(Primera Columna publicada el 19 de septiembre de 2011)

Con motivo de una reunión con estudiantes que sostuvo a su regreso de Madrid, donde asistió a la Jornada Mundial de la Juventud, y antes de entrar a misa en la iglesia de San Juan Bautista, don Vittorio Zerbbera repitió a César Pompeyo, en charla de sacristía, su advertencia reciente sobre los estudiantes que nosotros, en nuestros colegios y universidades, estamos “enseñando a vender sus conciencias al impostor”.
Impostor es quien engaña con apariencia de verdad. Quien se hace pasar por una persona que no es. Quien atribuye falsamente algo a alguien.
El doctor Zerbbera salió confundido de su entrevista con los estudiantes, todos alumnos de una universidad católica meridana, aunque ha comenzado a entenderlos después de leer que la Universidad Iberoamericana de México otorgó la medalla de San Ignacio de Loyola a Ivonne Ortega Pacheco.
—Esos jóvenes —relató don Vittorio—, hijos de familias acaudaladas, asiduos concurrentes a los sitios de moda y a los cónclaves de la élite social, me han dicho casi todos, la gran mayoría, que van a votar por el PRI.
—Yo, César, no conozco la doctrina del PRI, pero, en la práctica, veo que los priistas aplauden los errores que sin querer o a propósito comete madame Ortega. O se quedan callados, mudos, sin ayudarla a rectificar esos procedimientos descarriados que se señalan a la gobernadora en críticas comprobadas con lujo de cifras y argumentos.
—Les pregunté, a esos estudiantes de la universidad católica, por qué van a votar por el PRI. Sus respuestas, César, me han asombrado. Porque a su mamá le mandaron un pan el día de su cumpleaños y a ellos mensajes de felicitación. Porque el diputado le consiguió una licencia para vender licor. Porque le dieron un empleo a su hermana en el ayuntamiento. Porque se acercan a ellos a preguntarles qué quieren. Porque los invitan a fiestas y agasajos sin que les cueste nada, porque todo es gratis, hasta el trago.
—Ninguno, César, me dijo que van a votar por los candidatos del PRI porque son los mejores, o los más honrados, o los más aptos, o los que se ocuparán más de las necesidades de la comunidad. Ninguno se refirió a los principios o los valores como la razón de su voto electoral. Ninguno les preguntó a los representantes del PRI de dónde sacan el dinero para tanto obsequio, tanta fiesta, tantos detalles, ni cómo costean esa estructura gigantesca que se necesita para saber todo de todos, desde la fecha en que naciste hasta dónde estudias, qué lugares frecuentas y cuáles son tus gustos.
—Si esos estudiantes de universidad católica piensan así, César, centrados en su prosperidad personal, sin preocuparse del bien ajeno, ¿qué podéis vosotros esperar de jóvenes que por su menor condición educativa, social, cultural o económica están más expuestos a las tentaciones y al mal ejemplo? En el fondo, entre otros factores de esta desorientación juvenil puede haber un concepto equivocado de la lealtad.
—Esos jóvenes universitarios no quieren comprender, o no han sido enseñados a comprender, que el objetivo de los halagos es humillante: comprarles su conciencia. Vale la pena desgranar el sentido de aquella frase de Séneca en una de sus tragedias: “Agamenón”. El filósofo y educador español, que dirigía su doctrina al individuo, nunca a la turba envilecida y extraviada, sentenció que “la fidelidad granjeada a precio es vendida por un precio mayor”.
—Así entiendo yo —prosiguió don Vittorio— esa estrategia estatal del PRI por adquirir la conciencia de los jóvenes para venderlas luego, a un precio mayor, en el mercado de los políticos que buscan el gobierno para satisfacer sus ambiciones personales de lucro y poder. Yo veo a la lealtad rebajada a instrumento de la corrupción.
—¡Qué distinta es la visión del intelectual salvadoreño Alberto Masferrer, quien sostuvo hasta el exilio su defensa militante de los desposeídos y la denuncia social! “La lealtad —escribe en su obra “Sembradores vientos”— es todo en la vida. Hay que ser leal con su misión, con su vocación, con su deber”.
—Pregúntadles, César, a vuestros universitarios católicos que quieren votar por el PRI qué entienden por lealtad a su misión, a su vocación, a su deber. O si en su vida no hay lugar para ninguno de estos tres valores, porque ni sus padres ni sus maestros les han inculcado que “la lealtad —decía el rey español Alfonso el Sabio— es cosa que dirige a los hombres en todos sus hechos, para que hagan siempre lo mejor”. La fidelidad al impostor es la prostitución de la lealtad.— Mérida, Yucatán, 18 de septiembre de 2011.

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