(Primera Columna publicada el 16 de septiembre de 2010)
Se llama jacobinos a los partidarios de una política anticristiana y demagógica. Si lo consideran necesario para conseguir sus fines intransigentes no vacilan en atropellar derechos humanos elementales, recurrir a la violencia o desatar la lucha armada.
Toman su nombre de los individuos del partido más sanguinario y populachero de Francia en los tiempos de la revolución contra el gobierno monárquico. Se reunían en una casa de la calle de San Jacobo, en París.
Ya hemos visto en esta columna que los liberales se distinguen, en su numerosa facción anticlerical, por suprimir las libertades en nombre de la libertad. Pues bien, liberales de este corte, jacobinos y masones se han encargado de imponernos una historia oficial de México y manipularla según sus intereses, de acuerdo con los gobiernos sectarios impuestos por ellos.
Estas tres aves del mismo plumaje son los responsables de la conspiración urdida en el siglo XX para despojar a Agustín de Iturbide de sus legítimos títulos de autor de los colores de la bandera, padre de la libertad y consumador de la independencia de México en 1821.
Y nunca han faltado ni faltan hoy tontos útiles y lambiscones profesionales que por ambición o interés pecuniario les rindan culto a los mitos y manías de descendientes encubiertos del jacobinismo mexicano.
El padre Miguel Hidalgo y Costilla es sólo el iniciador de la lucha por la independencia, que don Agustín, con su patriotismo, con sus dotes de estadista, logra sin disparar un tiro en 1821, cuando habían transcurrido once años del Grito de Dolores y una contienda bélica de millares de muertos entre realistas e insurgentes, prácticamente diezmados y confinados al sur del país, bajo el mando de Vicente Guerrero, después de la derrota y muerte de Hidalgo, José María Morelos y Francisco Javier Mina, tres de los jefes máximos de la insurrección.
No es el momento ni disponemos de espacio para recordar los pormenores de la estrategia de Iturbide para reconciliar a todos los enemigos, aliarlos mediante las tres garantías del Plan de Iguala —unión, libertad y religión católica— y entrar triunfante en la ciudad de México para proclamar la independencia de España.
Nuestro propósito hoy es recordar que se pretende privar a don Agustín de sus blasones de libertador alegando que fue un traidor y un usurpador repudiado por sus contemporáneos.
Traidor porque, siendo jefe del ejército realista, se pronunció contra España. En esta línea de pensamiento, Hidalgo y Morelos serían traidores, porque juraron lealtad al rey de España y la Iglesia cuando se ordenaron de sacerdotes. Traidor sería Ignacio Allende, soldado del ejército español que se rebeló contra su rey. La historia de la guerra de independencia se llenaría de traidores.
¿Usurpador? Todo México apoyó el Plan de Iguala y su derivada monarquía constitucional. Cuando Iturbide ya era emperador, Guerrero le manifestó con “ternura” su devoción y se ofreció en dos cartas a besarle las plantas de los pies y las manos. Ignacio López Rayón se hacía rendir honores de príncipe y exigía que le llamaran “alteza serenísima” porque quería ser rey. Guadalupe Victoria no le ocultó a Iturbide sus deseos de ser el monarca de México. Nicolás Bravo pidió al Congreso que fueran fusilados todos los que se opusieran al imperio. Los primeros presidentes de la república mexicana, como Carlos María Bustamante, rindieron pleitesía a Iturbide.
En un programa de la televisión, conmemorativo del bicentenario, se oculta la verdad, se deforma la realidad y se callan los méritos de Iturbide mientras se aclama a Guerrero, Bravo y Guadalupe Victoria como fundadores de la república, como si ésta fuera la autora de la independencia de México. Así se sigue engañando al pueblo y deformando la historia.
“Jamás, con justicia, se arrancará el nombre de Libertador” a Iturbide, dice don Justo Sierra y añade: Iturbide aparecía más que nunca ante las turbas como un guía y como un faro: era el orgullo nacional hecho carne”. En célebre discurso, el 27 de septiembre, Sebastián Lerdo de Tejada, ministro de Benito Juárez, también presidente de la república, comparó a don Agustín con Washington, Bolívar y Napoleón. Todo lo que aquí se ha escrito es diminuta referencia a los libros y documentos que aportan testimonios de su fidelidad a la verdad.
Terminemos con la primera y la última de las doce estrofas del poema que Amado Nervo, sumo pontífice de la poesía mexicana de todos los tiempos, dedicó en 1890 al Libertador de México:
“¡Capitán inmortal, tu eco de guerra — en nuestros patrios montes aún retumba! Para borrar tu huella de la tierra — no basta, no, la losa de una tumba.
“Descansa en la región del infinito — donde tu alma con Dios feliz reside; — que tu nombre doquiera quede escrito, — que el himno de tu gloria sea este grito: —¡Viva la Libertad! ¡Viva Iturbide”.— Mérida, Yucatán, 15 de septiembre de 2010
