(Primera Columna publicada el 9 de junio de 2011)
¿Y ahora qué? ¿Cuál es el próximo paso? Están muy extendidos la opinión y los sentimientos en carne propia de que el estado y la ciudad atraviesan por un período de crisis creciente, pero no hay a ciencia cierta una idea práctica sobre cómo encauzar en beneficio de Yucatán, con una voluntad conjunta, el torrente de denuncias y manifestaciones de repudio popular que inunda los gobiernos de Ivonne Ortega Pacheco y su delfín Angélica Araujo Lara. El voto, como respuesta, está aún en el horizonte de 2012 y, además, no es un remedio suficiente para nuestro problema sino un derivado, un subproducto de la solución cabal.
La única, verdadera solución de las crisis que empobrecen y envilecen a los pueblos está en el entendimiento claro y la puesta en acción de los valores morales y los deberes cívicos del ciudadano. Es la conciencia que Benedicto XVI ha planteado en el discurso a los diplomáticos y dirigentes políticos, empresariales, académicos y culturales que pronunció en el teatro de Zagreb el sábado 4 de junio, durante su visita a Croacia. El “Diario” publicó en su edición del martes 7 un resumen que se puede consultar para verificar si esta columna cita correctamente al vicario de Cristo.
El Papa sustenta el criterio de que la calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, tanto a escala nacional como supranacional, dependen de la conciencia como lugar de escucha y atención a la verdad y la justicia, como lugar de la responsabilidad ante Dios y los hombres.
Si los gobiernos y los demás liderazgos, en todas las esferas, no están regidos y atravesados por esta conciencia, que es clave para el desarrollo cultural y la construcción del bien común, que es también la fuerza contra las dictaduras de todos los signos —sostiene el Pontífice—, las crisis de los pueblos no tienen fin.
Cuando se asimila y aplica esta conciencia, se asienta y entra en vigor un sentido de comunidad fundado en el don y el servicio, no en el interés económico ni en la ideología. Un sentido que puede entonces manifestarse en los ámbitos y aspectos más variados y complejos de la política y la economía.
¿Cómo se adquiere esta manera de pensar, sentir y actuar? El Papa afirma que la Iglesia ofrece a la sociedad la contribución más singular y valiosa en la formación de esa conciencia. Si la religión —y no sólo la católica— y la moral son relegadas en la vida pública no hay esperanza de futuro para la humanidad.
Basados en la experiencia, refrendada cada día, nos parece que la administración de Ivonne Ortega y su apéndice, la comuna meridana, han llegado ya demasiado lejos en su distanciamiento de los valores ponderados por Benedicto XVI como imprescindibles en una autoridad honesta y eficiente. Los gobiernos del estado y la ciudad no son lugares donde se escuche la verdad, se atienda la justicia, se proceda con honradez y se sienta la responsabilidad ante Dios y los hombres. Dudamos que la religión y los preceptos morales tengan influencia alguna sobre criterios y actos que caracterizan a ambas gobernantes. Ojalá nos equivoquemos en nuestra percepción de que están cerradas a piedra y lodo a una rectificación que las honraría.
El Papa asigna a los laicos la tarea de formar esa conciencia personal y colectiva. Los laicos auténticos están llamados —son palabras del discurso pontificio— a aprovechar generosamente su formación en la vigilancia y defensa de la verdad, la justicia social, la educación y la vida en la familia, la sociedad y el gobierno.
Si los laicos no cumplen esta misión que les encomienda Benedicto XVI, si la jerarquía eclesiástica no orienta en este sentido a los fieles, si sus sacerdotes no promueven la vigencia y puesta en práctica de los valores cívicos que llevan la recomendación papal y se han expuesto en esta columna, se corre un peligro en las elecciones de 2012, de tanta trascendencia, pues estarán en juego los poderes estatales, municipales y federales: el peligro inminente de que el voto sea inducido, con malas artes, a fortalecer y prolongar quién sabe hasta cuándo en Yucatán una crisis sin remedio que cancelará, por más tiempo quizá, nuestras esperanzas legítimas para el futuro. Hablamos de una responsabilidad ineludible y apremiante: para hoy mismo, no mañana.— Mérida, 8 de junio de 2011.
