(Primera Columna publicada el 6 de agosto de 2008)

Al llegar el reportero a la Plaza Grande, César Pompeyo, para saludarlo, cerró primero el suplemento relleno de fotos que leía en la banca de costumbre.

Con respeto, el reportero le quitó los papelitos de colores que le habían caído sobre la guayabera. Los papelitos triangulares que hilvanados en hilos que van de árbol en árbol, de fachada a fachada, poste tras poste, cruzaban hasta ayer los parques y calles del centro como testimonios del esplendor que permeó el primer aniversario de Ivonne Ortega.

—Nos han encargado otra encuesta, don César —empieza el periodista, después de quitar el último papelito—. ¿Cómo definiría usted en frase concisa, relampagueante, la consagración del viernes?

—José Castillo Torre intentó la biografía de Felipe Carrillo Puerto en su libro “A la luz del relámpago”. ¿Ves alguna coincidencia entre las camisas rojas de aquellos años turbulentos y la ola roja que nos envuelve hoy?

—Coincidencias aparte, no me negará usted, porque usted estaba aquí, que la megafiesta iluminó la noche.

—Yo estaba aquí porque no pude salir a tiempo, pero aciertas al hablar de iluminación. En este contexto rutilante, yo sugeriría, como definición de la archibachata, esta frase: “El orto de la estrella solitaria”.

—Me parece bien, don César, pero bien a medias. Correcto, Ivonne fue la estrella. Reconoció que estaba en el mejor momento de su vida. Solitaria no: unas 45,000 personas la rodeaban aquí en la Plaza según la policía.

—“De sola que está brilla la estrella”, joven amigo. Es una definición de José Martí, el apóstol cubano de la poesía y la libertad. Ivonne brillaba más porque estaba sola. Definitivamente sola entre la multitud. Sólo a ella aplaudían. Sólo a ella aclamaban. Ni al gobierno, ni al gabinete, ni al PRI ni a nadie más. Fue un triunfo personal de la señora. Personalísimo.

—Dudo que me acepten en el “Diario” esa definición. La señora ya dijo que no busca el triunfalismo. Usted mismo lo puso de relieve el otro día al citar el capítulo tercero, versículo sexto, del catecismo ivonnense, el catecismo que promulgó la doctrina del quinquenio el uno de agosto de 2007, en el discurso de toma de posesión: “Mi gobierno jamás será de protagonismos o lucimiento personal”.

—“Del dicho al hecho hay mucho trecho”, reportero.

—Perdóneme que insista, don César. Recuerde el c. 34, vv. 1 al 4 del catecismo, donde la señora Ortega jura al estilo del Mío Cid, a quien Dios tenga en su gloria. Usted mencionó el juramento solemne: “No gobernaré pensando en la popularidad. Que eso quede muy claro”.

—No hay que regatearle a Ivonne la gloria que ha alcanzado en un abrir y cerrar de ojos. Si vemos más largo y más ancho el trecho entre el dicho y el hecho, entre el catecismo y la bachata, debemos considerar al mismo tiempo que todo documento es perfectible y que una rectificación sana y oportuna acabaría con la discrepancia entre lo que dice y lo que se hace.

—Propongo —prosigue Pompeyo— ciertas diminutas rectificaciones quirúrgicas al texto del catecismo. Extirpamos el “No” y nos queda: “Gobernaré pensando en la popularidad”. Queda como anillo al dedo. Extraemos luego el “jamás”. Mira qué bien se lleva con la realidad: “Mi gobierno será de protagonismos y lucimiento personal”. El pueblo, tan propenso a la alabanza, como hemos visto, alabará también la franqueza de las rectificaciones. La franqueza perfuma de frescura documentos que de otra manera podrían oler a tumbas de letra muerta.

—Doña Ivonne nos dijo en la entrevista que no tiene nada qué rectificar.

—Eso también lo podemos componer —comenta Pompeyo, mientras se dispone a reanudar la lectura del suplemento que leía cuando el reportero llegó a la Plaza. El suplemento que publicó el gobierno para conmemorar el primer aniversario.

—Mira, reportero, míralo: En las 16 páginas está la foto de la gobernadora. Cuenta: son 51 fotos. Velo: Ivonne está en 48 de las fotos. En el 94 por ciento. Un símbolo exacto del gobierno de la mayoría. Para ella es el protagonismo. Sólo para ella. Para ella es el lucimiento. Para ella nada más. Te propongo de nuevo mi definición del relumbrón del viernes: el orto de la estrella solitaria.

Antes de regresar al periódico, el reportero se puso sus lentes oscuras, gafas de sol.

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