(Primera Columna publicada el 22 de enero de 2007)
César Pompeyo fue, ha sido y es cerverista de hueso colorado. No niega la cruz de su parroquia. La pregona en los estrados de la teoría política y el debate ideológico. La defiende si alguien trata de desvirtuar los objetivos de este movimiento ciudadano que nació en el corazón de Mérida a principios de los años setenta entre las ruinas de un ayuntamiento mártir.
El reportero comenta que por esa filiación cerverista algunos lectores niegan a Pompeyo la ecuanimidad imparcial, el juicio sereno que demandan, para que tengan peso y merezcan crédito, las interpretaciones del panorama electoral yucateco que don César está viendo en estos días desde el observatorio de la banca de costumbre.
—Es que no en entienden la esencia del cerverismo —explica el señor Pompeyo—. No es un catecismo con lista de siete pecados capitales, con amenazas de requintos infiernos para los transgresores de sus mandamientos inflexibles: el cerverismo quiere ser camino ancho que lleve hacia los recintos del poder a los hombres de buena fe que, sea cual fueren las convicciones que profesen, las pongan con honradez y eficiencia al servicio del bien común.
—En el cerverismo, reportero, no hay lugar para los cerveristas que estudian los caprichos del pasado para sacar más jugo en el futuro. Pero sí caben los señores del PRD, las señoras del PAN, los caballeros de Convergencia y el Verde, del PT y el Panal que practican la filosofía incluyente de que los principios son medio, no fin.
—Periodista, todos los caminos conducen a Roma. El Vaticano así lo entiende con el ecumenismo que Pablo VI bosquejó en su visita a Tierra Santa entre sus anfitriones israelitas. Que Juan Pablo II predijo en la asamblea heterogénea de Asís. Que Benedicto ha recogido y curado en Estambul después de la caída involuntaria en Ratisbona. En política, como en religión, las cartas modernas de navegación proponen que los barcos, con la bandera que tengan, se enfilan hacia el mismo puerto. Los pasajeros serán distintos; los pilotos, también, pero el rumbo igual.
—En la modernidad aglutinante no hay cupo para los anatemas viscerales como “Cualquiera menos Cervera”, que la experiencia se encargó de desmentir. Tampoco podemos aceptar, en esta doctrina del ecumenismo, que se pretende imponer a Ana Rosa Payán Cervera la consigna divisoria de que en las alianzas que busquen su candidatura ciudadana “cualquiera menos el PRD”.
—En el PRD, don César, tenemos un ejemplo reciente de rebeldía que no aconseja un pacto con el PRD. Vea usted el daño que hizo o hace a México la inconformidad de López Obrador, auspiciada por los líderes de su partido. De la conducta de Ana Rosa trascienden los mismos peligros que de las intemperancias de Andrés Manuel. Cuando pierden quieren arrebatar. Sólo están conformes con su santísima voluntad. ¿Así quiere usted que se gobierne a Yucatán?
—Paso a paso, reportero. Déjame decirte que yo admiro a Andrés Manuel. Tú debes estarle agradecido si no se te han olvidado las defensas decididas que hizo de tu periódico cuando el PRI lo atacaba con una demanda judicial tras otra. Esperamos que los errores indiscutibles en que López Obrador ha incurrido se replieguen ante sus virtudes innegables. El caso de Ana Rosa es distinto. No busca imponerse con un recurso a la violencia en perjuicio del vecino: trata de convencer de que quiere y puede hacer lo que debe por un camino distinto. El ecumenismo no se solidariza con los desafíos a la autoridad, pero no ve riesgos en que la señorita Payán se dirija a buen puerto en un barco con la bandera del PRD. Los principios de la candidata gobernarían el timón. El PRD, su Frente Amplio Progresista y los aliados que se sumen serán las turbinas y las hélices. Un plan de viaje que, claro, no pueden aprobar las iconoclastas, los excluyentes, los convenencieros que buscan restablecerles impulso a los proyectos que se oponen a sus intereses y apetitos.
La columna no se pronuncia a favor o en contra: se limita a transcribir este programa de vanguardia, perfectible como es todo lo humano, que César Pompeyo propone para trasladar de la religión católica a la política de partido el ecumenismo en que todos los caminos conducen a Roma.
