(Primera Columna publicada el 29 de diciembre de 2011)

 Dos señoras son el tema de la charla de Vittorio Zerbbera y César Pompeyo en su banca habitual del parque de San Juan. Dos señoras que, quizá sin conocerlo, siguen un consejo de San Agustín y por seguirlo al pie de la letra se pintan solas para representar a la mafia que es el peligro mayor que Yucatán confrontará en el inminente 2012. Nos referimos a Ligia Cortés Ortega y María Isabel Ortega Pacheco.

Don Vittorio conoce a Ligia Cortés porque, por razones de su oficio, tiene un archivo extenso de las actividades de los mafiosos del patio. En su archivo consta que la señora Cortés, en su cargo de magistrada del Tribunal Superior de Justicia, cayó voluntariamente en una falta que colinda con lo inverosímil y ameritaba un cese fulminante.

—Fue en un sonado proceso judicial —recordó Pompeyo— En un caso de apelación, la magistrada, al dictar su resolución, copió íntegro el fallo apelado, con las mismas faltas de ortografía, y haciendo suyos, con igualdad de fechas y circunstancias, diligencias que había desahogado la jueza autora del fallo. Creo que sólo en Yucatán se ha visto tal atrevimiento, que, en vez de castigado, fue premiado por la mafia.

—Comprenderás, Vittorio, que ese ejemplo de impunidad es un antecedente del ejercicio insolente que la señora Cortés hace de su cargo judicial cuando, apoyada por policías, cierra tres horas una tienda para exigir que el dueño le pague una deuda que no estaba vencida. Es cierto que estaba fuera de servicio pero también lo es que pudo hacer lo que hizo, en forma imperiosa y prepotente, porque es magistrada, porque está segura de que puede hacer lo que quiera.

—En aquel tiempo, César, el Tribunal Superior estaba a las órdenes del señor gobernador. ¿Se ha independizado?

—Creo que no, Vittorio. Lo único que ha cambiado es que ahora no se trata de un hombre, sino de una mujer la que manda en los tres poderes del estado. Me refiero, claro, a Ivonne Ortega Pacheco. Sólo así puede suceder que, a horas inhábiles, se abra un juzgado con el único fin de atender una solicitud de María Isabel. Las credenciales de esta señora “justifican” que el poder judicial esté a su servicio: es hermana de la gobernadora.

—Ambos abusos de autoridad —prosiguió Pompeyo— tienen en común la puesta en práctica de un consejo del obispo de Hipona. ¿Recuerdas lo que San Agustín, doctor de la Iglesia, dice en sus “Confesiones”?: “Ama y haz lo que quieras”.

—Me parece, César, que lo dijo en la “Ciudad de Dios”, pero eso no importa ahora. Lo importante es que veo a dónde vas y de antemano te doy la razón. Te la doy pero, para mí, europeo como soy, te has quedado corto.

—Yo “yucatequiso” la frase de San Agustín —indicó Pompeyo—: de esta manera: “Ama a Ivonne y haz lo que quieras”.

—Yo voy más lejos, César: El primer mandamiento de vosotros es: “Amarás a madame Ivonne sobre todas las cosas y a su partido más que a ti mismo”.

—Veo que ya nos conoces bien, Vittorio. Diste en el clavo; si obedeces en todo a la gobernadora, si no la dejas mal en nada, puedes hacer lo que te dé la gana: cerrar una tienda tres horas o abrir un juzgado a deshora.

—¿Desde cuando está vigente esa costumbre, César?

—Desde hace unos 80 años, Vittorio. La impuso en la ciudad de México un presidente, Plutarco Elías Calles, llamado el “Ave negra de la Revolución”. Nosotros la copiamos y aplicamos corregida y aumentada, con un asterisco: sólo está vigente cuando el PRI está en el poder.

—De modo que nosotros tenemos “la cosa nostra” y vosotros “la cosa negra”. ¿Hasta cuándo?

—Eso, Vittorio, lo vamos a decidir en las elecciones de 2012. De nuestro voto dependerá si los yucatecos vamos a amar al gobernador sobre todas las cosas, y a su partido más que a nosotros, o si el gobernador nos va a servir a nosotros más que a sí mismo y más que a su partido. Nos veremos ante una encrucijada: la ley o la “cosa negra”.— Mérida, 28 de diciembre de 2011.

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