(Primera Columna publicada el 2 de octubre de 2011)

Vittorio Zerbbera y César Pompeyo asistieron a un festival de recuerdos: el concierto de la “Night Club Orquesta” en el cine Mérida. Por cierto, no es prudente poner a los bienes públicos, sean avenidas o teatros, el nombre de un hombre vivo, por famoso que sea: un mañana imprevisible puede devaluar los méritos de hoy.
Lo que no se devalúa es el repertorio de 29 canciones ofrecido por los once yucatecos del conjunto que dirige Claudio Pasos, todos yucatecos y de vestidos de etiqueta. Un programa que Rubén Darío calificaría de sentimental, sensible, sensitivo, si no fuera por “Piel canela”, en una versión febricitante que habría aplaudido su cantautor boricua, Bobby Capó. Si no fuera por el contoneo cubanísimo de “Oyeme mamá“ de “El negrito de Batey”.
La noche se fue de visita a un museo de ritmos que movieron y conmovieron a la concurrencia. Una concurrencia infiltrada de galanes jubilados. De tenorios desactivados que en su día fueron cazadores de quinceañeras aspirantes a vampiresa de la Metro Goldwyn (aspiraciones reprimidas por la chaperona). Una concurrencia de niñas de antaño que se ponían la mantilla para ir a misa. De chicas de entonces liberadas de la celda acampanada de la crinolina. De supervivientes del foxtrot y el bugui-bugui. De veteranos certificados de la guaracha. De herederos del mambo y el chachachá.
—¿Conoce usted a alguien, César?
—A nadie, Vittorio: no soy de esa época.
—La época de usted, César, ¿es anterior o posterior?
En casi dos horas, las épocas del concierto zarparon de los años 30 y desembarcaron en los 70. Un retorno del pretérito perfecto para revivir tonadas que nunca estuvieron muertas. Rescatar letras extraviadas quién sabe dónde en los archivos, los sótanos y los fondos sin fondo del alma. Un crucero en primera clase con escalas en éxitos consagrados en su momento por aclamación unánime de las mayorías. Momentos que siguen palpitando en su viaje de un siglo a otro. “Viajera que vas, por cielo y por mar, dejando en los corazones, latir de pasión, vibrar de canción…”.
Noche en que la memoria, investigada por la trompeta y registrada por el saxofón, se desdobló en reposiciones de melodías que, interpretadas “a mi manera” , encendieron los rescoldos de ilusiones apagadas y despertaron emociones que dormitaban en las entretelas de la vida. El final que está regresando al comienzo. El “Begin de Beguine”. Dios te guarde, Cole Porter, a ti y a tu “Night and day”, en la edición aterciopelada que brindó la vocalista Marcela.
Don Vittorio cerró los ojos. Oyó a Xavier Cugat en su rendición inmortal de “Aquellos ojos verdes”. La polifonía de Ray Conniff en “Strangers in paradise”. El clarinete único de Artie Shaw en su entrega sin par de “Frenesí”. “El collar de perlas” enhilado por el genio trágico de Glenn Miller, enmudecido en el avión que se cayó al mar con toda su orquesta. Pensó en la mediterránea escultural que le clavó los ojos y le meneó la fachada en Sicilia aquella tarde que Vittorio no acaba de olvidar. “Bonita, has pedazos tu espejo, para ver si así dejo de mirar tu altivez”. ¿Dónde estabas Luis Arcaraz?
Don César los cerró también. Regresaron las imágenes emotivas de la orquesta de Pablo Beltrán Ruiz en los bailes postineros del viejo Country Club de la avenida Colón. Las tardeadas guapachosas del Centro Campechano. Luis Demetrio en la inauguración multitudinaria del extinto local de Ex Alumnos del Montejo. Los mediodías en el último piso del hotel Mérida, rociados de Carta Clara y amenizados por Ponciano Blanqueto. Los “tes danzantes” con Secundino Pech en el Centro Bancario, donde se alza hoy el Fiesta Americana. Las galas de blanco y azul con la embajadora de la Modelo…
—¿Usted vivió todo eso, César, no me diga?
—Casi todo me lo contaron, Vittorio.
Los trovadores tocaron de nuevo en evocaciones entrañables de serenatas de medianoche. Serenatas de manos temblorosas apoyadas en ventanas entreabiertas. Serenatas que agitaban sentimientos escondidos atisbando por cristales llenos de ojos. La eternidad del bolero. “Cómo fue, no sé decirte cómo fue, no sé decirte qué pasó, pero de ti me enamoré”.
En este despliegue retrovisor, estampas de cómo se bailaba anteayer: el pasito resbalado, el medio lado, la vuelta entera y la marcha atrás. O el danzón con quiebre de cintura ceñida, cadencia caliente de cadera, mano prisionera y “cheek to cheek” (vulgo: de cachetito). Sin salirse del ladrillo. ¡Eso! “Lo que te has perdido la noche de anoche por no estar conmigo. Lo que te has perdido: yo con tanto fuego, tú pasando frío”. Pronto, nos dicen, oiremos de nuevo a Marco Antonio Muñiz.
Una función que intercaló la gimnasia asimétrica y desbocada del “swing”, con la insistencia contagiosa de “Chiviri viri, Chivirico”. Remembranzas de la voz sin competencia de “Blue eyes”, el apodo de Frank Sinatra, evocada con conocimiento de causa por el cantante Rafael en “New York, New York” y “My way”.
Un desfile de élites musicales de cuatro décadas que reverdeció vivencias amarillentas y repintó viejas postales descoloridas con la actuación cercada de aplausos de la “Night Club Orquestra” en su tercer concierto, en vísperas de su tercer disco.
Impresiones que se relatan pensando en el verso final de aquella copla de Jorge Manrique: “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Impresiones dedicadas a los antiguos, pero también a ciertos jóvenes. Jóvenes internautas obsesionados por el celular y el “Facebook”. Jóvenes insomnes atrapados por las fiestas “pre” y las “after”. O seducidos por las contorsiones altisonantes de Shakira y socios del brinca-brinca. Jóvenes que, reos de modas pasajeras, presos de las ofertas perecederas del presente inmediato, no tienen tiempo para el pasado. Lo que se han perdido.— Mérida, 30 de septiembre de 2011.

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