(Primera Columna publicada el 4 de julio de 2012)

En el parque de San Juan, al entrar en su charla de costumbre, don Vittorio Zerbbera pide a César Pompeyo que lo oriente en el informe que debe remitir a la antimafia sobre las elecciones de Yucatán.
—En el caso del señor Rolando Zapata no puedo, Vittorio, hablar de triunfo: ha sido una derrota para Yucatán. Prefiero decir que el candidato del PRI arribó a la gubernatura al obtener más votos que sus adversarios, ya que su elección, por legal que la quieran llamar, no es legítima ni lícita, si consideramos que la legitimidad y licitud de los actos humanos no sólo están determinadas por la ley sino por la razón y la moral, que son las condiciones para que sean justos.
—No es justo el desenlace de la contienda política porque el resultado es un desafío a la razón y un quebranto de la moral. Me explicaré, Vittorio, apoyándome en la doctrina reciente de Enrique Peña Nieto y la lira venerable de Sor Juana Inés de la Cruz.
En un discurso de campaña, en Tampico, el 6 de junio, Peña Nieto se dirigió a todos los que aspiran a tener la confianza de la sociedad para representarla en distintas tareas públicas: “A todos ellos, y lo asumo en lo personal, les pedimos que ajustemos nuestro actuar a la legalidad”.
“Podemos ser compañeros de partido —insistió—, pero, así lo señalo claramente, no encubriré y menos seré cómplice de aquellos que falten a la legalidad”.
—Es de sobresabido, Vittorio, que todos los candidatos del PRI tienen un vicio de origen: proceden de la administración de Ivonne Ortega Pacheco, que ha vivido y está expirando en el seno de la ilegalidad. Todos fueron y siguen siendo sus encubridores, cómplices, coprotagonistas o beneficiarios. Militaron a la vanguardia del delito o, callados como muertos, se sometieron a los delincuentes por conveniencia, ambición o cobardía.
—No es una ilegalidad cualquiera: ha tenido y tiene la pinta inconfundible de la delincuencia organizada. Nunca en la historia de Yucatán se habían descubierto, explorado y documentado los fraudes de un gobierno, con nombres, fechas y cantidades, como se ha hecho en el régimen de la señora Ortega Pacheco, y nunca también se habían difundido con una extensión y claridad tan evidentes, que subrayan la impunidad que estimula la reincidencia, el cinismo o la indiferencia irresponsables de los culpables y sus compañeros de viaje.
—La malversación ha sido una de sus especialidades. Malversaciones gigantescas que les han permitido a funcionarios de toda laya desviar los fondos públicos hacia gastos indebidos que no por inconfesables han dejado de ser sospechados, como un presunto, cuantioso subsidio a la campaña desbordante del PRI y sus candidatos.
—Subsidio que, según el hombre de la calle, ha permitido al partido y a sus candidatos el derroche de dinero en la compra de conciencias y voluntades, lucrando con la ignorancia, la pobreza y la ambición pervertida de millares de yucatecos, sobre todo en el medio rural.
—Si es un desafío a la razón que 460,000 electores voten por un partido y unos candidatos tan bien conocidos por su identificación con el peor gobierno que ha tenido Yucatán, mayor es el quebranto moral de quienes han vendido o rendido su voluntad y su conciencia para ponerlas al servicio de la inequidad y la iniquidad. Los señores y señoras del PRI han arribado a la mayoría de votos cruzando los puentes de corrupción que han tendido entre los yucatecos.
—El deslinde de responsabilidades nos lleva a la célebre redondilla de un poema de Sor Juana: “¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga, el que peca por la paga o el que paga por pecar?”. Yo no culpo, Vittorio: me concreto a opinar que más nos urge ocuparnos del que peca por la paga. Dime, ¿es lógico aspirar a que se enderecen los troncos de los árboles que han crecido torcidos? ¿Es prudente esperar que los candidatos del PRI renieguen de la cruz de su parroquia y comiencen a portarse bien cuando han sido electos porque se portaron mal? Sería una lotería que de tal palo no nos saliera tal astilla.
—En cambio, Vittorio, creo que tenemos esperanzas mejor fundadas de invertir o por lo menos frenar el desastre político, económico y social en que nos hallamos si en nuestro apostolado cívico damos preferencia al saneamiento del quebranto moral que es la causa mayor del desafío a la razón. Hay buenos motivos para ver esta tarea con optimismo. Ya veremos.— Mérida, Yucatán, 4 de julio de 2012.

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