(Primera Columna publicada el 24 de mayo de 2008)
Se llama ping pong. La mesa, rectangular, está dividida en partes iguales por una red. Yo me coloco en uno de los extremos de la mesa y con una raqueta, que tengo en la mano, le doy a pequeña pelota de plástico para enviarla al otro extremo de la mesa, donde estás tú. El chiste es que me la devuelvas, no que me la regreses, como dicen los baratilleros del idioma español que pusieron de moda la importación improcedente del inglés “to return”. De manera que no me regresas ni me retornas la pelota: me la devuelves. Por encima de la red, claro. Y el chiste se prolonga, regido por ciertas, conocidas reglas que determinan quién gana o pierde.
El ping pong es un juego de salón. Dicen que los chinos son los mejores. También se juega en la política. Yucatán no canta mal las rancheras. El nuevo hospital regional de especialidades, designado con una sigla horrible (deberían prohibir las agrupaciones impronunciables de consonantes), el hospital, repetimos, ese hospital que está en la comunidad norteña de Altabrisa, se ha vuelto una mesa de ping pong. El flamante centro de salud ha dejado de serlo para convertirse en un campo de batalla. Nada más y nada menos que la colisión de un sindicato provinciano contra el gobierno de México.
Es un partido público, sí, pero inesperado. Nadie nos avisó. Un minuto antes de las doce, las doce horas de la inauguración oficial, el sindicato se apoderó del hospital sin previo aviso. Lo tomó como los franceses tomaron la fortaleza de la Bastilla en un desafío al monarca. El hospital de Altabrisa es ahora la fortaleza de “la ola roja”. Es la nueva cabeza de playa, o punta de lanza, del desafío que quiere poner a Yucatán al rojo vivo.
El sindicato busca doble victoria en el ping pong. Una es la destitución del director general del nosocomio. ¿Por qué? Porque sigue vestido de azul en vez de disfrazarse de rojo. O sea que el galeno le cae mal a Ivonne porque le cae bien a Patricio. Los tomadores de Altabrisa alegan también que el doctor no está capacitado para desempeñar su cargo, pero quieren que adivinemos cuál es la incapacitación: no nos dicen en qué consiste, ni qué le falta o qué le sobra.
La segunda victoria que busca el sindicato es que le otorguen la mitad de las mil y pico —largo pico— de plazas (empleos) del hospital para que las invada la ola. Así de fácil. Así de sencillo. Así de rojo. Que es un derecho que les da el contrato. ¿Cuál contrato? Otra adivinanza.
Los federales disgustaron a los espectadores. Los molestaron porque pasaban las horas de juego, pasaban los soles, también las lunas, y no nos decían por qué se negaban a aceptar el ultimátum colorado. Al fin, apenas ayer, en una carta publicada en la prensa, nos comunicaron sus puntos de vista. Veamos sus argumentos.
La federación sostiene que los rojos están rompiendo todas las reglas del juego. Se equivocaron de mesa. En fútbol se diría que no están en su cancha. O que quieren tirar al arco en área de penal, intención que, como se sabe, está prohibida desde el invento del balompié. Vaya que los tomadores metieron la pata.
La metieron —puntualiza el texto federal— porque están fuera de su territorio. Altabrisa es un hospital regional —para toda la península e islas adyacentes—, construido con fondos federales, gobernado por leyes federales, habilitado con empleados federales mediante un contrato con el sindicato federal. La ola roja es un sindicato estatal que tiene relaciones de derecho o de conquistas con hospitales del gobierno del estado: nada más.
El gobierno mexicano asegura también que el director y el personal de Altabrisa no están en sus puestos por una concesión gratuita, una medida clientelar o un favoritismo partidista. Se ganaron sus cargos en convocatorias y concursos lanzados y celebrados con debida oportunidad.
La raqueta del sindicato es poderosa. Su raqueta es el pueblo. Le pega a la pelota con la salud de millares de yucatecos que se han quedado sin atención médica porque la marea roja, para apoyar su ultimátum, abandonó los hospitales del gobierno del estado a la buena de Dios. ¿O la buena de Ivonne? Nuestros pacientes, nuestros enfermos, son el instrumento de presión para que los federales doblen las manos. Los rojos ya dijeron que están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. ¿Qué consecuencias? Otra adivinanza. ¿Hasta la muerte de los moribundos? ¿Hasta la epidemia que diezme a los infantes infestados de microbios?
La raqueta de la federación es la paciencia y la tolerancia al servicio del convencimiento. Arrepiéntanse, por favor, no sean malos. Mientras se mueren los agonizantes, se agravan los enfermos y se retuercen los adoloridos, el gobierno federal se calla o, cuando habla, habla suave. ¿Seguirá el consejo de Teddy Roosevelt, aquel presidente de Estados Unidos que jugaba ping pong con la estrategia de “talk soft with a big stick”. Habla suave con tamaño palo. Una adivinanza más.
Altabrisa es el ping pong de las adivinanzas. ¿Salen de la Plaza Grande las instrucciones y los fondos para la ola roja? ¿Se aceptará al director si se entregan las plazas? ¿No mete las manos la federación en Altabrisa para que el PRI le apruebe la reforma energética? ¿Otro episodio del toma y daca a que han estado sometidos la suerte y el destino de los yucatecos cada vez que se pelean los de aquí con los de allá?
En la mesa y en el juego —reza un refrán— se conoce al caballero. Aquí no hay adivinanza: hay la sospecha para unos, la certidumbre para otros, de que no es un juego de caballeros, menos de damas, jugar con la salud del pueblo en el ping pong de los intereses emboscados y las intenciones ocultas.
