(Primera Columna publicada el 31 de julio de 2008)

De vuelta ya de su viaje por Italia y otros países europeos, César Pompeyo regresó ayer a la Plaza Grande a tiempo de participar en una encuesta sobre el perfil religioso del gobierno en su primer cumpleaños.

—Señor Pompeyo, ¿podemos incluirlo entre los testigos de la religiosidad de la gestión de Ivonne?

—Yo diría que sí. A cada rato la vemos en la foto con los monseñores.

—La encuesta no es precisamente sobre su intimidad con la jerarquía: es sobre la religiosidad en el cumplimiento de las promesas.

—Si es así, señor, permítame que yo pase. Que pase como en el dominó. Así no juego. No tengo de esa ficha.

—¿Qué ficha le tocó? ¿Es usted uno de los 200 “invitados especiales” al “informe ciudadano”?

—Soy inocente de ese cargo.

—¿Es uno de los 1,000 del Peón Contreras? ¿No? ¿O uno de los 1,500 del Daniel Ayala? ¿Tampoco? ¿Es usted, don César, uno de los 2,000 del Teatro Mérida?

—Las aglomeraciones me hacen el mismo efecto que el poder: me marean.

—Si usted no está mareado, ¿qué le tocó ser en los actos del culto: repintar el Peón Contreras, colgar los papelitos de colores en la 60, tocar en la Sonora Santanera, ser torito en la vaquería, bailar la jarana frente a la Catedral?

—Yo no bailo al son que me tocan.

—No le pregunté, don César, si usted es del PRI.

—Pero que conste que yo ya no salgo a bailar.

—Tampoco le pregunté si es usted del PAN. Sabemos que están comiendo pavo. ¿Canta usted en los coros del patio que entonan los himnos de alabanza en la radio y la televisión?

—Imposible. Ellos no paran de cantar. No se les acaba la cuerda. Ni la plata, supongo yo.

—Entonces, ¿qué es usted? ¿Uno de los miles de fervorosos peregrinos que traerán del interior del Estado para la entronización en la Plaza Grande?

—Que yo sepa, caballero, entronizar es subirla al trono. ¿Para qué otra vez, si ya está allá arriba?

—Vea lo que dice el diccionario (el encuestista saca un papel). Entronización: “Colocarla en un altar para adorarla”. Y pone este ejemplo: “El próximo domingo habrá una ceremonia de entronización de la nueva imagen del santo” o mejor santa, para actualizar el texto y adecuarlo al instante que vivimos.

—Cuidado con las herejías —advirtió don César—. Para que haya santificación primero tiene que haber beatificación. Antes beata y después santa. Pero mucho cuidado con las precipitaciones: en las canonizaciones, como en las beatificaciones, no hay “fast track” ni tren bala. Además, se necesitan dos milagros. ¿Dígame uno?

—Llegamos al primer año, ¿no es eso un milagro?

—Tal vez, pero tanto escándalo me sigue oliendo a herejía. A la señora le saca ronchas la coba. La prohibió terminantemente en el catecismo ivonense, proclamado el uno de agosto del año del Señor de 2007 con el título de “El corazón de una nueva mayoría”. Me lo aprendí de memoria:

“Me comprometo con Yucatán a encabezar una nueva forma de hacer las cosas (capítulo 2, versículo 7)… Mi gobierno jamás será un gobierno de protagonismo o lucimiento personal (c. 3, v. 5)… El dinero se invertirá para cambiar la vida de las futuras generaciones, donde de verdad haga la diferencia (c. 8, v. 5)… Mi apoyo a los más humildes no es de derroche, mucho menos de clientelismo (c. 21, v. 5)… No gobernaré jamás pensando en la popularidad. Que eso quede muy claro” (c. 34 vv. 1-4).

—Vea la firma del decreto del uno de agosto, señor —concluyó don César—, vea la firma: “Palabra de mujer, palabra de gobernadora”. Entre genuflexiones y caravanas, con esa exhibición de pleitesía a la señora le puede dar un patatús. Conmigo no cuenten. Yo paso.

Mientras pasaba don César, como en el dominó, junto a la banca de costumbre la vieja minoría desplegaba ya sus estandartes en preparación de la solemnidad litúrgica de mañana allá mismo. Estandartes teñidos de ola roja. Estandartes con la venerada imagen entronizada delante y la devota plegaria escrita detrás: “Corazón, corazón, de nosotros ten compasión”.

En la Catedral, las campanas llamaban a la oración. “Yo pecador, me confieso a Dios…”.

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