demás notas del periódico sobre la visita del señor Bush. Correctas, exactas, bien hechas. Al mejor cazador se le va un tiro. Me parece aventurado, además, lo que usted dice de nuestro director: no es globalicólico… hasta donde sé. Como usted comprenderá, a estas alturas del partido no se puede poner las manos en el fuego por nadie. Ni siquiera por los santones panistas que nos redimieron de los demonios del PRI. Ya no se sabe quién es quién. Hugo —el mismo, no el otro— diría que todos huelen a azufre, como Bush.

—Buen tema para una de nuestras próximas charlas cuaresmales. Por ahora te ruego, reportero, que me disculpes —se exculpó don César— No sólo a ti se te va la lengua. Alabo tu honradez, tu capacidad para aceptar de buen grado la crítica, pero procura que no se te vayan más tiros. No sea que alguno te salga por la culata y te manden a otra banca. A pesar de mis rabietas, las rabietas que hago cuando leo tu columna, te extrañaría. Más vale malo conocido, que candidato por conocer.

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