(Primera Columna publicada el 21 de marzo de 2009)
Es muy probable que las nuevas olas de las generaciones meridanas no sepan la filiación sentimental de César Pompeyo. Es historia antigua. Quizá algún día se presenta una ocasión de repasarla con variedad en el detalle. Baste por hoy recordar que Pompeyo fue cofundador del cerverismo aquella mañana de los años 70 en la Plaza Grande. Mañana inolvidable descrita ya varias veces en la columna.
Por eso, por sus blasones de cerverista de hueso colorado, don César ha visto con simpatía la respuesta de Mauricio Sahuí Rivero, presidente estatal del PRI, a determinadas alusiones que provienen del alcalde César Bojórquez Zapata. Simpatía que se deriva de los puntos de contacto que ese partido tuvo —¿o tiene todavía?— con la filosofía del cerverismo auténtico.
En la banca de costumbre, Pompeyo y periodista comentaron las declaraciones del señor Sahuí publicadas ayer por este periódico. Declaraciones negando que el PRI, como autor o promotor, esté detrás de los panfletos anónimos que están circulando sobre personas y cifras secretas de la pirámide de Cecilia Flores. Secretas porque no eran del dominio público. Al parecer sólo unos cuantos bien colocados estaban en posesión de los nombres, los apellidos y las cifras enlistados en el panfleto.
—Don Mauricio está analizando si presenta una denuncia por difamación contra el señor Bojórquez. ¿Cómo lo ve? —preguntó el reportero.
—Interesante, periodista: presenta una cara diferente de la pirámide. En el sentido usual de la palabra, difamación significa atribuir una falsedad denigrante a un inocente de este delito.
—¿Cree usted que el señor Sahuí considera que el panfleto es mentiroso?
—Es razonable pensar que sí, reportero. Es lógico que si el panfleto dijera la verdad don Mauricio no amenazaría con la denuncia: se concretaría a decir, pienso yo, que ni él ni su partido son los autores de esa difusión de datos fidedignos sobre una investigación judicial, pero que les habría gustado serlo y no hubieran vacilado en firmarlos.
—Yo le veo dos aspectos positivos a la denuncia por difamación que el presidente del PRI está analizando —continuó Pompeyo—. A mi juicio, es de interés general que se sepa cómo se filtró hasta los panfletistas tanta información y tan precisa sobre los acreedores de Cecilia, las sumas que invirtieron y las ganancias que esperaban obtener.
—La denuncia de difamación —prosiguió— permitiría —u orillaría— al ministerio público a una investigación que esclarezca quiénes son los autores de estas filtraciones, de esas goteras ministeriales por las que salen a la luz los resultados de una investigación que la Procuradoría mantiene en la oscuridad, sin darla a conocer, quizá porque su difusión podría entorpecer las pesquisas judiciales.
—No tenemos noticia, don César, de que la procuraduría esté enterada del panfleto. No sería la primera vez que sea la última en enterarse de lo que todos saben. Recuerde el refrán sobre el marido cornudo: “Todo Madrid lo sabía, todo Madrid menos él”.
—Ahí tienes otro aspecto positivo de la denuncia por difamación. La querella estaría acompañada de la prueba del supuesto delito. La prueba sería el panfleto. Una oportunidad oficial para que el ministerio público lo compare con las demandas contra Cecilia. Todas: las recibidas, las quedadas y, mucho ojo, las retiradas también.
—Una oportunidad, reportero, para acabar con los dimes y diretes. Para que se acaben los chismes que involucran a funcionarios del Ayuntamiento y el Gobierno del Estado, o familiares suyos, en esas manifestaciones del agio. Para conocer de una vez, con el sello aprobatorio del ministerio público, la lista verdadera de los acreedores y las sumas que reclaman. Este es un aspecto de la pirámide en que el procurador no tendría sólo la oportunidad sino la obligación de turnar al fisco la relación de los piramidistas o piramideros a fin de colaborar con Hacienda en otros presuntos, muy mencionados fraudes de mayor envergadura: la evasión de impuestos, el lavado de dinero, la duda inquietante sobre la participación del narcotráfico.
—En fin, reportero, como cerverista que fui, como lo soy hasta el tuétano, tengo que ver con simpatía los análisis de Mauricio Sahuí para decidir si denuncia difamación. No he analizado yo, por mi parte, a quién favorecería la acusación. Por aquello de mejor no menearlo. O si perjudicaría al PAN o al PRI, o a íntimos de la gobernadora, porque salga a relucir lo que se busca ocultar con infiernitos que distraigan la atención pública. Eso sí: yo creo que la sociedad saldría ganando si don Mauricio, cuando termine de deshojar la margarita, salta al ruedo y agarra al toro por los cuernos.
