(Primera Columna publicada el 5 de septiembre de 2008)

Pasamontañas en la cara, cuernos de chivo en la mano, un retén rodeó ayer la banca de costumbre.

Concluidos los cateos de estilo, aceptados bajo protesta, el comandante ordenó la despolarización de las gafas negras de don Vittorio Zerbbera, diseñadas por Valentino. El doctor en mafia tecleó un número y ciertas letras en su teléfono, informó de las pretensiones de los encapuchados y pasó el teléfono móvil al jefe del destacamento. El carabiniero no reveló lo que oyó: se limitó a limpiar con un poco de saliva el polvo de las gafas —polvo del patio, no colombiano—, se las devolvió a su dueño y procedió a interrogarlo:

—Usted, profesor Zerbbera, que tanto sabe sobre el crimen organizado —dijo el comandante—, ¿qué sabe de las doce camionetas negras, con gente armada hasta los dientes, que venían de Cancún a Mérida y se esfumaron a la altura de Pisté, de acuerdo con lo que publica hoy el periódico de ese señor (apuntó al reportero).

 —¿Qué noticias nos puede dar la Universidad de Palermo sobre los dos jóvenes levantados hace tres meses en Mérida, uno en Vista Alegre y otro en el Paseo de Montejo? ¿Ha asistido usted a las misas que se rezan por ellos y sus familias, según informa el periódico de ese señor?

 —¿De dónde vienen los caramelos con cocaína que los narcominoristas reparten entre los niños y jovencitos de Valladolid, en las afueras de sus escuelas, como relata el susodicho periódico?

 —¿Cuántas son y dónde se encuentran las casas de seguridad que los capos de la droga poseen y utilizan en las inmediaciones de la Gran Plaza, cerca de los restaurantes de postín y en los entornos de los colegios de la Legión, la parroquia de Cristo Resucitado y las mega mansiones de Montecristo, Altabrisa y Montes de Amé, donde está fincado el dinero viejo y derrochado el nuevo recién lavado? ¿Cuántos kilos de coca, éxtasis y crack se distribuyen a la semana en las discotecas de Mérida?

—¿Cuál es el promedio mensual de niñas conocidas que a horas de la madrugada son transportadas a sus hogares drogadas y en hermético estado de embriaguez?

 —¿Qué tanto por ciento de amas de casa y madres de familia llena las casas de juego en días hábiles y fiestas de guardar? ¿Cuántas horas le destinan a este cotidiano esparcimiento entre el desayuno y la cena?

—¿Dónde y a qué precio son reclutados los jóvenes que se des tapan en las despedidas de soltería o atienden las fantasías de las señoras encopetadas en predios discretos y apartados, mientras el chofer de la agencia les hace las compras del supermercado, en los automóviles de sus maridos?

—¿Nos puede facilitar una copia de la lista oficial de potentados funcionarios de primer nivel que patrocinan a las pupilas de las casas de Madame Gloria?

—¿Quién es quién en la relación de los representantes de los tres poderes que satisfacen sus inclinaciones especiales en antros vecinos del anillo periférico?

—No se sorprenda usted por estas preguntas, doctor, porque…

—No me sorprenden, comandante, porque el comportamiento social, los hábitos nocturnos y los conocidos gustos secretos de la gente de bien son materia de estudio en la Universidad de Palermo y el MMM (Movimiento Mundial contra la Mafia) por el impacto determinante que tienen en las clases B, C y D de la población y su relación directa con el relajamiento moral que conduce al consumo de estupefacientes y a los pleitos entre capos, sicarios y policías por dominar el mercado de la droga.

—Sí me sorprende que involucre usted a familias meridanas y a honorables funcionarios en las actividades que usted menciona. Yo no tengo ningún dato que las confirme: sólo chismes escandalosos que de vez en cuando me llegan por conducto de ese señor (apunta al reportero) y que mi amigo César Pompeyo, aquí presente, desmiente de inmediato. Chismes, comandante, puro cuento nada más. Ya sabe usted cómo es la vida en provincia: todo se sabe.

—Le agradezco que me haya limpiado mis gafas de sol en vez de despolarizarlas. Gracias. No considere usted una falta de gratitud que yo me abstenga de responder a sus preguntas. Importantes preguntas que usted, en aras del bien común, debe formular a la persona indicada. El sig – n o re Saidén, por ejemplo, que tiene orejas y soplones donde menos se espera —es su oficio, para eso se le paga—, o algún representante de la Curia que, sin violar el secreto de la confesión y en términos generales, le proporcione a usted las respuestas sin mencionar nombres, sin identificar al pecador, sólo el pecado. Esto, claro, le llevaría a usted mucho tiempo. Más que suficiente para que se contagie.

El comandante encendió un trabuco de olor inconfundible, le dio dos chupadas y le ordenó al retén que se retirara al Palacio.

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